La guerra en Ucrania no parece que vaya a tener un final ni a corto ni a medio plazo. El pasado miércoles día 26 se cumplieron 245 días desde el inicio de la invasión y Rusia continúa con su campaña de bombardeos de largo alcance, ahora con drones kamikaze de supuesta fabricación iraní. Esperemos que el delirio del presidente ruso no lo induzca a pulsar el “botón rojo”. El enfermizo empecinamiento de Vladímir Putin está desestabilizando la economía mundial, obstaculizando los suministros energéticos y alimentarios. Una guerra ilegal, tan inútil como innecesaria, que, como todas las guerras, causa destrucción y muerte. Daños colaterales con víctimas inocentes que, como siempre, pagan con su vida las consecuencias –los “platos rotos”– de la sinrazón. Como decía el historiador y geógrafo griego, Heródoto: “En la paz, los hijos entierran a sus padres. En la guerra, los padres entierran a sus hijos”.

Y mi bisabuelo siempre citaba la copla: “Loco estaba el mundo/ cien años atrás,/ loco lo encontramos,/ sigue y seguirá”.

Todo apunta a que el provocador presidente Putin, pretende una confrontación bélica con los Estados Unidos y Europa para exhibir todo su supuesto potencial armamentístico. Llegados a ese extremo, el coste en vidas humanas sería impredecible. Y el primer misil tendría que acertarle a él en el “orificio de deyección” y ponerlo en órbita “per sécula seculórum”

Soy consciente de que esto puede considerarse políticamente incorrecto. Pero convendrán conmigo que, apelando al refranero popular gallego, “morto o can, acabouse a rabia”.