La globalización era ilusión óptica, pues no había condiciones objetivas para esa criatura de la infinita creatividad capitalista. No había un mundo global político, social, cultural, militar ni legal, pero se suponía que bastaba que hubiera un comercio mundial auxiliado por la tecnología. La globalización era la apoteosis del mercado, que, como gran demiurgo, se encargaría de globalizar el resto de las categorías o renglones de la sociedad universal. La globalización y su movilidad han favorecido la propagación de la pandemia y ahora esta amenaza la continuidad de aquella: tras el primer aviso de la crisis de las mascarillas (pocos las sabían fabricar ya y casi nadie las tenía) ahora abre otro capítulo de importancia en la crisis de los chips que gobiernan el mundo de las cosas. La crisis se superará sin duda, pero la confianza en el mercado mundial puede haber quedado malherida.