Con las elecciones andaluzas, el dos de diciembre, comienza un período de elecciones autonómicas y municipales que será coronado, probablemente a finales de 2019 o en 2020, por las elecciones generales. En la ciudad que constituye el país son todas ellas de gran importancia y el resultado de las primeras no dejará de influir en las sucesivas.

Este proceso electoral tiene lugar, en mi opinión, en un momento muy favorable para que las fuerzas políticas que ganaron la moción de censura (todas, salvo la derecha de PP y Ciudadanos) logren un gran resultado, revalidando e incluso incrementando la cuota de poder en la mayoría de las comunidades y de las grandes ciudades. Y finalmente, mantener el gobierno del estado, apoyado por amplia mayoría parlamentaria, un gobierno que, por vez primera en la democracia, tendrá que ser de coalición, lo que supondrá un crecimiento de nuestra cultura política. Y hablaba antes de momento favorable por la concurrencia de diversos factores. En primer lugar la división de la derecha, con feroz competencia entre sus dos partidos y obligados por ella y por los ultras de Vox a moverse y argumentar en un espacio de extremismo político en el que a las ocurrencias de la ultraderecha responden Casado o Rivera con otras no menos peregrinas. Naturalmente todo ello es caer en una trampa y en una estrategia equivocada que les aleja a años luz de la mayoría moderada del país.

En el ámbito de la izquierda, aparte de la ventaja de estar en el gobierno o de apoyarlo, nunca ha habido unas mayores posibilidades de alianzas generalizadas y de gobiernos de coalición, pues creo que está claro para todos que si hay alguna probabilidad de resolver los grandes problemas pendientes, empezando por el nacional, pasa por impedir el acceso de la derecha al poder.-

Una responsabilidad especial incumbe a Podemos y a sus mal llamadas confluencias, éstas cada vez más en órbitas propias y que convendría, para un mejor análisis, no computar en Podemos. Como socio previsiblemente imprescindible de gobiernos de coalición, el núcleo duro de Podemos debe renunciar a su ambición irrealizable de "sorpasso" al PSOE (sin perjuicio de que en una concreta comunidad lo consiga una "confluencia") y ser un socio leal que asegure gobiernos progresistas y con abandono de las pequeñas puñaladas tan del gusto de Pablo Iglesias que tiene que tener claro que no será jamás Presidente del gobierno. La función de Podemos es muy importante: presionar e impulsar al partido socialista a que abandone sus miedos y compromisos, a que mude la piel felipista, con la que descansa en el lecho del poder (y de la que forma parte Susana Diez) piel que es un obstáculo para las reformas necesarias y que empezó a caer con el presidente Zapatero y que ojalá se desprenda totalmente con el presidente Sánchez, para tener así un partido en el que la socialdemocracia no sea palabra vana.