Uno de cada tres adolescentes de Madrid aprueba que se trate con desprecio al homosexual. De ese caldo de cultivo vienen luego agresiones como la de la piscina de La Elipa. El viejo machismo no se ha ido, ni se irá en mucho tiempo, es una toxina en la sangre, un olor viejo que impregna la ropa, un asunto antiguo de la familia humana. Además se alimenta de algo tan natural como las dudas sobre la propia sexualidad: el machismo es siempre un modo de conjurar el hilo homosexual que hay en todo cuerpo, de sepultar esa parte de la corriente. Hasta en los gestos: los del machito, rudos, chulescos, con un deje de violencia, buscan alejarse a todo trance del ramalazo, o sea, de cualquier toque de gestualidad femenina. Pocas cosas hay tan patéticas como esos adolescentes, condenados de por vida a que su lucha interior aflore en forma de mamporros o exabruptos.