Arreciaba lo peor de la crisis financiera, el mundo cuestionaba ya la viabilidad del euro, la prima de riesgo era la preocupación eterna y Europa entraba en una suerte de rivalidad fraterna entre los Estados del norte y los del sur. Grecia recibió su primer rescate financiero por parte de la llamada troika (el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional) en 2010. Una segunda y tercera ronda fueron necesarias en 2012 y 2015, respectivamente. Entre las duras medidas que Atenas se vio obligada a aceptar para recibir ayudas por valor de 289.000 millones de euros figuraba la vigilancia de sus cuentas públicas por parte de la Unión. Esta tutela terminó ayer, “un día histórico”, en palabras del primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis. La Comisión considera que Atenas ha cumplido “la mayor parte” de los compromisos que adquirió con el Eurogrupo en 2018, año en el que terminó el tercer plan de rescate, pero en el que Bruselas consideró necesario mantener todavía una vigilancia reforzada sobre el país.
Al borde de la quiebra y enfrentándose al riesgo de impago, Grecia se vio obligada a pedir ayuda internacional para intentar mantenerse a flote, pero las severísimas condiciones impuestas por la troika sumieron en una profunda crisis social al país, que se vio obligado a acatar duras medidas de austeridad basadas en el recorte del gasto público y auspiciadas principalmente por los Estados del norte de Europa, con la Alemania de Angela Merkel a la cabeza.
Nacen los PIGS
Fue en aquella época cuando surgió (y en el norte cobró especial popularidad) el despectivo término de PIGS (cerdos, en inglés) para referirse a Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y Spain. Todos ellos se vieron más golpeados por la crisis financiera debido a problemas estructurales en su economía, fuera por el paro elevado, por deficiencias en el sistema bancario, por una deuda publica fuera de control o por varios de estos factores a la vez. De esos cinco países, solo Italia se libró del rescate europeo. Portugal recibió 78.000 millones de euros, a Irlanda se le concedieron 85.000, el sistema bancario español fue rescatado con 41.000 y Grecia percibió los mencionados 289.000.
Para todos los países la receta fue la misma: austeridad, austeridad, austeridad. Y ningún Estado vivió esto tanto como Grecia: recortes en sanidad y pensiones, aumento de impuestos, privatizaciones, reformas del mercado laboral y de la administración pública... Y todos estos malabares efectuados para cuadrar las cuentas helenas tuvieron un durísimo impacto en el país, que vio cómo la recesión se comía una cuarta parte de su PIB desde 2008, cómo su renta per cápita caía hasta situarse en poco más de la mitad de la media de la Unión Europea y cómo el paro llegó a alcanzar a un asfixiado 27,5% de la población, una cifra más elevada aún en el caso de los jóvenes. De hecho, aunque notablemente más saneado, el país aún presenta la mayor tasa de desempleo de toda la Unión: un 14,8%.
El descontento social que se vivía en el país abrió unas grietas de las que emergieron dos nuevas fuerzas políticas: Amanecer Dorado y Syriza. Esta última logró llegar al Gobierno, con Alexis Tsipras como primer ministro, entre 2015 y 2019. Fue precisamente al comienzo de este mandato cuando los griegos fueron llamados a las urnas para aprobar o rechazar un tercer rescate por parte de la UE, con las draconianas medidas que esta exigía como condición para extender el cheque. Ganó el no en todas las circunscripciones electorales. En el conjunto del país, la negativa se impuso por un 61,31%. Sin embargo, Tsipras terminó por desoír el parecer popular y aceptando los requisitos de la troika. El entonces popular ministro de Finanzas, el antiausteridad Yanis Varoufakis, dimitió como consecuencia de lo que consideró una “rendición” por parte del primer ministro.
Diez años más tarde, la misma Unión Europea que había apostado por la austeridad y se había negado a admitir eurobonos como solución terminó por cambiar de enfoque cuando estalló la crisis del coronavirus. En esa nueva emergencia, ante el temor de revivir las peores heridas de la gran recesión, terminó por emitir deuda conjunta y por conceder ayudas a fondo perdido a los países más golpeados por la pandemia, los Next Generation, con los que financiar políticas expansivas en lugar de volver a sacar la carta de la austeridad.