De Fernando Fernández de Sousa, uno de los seis hijos del fundador de Pescanova, José Fernández López, había apenas un par de fotografías antes de este juicio. Residente en el extranjero desde 1987, según declaró, quiso abandonar la pesquera cuando las cajas gallegas se convirtieron en el socio estratégico para su hermano, el entonces presidente, Manuel Fernández de Sousa. "Yo vi a mi padre, cuando yo tenía 14 años, ver cómo los bancos de repente le cortaron la financiación. No tengo una visión positiva de ellos como socios. Interpreté que ya no estaba el espíritu de mi padre" en una compañía de la que era consejero y miembro del comité de auditoría en el momento en que todo saltó por los aires. "Yo no soy auditor del auditor".

Quiso estar de pie, fue expeditivo y correoso a la vez. Solo respondió a su abogado. "Estoy segurísimo de que no he cometido ningún delito", arrancó al presentarse como un consejero por circunstancias con el único objetivo de defender sus intereses. No le fue posible hacerlo a pesar de su trayectoria en Pescanova o el vínculo sanguíneo con su máximo responsable ejecutivo. "Durante todo 2012 estuve comprando acciones y fui a la ampliación de capital, cuando supuestamente el valor era de cero. Se me tendría que juzgar por enajenación mental", exhortó, de haber sabido la farsa que reflejaban los estados financieros anuales. "Estas acusaciones -falseamiento de cuentas anuales, falseamiento de información económica y financiera e insolvencia punible- son falsas". Esta sentencia le costó una pequeña bronca por parte del tribunal.

Al contrario que Paz-Andrade, defensor de una estrategia de negocio más apegada a la pesca extractiva, para Fernando Fernández de Sousa la gran apuesta de su hermano, la acuicultura, fue un acierto. "Siento haber oído aquí que esas inversiones fuesen una aventura o temerarias. Eran críticas, un paso evolutivo" para la industria. Lo comparó hasta con la propia evolución del ser humano, "de recolector a cultivador".