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Edgar Melchor | Hilda Gómez
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La década de los 70 comenzó de una manera brillante, con la primera clasificación europea del Celta tras acabar sexto en la temporada 1970-71. El estreno en la UEFA fue bonito y fugaz a la vez. El Aberdeen escocés frenó todo el entusiasmo a las primeras de cambio. Después de varias campañas en la máxima categoría, en 1975, los celestes iniciaron una época bautizada como la del 'Celta ascensor': una serie de continuos descensos y ascensos con un coqueteo en segunda que acabó, finalmente, en el 'pozo' de la división de bronce tras 40 años sin saber lo que era. Balaídos tendría que aguardar al 1992 para saborear una etapa de estabilidad en la competición de oro, la cual duró hasta 2004. Con todo, los 70 y 80 dejaron en la retina futbolistas clave en la historia celeste, desde el portero pichichi Carlos Fenoy hasta el inmaculado olfato de gol de Pichi Lucas, pasando por el récord anotador del brasileño Baltazar, quien siempre llevaba una biblia pegada a la pelota.
En la imagen, Luis Villar remata en plancha durante un partido contra el Barcelona. José Luis Villar Barreiro, un gran atleta y centrocampista reconvertido en lateral derecho, llegó al Celta en la campaña 1967-68 y su amor con el club duró 13 temporadas. Como a muchos otros de su edad, cuando los vigueses descendieron a la segunda B, se le concedió la baja, a los 30 años, aunque al vigués no le dieron las cuentas cuando por entonces la directiva fichó a jugadores que superaban la treintena. De carácter retraído y cortés, este subcampeón de España con el Celta juvenil llevaba mal la presión del fútbol profesional, lo que provocó que no acabase de eclosionar todo su potencial. Sus inicios en el equipo de su barrio, A Florida, y en su instituto, el Santa Irene, distaban mucho de aquel vestuario en el que encontró en el Gran capitán Manolo a su confidente. Para sacarse de encima el peso de llevar la celeste, decidió crear una empresa aún siendo futbolista para tener otra vía de subsistencia diferente a la que rige el balón. Ya retirado, Villar fue uno de los fundadores de la Agrupación de Veteranos.
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Santiago Castro Anido es un hombre de club. Jugó durante 10 temporadas con el Celta siendo un habitual en cada alineación a lo largo de toda la década y, ya retirado, pasó a ser primero entrenador del fútbol base celeste y, más tarde, miembro activo de la secretaría técnica. El de Mugardos comenzó de corto en el Racing de Ferrol, donde permaneció dos campañas en segunda para dar el salto después al equipo de su niñez, el Barcelona. En la Ciudad Condal, este centrocampista corredor de fondo y ambidiestro aguantó otros dos años ganándose el apodo de el Pulmón, y en la 1970-71, se marchó traspasado al Celta.
En la imagen, el debut de Castro con la camiseta celeste, ante el Real Madrid, al que el exculé le endosó el segundo de los dos tantos que le dieron la victoria a los de Balaídos cerrando el marcador a 10 minutos del final. En total, el coruñés efectuó 33 dianas con la elástica viguesa.
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Finalmente, Castro colgó las botas tras el descenso a segunda B en la 1979-80, al que le había precedido otra bajada de categoría a segunda un año antes. La otra etapa del mugardés una vez acabado su camino como futbolista también es memorable por su acierto en los fichajes que recomendó, sobre todo, a finales de los 90 y principios del 2000, siendo su área de trabajo el mercado extranjero.
Félix Javier Carnero Correa fue un centrocampista que se curtió en el Castellón, donde recaló en la temporada 1968-69 después de disfrutar tan solo de tres partidos con el primer equipo del Celta. Tras seis campañas en tierras valencianas, con un ascenso a la categoría de oro y una final de Copa en su vitrina de experiencias, este vecino de Bouzas regresó a la escuadra viguesa. En su tercer descenso con el club a segunda, en la 1978-79, se retiró tras serle dada la baja, pero continuó en la disciplina celeste formando parte del cuerpo técnico. Ya en la 1981-82, llegó incluso a ser la mano derecha del técnico Milorad Pavić. Del banquillo daría el salto a los despachos: desempeñó la función de secretario técnico y, más tarde, director deportivo del Celta, puesto del que se desvinculó tras la llegada del actual presidente, Carlos Mouriño, quien no contó con él. Esta situación enmarañó a ambas partes en la Justicia.
Carlos Alberto Fenoy Muguerza, más conocido como el Loco Fenoy, siempre será recordado no solo por sus paradas, sino también, por lo inusual que parezca, por sus goles de penalti. Consiguió ser a la vez el zamora de la liga, en dos ocasiones, en 1975-76 y 77-78 -ambas en segunda-, y el pichichi de su equipo, en la 76-77 -en primera-, con 5 dianas -una de ellas, al Real Madrid tras un rechace desde los 11 metros-, siendo este último un hecho histórico en la categoría de oro del fútbol español. El bonaerense, además, selló un récord celeste de imbatibilidad en segunda división, 687 minutos en los que cerró su meta a cal y canto en su campaña de estreno, que acabó en ascenso. Tan solo Joan Capó, quien vistió la celeste desde 1979 hasta 1983, ostenta un registro mayor, aunque fue en la categoría de bronce: 794 minutos.
La bendición de este guardameta como el Loco no fue casualidad. Compañeros de la época recuerdan que cuando no se veía con ganas de moverse bajo los palos, simplemente seguía con la mirada y clasificaba cada disparo que recibía en “parable” y “no parable”.
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Otra coyuntura que le vino como anillo al dedo en su apodo se fraguó en su último partido con el Celta: tras ser venerado por los seguidores celestes durante cinco temporadas, en su adiós, con su equipo ya descendido a la segunda B, no se le ocurrió otra cosa que hacerle un corte de mangas a la afición de Balaídos.
En la fotografía, Fenoy se dispone a lanzar uno de sus famosos penaltis con el Celta. El argentino se encargó de las penas máximas de los celestes concretamente en la temporada en la que acabó como máximo anotador de su equipo. Tuvo que esperar siete años para volver a perforar la portería rival, y ya con la zamarra del Real Valladolid, en el que fue el único tanto desde los 11 metros con los de Pucela.
Después de su lustro por Vigo, se fue directamente al mencionado Valladolid, donde, después de ocho temporadas en la máxima categoría como portero titular y una Copa de la Liga, colgó los guantes para irse a su ciudad, Santa Fe, a desconectar de la pelota.
Tras cuajar una brillante temporada en el Recreativo de Huelva en segunda división, el centrocampista madrileño Juan José Gómez del Cura acabó en las redes del Celta en 1975 -por 6 millones de las antiguas pesetas-, donde defendió sus colores durante una década.
Diez años en los que fue fiel al club en primera, segunda y segunda B, siendo de los pocos jugadores celestes que vivió la gloria y el infierno deportivo, y que serán recordados por formar parte de un tridente de ensueño junto con Nene Suárez y Pichi Lucas.
En la imagen, el madrileño anota un tanto ante el Langreo. La década de Del Cura en Vigo también tuvo como protagonista a las lesiones, de las que consiguió salir airoso. Ya en su primera temporada de celeste, en el partido de la segunda vuelta frente al Dépor disputado en Balaídos, el defensa coruñés Pardo le provocó una grave lesión, un hecho que trajo cola y que por entonces incendió sustancialmente a la parroquia viguesa.
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“Por la forma de jugar, me veo más reflejado en Nolito. Él es de Sanlúcar y yo de Barbate”. Así se describía en FARO el interior derecho Antonio Martínez Sánchez, más conocido como Mori. Nieto precisamente de Moro, un pescador que faenaba más en aguas africanas que en las de Cádiz, también forma parte del exclusivo club de jugadores del Celta que besaron la cima de la primera división y sufrieron en la ladera de segunda B. De sus nueve años en Vigo, desde 1975 hasta 1984, el gaditano recordaba también para el decano de la prensa nacional su amor por la ciudad: “Fue la mejor etapa de mi carrera, ya no solo por el fútbol, sino por el trato de la gente. No lo olvidaré mientras viva”. En el plano deportivo, su gente tampoco olvidará el regate y el gol de este atacante que había mostrado su potencial en el Málaga, San Fernando, Cádiz y Cacereño, y que eclosionó en un partido frente al Zaragoza en el cual anotó cuatro goles en una remontada por 5-3 en Balaidos en abril del 1979, temporada en la que acabó como máximo realizador celeste con 10 dianas.
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En su anecdotario particular, Mori tiene grabada a fuego su relación con el entrenador José María Maguregui, quien siempre le escogía como primer cambió aunque estuviese “jugando bien”. Así recuerda para FARO, con buen humor, una curiosa jugarreta que protagonizó a raíz de ello: "Yo le decía: ‘¿Por qué me cambia siempre a mí si yo me encuentro bien’. Pero no hacía caso. Hasta que llegó el día del Bilbao. En ese partido marqué un gol de cabeza tirándome en plancha y me hicieron un penalti. Entonces, me dieron un golpe en la rodilla y vino el médico, Genaro Borrás, a atenderme. Genaro me preguntó y le dije que no se preocupara, que estaba bien de la rodilla. Pero cuando me levanto veo que Maguregui ya había preparado el cambio. Yo le dije que se esperara, pero no hizo caso. Entonces, Genaro va y me dice: ‘Mori, sal cojeando porque si no lo van a matar los aficionados’. Pero, en vez de salir cojeando, salí corriendo por la banda. Y entonces, la gente se le echó encima al entrenador”.
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El andaluz, con todo, rompió su relación con el Celta de una forma diferente a la que le habría gustado: “Esperaba terminar mi carrera deportiva en Vigo y quedarme en la ciudad a vivir. Pero ocurrió eso y decidimos volver a Barbate, donde seguí jugando hasta los 38 años”. Se refiere a su último episodio en la ciudad olívica, cuando supuestamente el entrenador Carriega le habría dicho al presidente Rivadulla que ya no lo quería en su equipo; Mori aprovechó para pedir la baja entonces, momento en el que le explicaron que la historia no había sido como tal.
Cameselle
Otro de sus “malos recuerdos” fue una multa de 800.000 pesetas que recibió tras salir a cenar y “tomar una copa” con tres compañeros de equipo tras un partido en Balaídos en el que fue criticado sin haber jugado.
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Tras su periplo de corto, Mori regresó al negocio familiar, una empresa de comercio de atún rojo. Su hijo, Morito, curiosamente es pescador, y su nieto ya ha sido bautizado socialmente también como Mori.
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Ramón Sanromán Roade, Moncho para todos, recaló en el primer equipo del Celta en la temporada 1971-72 procedente de las categorías base celestes y del Gran Peña, que por entonces era el primer filial del primer conjunto de Balaídos -desde el 2021, el Gran Peña recuperó esa condición de equipo filial, aunque por detrás del Celta B, pasándose a llamar Celta C-Gran Peña-.
Nacido en la parroquia de Saiáns, este delantero centro realizó 31 goles con la zamarra viguesa en un total de nueve temporadas, la mayoría, en primera -seis-, y el resto, en segunda división -tres-. Entre sus mejores campañas, las dos de los ascensos: en la 1975-76 consiguió su mayor cifra anotadora con ocho dianas; y en la 1977-78 fue el jugador con más minutos de la plantilla, con 3.136 repartidos en 43 encuentros.
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Una de las remembranzas más férreas de este atacante sin vocación goleadora, pero con un gran espíritu de trabajo en equipo, es aquel tanto que marcó el 22 de abril del 1973 para dejar en la lona a un Dépor de Arsenio Iglesias que acabó descendiendo a segunda división, de donde no pudo escapar hasta pasadas casi dos décadas. El Celta, comandando por Aretio, se salvó después de salir de la zona roja tras ese duelo entre gallegos. Aquel 1-0 en Balaídos no solo entró en los anales celestes por su nocaut al eterno rival, sino que supuso el último gol de un jugador nacido en Galicia en un derbi de la comunidad en primera división hasta que en 2016 Hugo Mallo repitiese la gesta rompiendo el hielo en un 4-1 a favor de los celestes.
Al igual que sucedió con varios futbolistas referenciados en esta galería de imágenes e historias, a Sanromán se le da de baja su ficha tras el descenso a segunda B en 1980. Entonces, la situación económica de los jugadores no era ni equiparable a la actual y Sanromán se vio obligado a buscar trabajo, unas obligaciones laborales que continuaron en el tiempo.
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Su adiós a Vigo no supuso su despedida de la pelota, que continuó pegada a sus pies en el Compostela, donde siguió a un gran nivel firmando 38 choques y ocho goles en una sola temporada en segunda B. Tras su experiencia 'picheleira', se trasladó al CD Ourense, donde su aparición fue residual, con ocho participaciones y cinco goles únicamente en Copa desde 1981 hasta 1984.
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Jesús Santomé Gestido desarrolló su carrera profesional al completo en el Celta. El moañés comenzó a despuntar en el filial celeste y en el 1975 dio el salto al primer equipo, aunque con 15 años ya entrenaba con los mayores.
Su valentía y su fuerza en la disputa de balón, casi siempre exitosa por su parte, llevaron a este defensa con vocación ofensiva a ganarse un hueco perenne en la retaguardia celeste durante ocho temporadas, en las que se empleó tanto en campos de primera como de segunda y segunda B.
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Quienes lo presenciaron no se olvidan de aquel partido que enfrentó en una lluviosa tarde al Celta y al Real Madrid en un Balaídos que tenía barro por hierba. El de Moaña, con su habitual traje de 'gladiador', se hizo con el cuero, apto solo por el aire, en cada una de las luchas empapadas que lidió con los rivales capitalinos y, cuando se plantó delante de la portería, el ourensano Miguel Ángel desbarató con su mano un gol que acabaría, finalmente, anotando Del Cura sin oposición. El portero argentino Fenoy hizo el segundo tanto tras recoger el rechace de un penalti disparado por él mismo.
Como curiosidad, Suso tiene un hermano gemelo que también jugó en el Celta, Jorge. Lo hizo desde 1976 hasta 1981 y disputó alrededor de medio centenar de encuentros. También vistió la elástica del Lorca y del Jaén.
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Pocos le reconocerán como Antonio Pexegueiro Riveiro, muchos como Vavá. Este centrocampista porriñés que sembraba el buen humor y el compañerismo a cada paso fue renombrado como tal en su infancia debido a su amor por los colores del Atlético de Madrid y su potencial calidad, análoga a la del brasileño Edvaldo Izidio Neto, Vavá también, quien por entonces despuntaba en el ataque colchonero. Vavá comenzó a destacar en el Porriño, desde donde dio el salto al Pontevedra de segunda B -tras pasar antes por su filial en tercera-, para disputar más tarde una campaña con el Compostela en la cuarta categoría del fútbol español. Desde la capital gallega regresó un año después a los granates, que militaban ya en la división de plata. Finalmente, en 1977 se enfundó la celeste para sumar tres temporadas, firmando 10 goles, las dos primeras, con mayor protagonismo. Caprichos del destino, Vavá pudo haber cumplido su sueño de jugar en el Atleti, ya que, según él mismo desveló, los indios se llegaron a interesar por él -al igual que el Valencia o el Espanyol-, pero su traspaso no se acabó materializando.
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Tras su periplo por la ciudad olívica, volvió a tierras porriñesas para sumarse a las filas del Porriño Industrial y llevar las riendas de una tienda de deportes. Finalmente, el Monzón portugués acabó por llamar a su puerta y cruzó la frontera para demostrar su valía durante tres campañas. Aprovechó su paso por Portugal para adentrarse en el mundo de los banquillos y entrenó, además de en el país vecino, al Salvaterra, al Porriño y al Tameiga. A día de hoy es un vecino de O Porriño desencantado con el fútbol moderno y con unas prodigiosas manos de chef para la preparación de los callos, lo que le llevó a ser el pregonero de la Festa dos Callos de su localidad.
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José Carlos Suárez García, comúnmente conocido como Nene Suárez, inició su periplo celeste en los infantiles, desde donde se sumó a las filas del filial para, finalmente, debutar con el primer equipo en la temporada 1976-77. Quienes lo vieron jugar relatan cómo este 10 del Celta pudo haber conquistado mucho más, fue uno de los futbolistas con mayor potencial de su época; hubo quien lo bautizó como el Duque de Balaídos. La irregularidad de este centrocampista ofensivo no sentó bien en la afición, que vio tan solo destellos ocasionales de su técnica, su visión de juego y su capacidad de regalar goles, aunque también de hacerlos, sobre todo en las temporadas 1980-81 y 1981-82, en segunda B y segunda división respectivamente, en las que anotó 15 y 16 tantos en cada una. En 1979, este licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Santiago de Compostela -estudió para asegurarse un futuro, compaginando libros y carrera con mucha fuerza de voluntad, según relató- se vio obligado a hacer una pausa en su trayectoria deportiva para cumplir en Torrejón de Ardoz su etapa en el servicio militar. Fue precisamente en el club homónimo donde permaneció una campaña en segunda B para regresar después a Vigo. Su vuelta vino de la mano de una mayor regularidad en cuanto a minutos, pues firmó 35, 33 y 39 compromisos en cada una de las tres próximas campañas en las que perduró en su ciudad natal. Por 23 millones de pesetas y una invitación al Trofeo Ciudad de Vigo, el Betis se llevó a Nene Suárez, quien, tras su marcha, criticó la alta exigencia que los seguidores vigueses le requerían. Se marchó a Sevilla con la intención de encontrarse algo “distinto”, pero el economista no consiguió en el conjunto verdiblanco el rendimiento imaginado tras cerca de 100 encuentros y 16 goles en los tres años que militó en primera división, el último, con escaso protagonismo, lo que le hizo fichar por el Racing de Santander, donde colgó las botas con 22 participaciones y cinco dianas.
Cameselle
El brasileño Ademir Vieira llegó al Celta en 1978 procedente del Oporto. Su fichaje fue amor a primera vista. Según él mismo desveló tiempo después, representantes celestes acudieron a un encuentro entre el club oportuno y el Braga para seguir al 10 bracarense, Chico Gordo -quien murió años más tarde a una temprana edad tras ser triturado por una máquina-, pero el propio Ademir despertó el interés del entrenador celeste Laureano Ruiz de tal manera que cambió de objetivo, con lo que se acabó cerrando la contratación del paulista en las siguientes horas tras el pitido final del choque.
En la temporada 1979-80 consiguió alzarse como el máximo goleador celeste tras anotar una decena de goles. Las lesiones marcaron el viaje de Ademir por tierras gallegas, que duró cinco campañas, desde la primera división hasta la segunda B, y la mayor parte de sus participaciones las inició desde el banquillo. Tras su periplo con la elástica celeste, el atacante regresó al Olhanense, club luso al que arribó desde el Santo André brasileño y en el que brilló antes de recalar primero en el Toronto Metros como cedido y, justo después, en el Oporto. En el Algarve acabó prolongando su carrera por dos años más, a pesar de que su idea inicial era la de retirarse y abrir un restaurante. Esta última etapa le dio fuerzas para continuar su trayectoria otras dos temporadas, una en el Louletano y otra en el Imortal.
Magar
José Lemos Rodríguez inscribió su nombre entre la lista de futbolistas que disputaron tres categorías diferentes con el Celta. Este lateral derecho nacido en Salvaterra de Miño llegó al primer equipo en la fatídica temporada 1979-80, la del descenso a segunda B, tras pasar por el filial. Uno de los episodios más recordados del salvaterrense fue un accidente de tráfico que sufrió en el verano de 1985 junto a su esposa tras regresar de una concentración de pretemporada en Cabeza de Manzaneda, lo que le obligó a estar un mes de baja.
Ricardo Grobas
Pepe Lemos se enfundó la zamarra celeste durante siete temporadas, en las que realizó dos goles, hasta que resolvió comprar por 3 millones de pesetas su carta de libertad tras una oleada de críticas llegadas desde diferentes frentes. Decidió entonces formar parte del Real Valladolid, donde cambió de banda -excepto en su primera y en su última temporada-, para permanecer seis campañas en la categoría de oro. Finalmente, se despidió de la pelota en el Porriño Industrial.
El leonés Argimiro Pérez García, futbolísticamente conocido como Pichi Lucas, destacó por su inmaculado olfato de gol. Tras militar en el filial, el Gran Peña Celtista, se fue al Córdoba de segunda B, donde se mantuvo durante algo más de una temporada hasta regresar de nuevo a Vigo. En las diez campañas que vistió la camiseta celeste, realizó 90 goles, siendo la 1981-82 la más gloriosa tras materializar 26 dianas en el campeonato regular de segunda división, haciéndose con el Pichichi y con el posterior ascenso a la máxima categoría. Ello le valió la primera parte de su apodo; la segunda, Lucas, la heredó de su padre. El ariete de Camponaraya continuó su viaje deportivo por Galicia tras su década en Balaídos: primero en el CD Ourense, donde sumó la nada despreciable cantidad de 18 tantos en segunda B en su única temporada en la ciudad de As Burgas; y, después, en el Compostela, donde demostró sus dotes de cara a los tres palos a lo largo de cuatro temporadas.
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En 1995, puso fin a su vida dentro del césped, aunque no al fútbol. Tres años más tarde, comenzó su aventura como entrenador, precisamente en el Compos, hasta el 2000, y volvió a recalar en la capital gallega en la 2003-2004. Tras este inicio, pasó por los banquillos de la Ponferradina, Cartagena, Oviedo, Celta B, Jumilla y selección gallega amateur. Curiosamente, Pichi Lucas es el padrino del cantante Lucas González del grupo musical gaditano Andy & Lucas, ya que este último es hijo de Pedrito, exjugador y exentrenador celeste y descubridor del propio Pichi.
Para siempre permanecerá en la memoria futbolística el férreo marcaje que el defensa Gelo logró hacerle a Maradona en 1982: “Gracias por no darme una patada, boludo. Fue un marcaje espléndido”, refirió el Pelusa. El santiagués, bautizado como Ángel Castiñeiras Beiras, defendió los colores celestes a lo largo de una década en la que probó la miel de la primera división y el pozo de la segunda B. Procedente del Vista Alegre de Santiago, que disputaba la regional preferente, Gelo estuvo muy cerca de fichar por el Barça tras haber ido a la Ciudad Condal a probar, pero acabó en Balaídos. A pesar de carecer de una altura predominante, sus poco más de 170 centímetros le eran suficientes para disputar todos los duelos aéreos, ganando la mayoría de ellos. La mancha negra en su historial fueron las lesiones, las cuales entorpecieron considerablemente su crecimiento deportivo.
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De padre deportivista, Gelo fue capitán del Celta durante cinco años, hasta que él mismo revocó tal condición cuando se tomó una decisión sin su criterio sobre la huelga de 1979 -que acabó siendo un éxito-, en la que los futbolistas frenaron su actividad para exigir la abolición del derecho de retención, formar parte de la Seguridad Social y eliminar el límite de edad de 23 años para jugar en tercera división. Una de las anécdotas de Gelo es que este joven era el encargado de las maletas del Gran capitán Manolo cuando el equipo iba de viaje.
Cameselle
Finalmente, Gelo, al igual que varios jugadores celestes referidos en estas galerías de imágenes e historias, acabó mal con la entidad viguesa. Tan solo Quinocho se despidió de él en su adiós, y entonces decidió dar carpetazo eterno a su relación con el Celta. Tras abandonar Balaídos, formó parte del Lalín, del Mollerussa - de Lleida- y del Compostela. Hoy en día es un hombre desencantado con el fútbol moderno.
El poderoso Atilano Vecico Escuadra, alias Atila por su carácter guerrero, formó de lateral derecho durante 12 temporadas, desde la 1982-83 hasta la 1993-94, todas ellas en primera y segunda, siendo el cuarto jugador celeste con más apariciones. Los de la época lo recuerdan como una buena persona, a pesar de emplearse con dureza frente a sus adversarios.
Atilano, de padre agricultor, destacó por su gran regularidad, excepto en sus tres últimas temporadas, firmando alrededor de 40 partidos por campaña durante siete años. En su haber, ocho tantos en total.
Magar
La mayor espinita que siempre rememora el defensor es la derrota en la final de Copa del Rey del año 1994 ante el Zaragoza -una decepción que la parroquia celeste tardará en olvidar-, cita a la que, para más inri, no fue convocado
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Atilano, quien había llegado procedente del Zamora con 24 años, abandonó el fútbol activo con 35 para convertirse en adjunto al jefe de prensa y al cuerpo técnico del Celta.
En el año 2013, se tatuó el escudo del Celta tras vivir aquel apoteósico momento en el que el equipo se salvó del descenso cuando, a falta de dos jornadas, tan solo existía un 4% de probabilidades de mantener la máxima categoría.
Jesús de Arcos
Vicente Álvarez Núñez es uno de los jugadores con más nombre en la historia del Celta. Su capitanía y sus 14 años defendiendo la celeste dan fe de ello. Pero no solo eso, a este centrocampista ourensano también se le recuerda como un hombre con un gran sentido del humor, que no negociaba el esfuerzo y que vivía con la humildad por bandera. En la cruz de la moneda, sus lesiones, que le obligaron a someterse a cinco operaciones.
Magar
Procedente de la cantera del CD Ourense, el joven Vicente, que atesoraba un gran físico, aterrizó en Vigo en 1980, unos meses antes de estrenarse, en la campaña 1980-81, una normativa en la segunda división y categorías inferiores que obligaba a sacar de inicio y durante al menos 15 minutos a dos jugadores menores de 20 años. Esta disposición aupó a varios futbolistas, entre ellos, al propio Vicente -también a Lemos-, quien debutó con 19 años.
Cameselle
En la 1982-83, fue cedido al Racing de Ferrol para regresar un año más tarde y jamás desvincularse del club de su vida, donde pudo disfrutar del momento histórico, aunque amargo a la postre, de la final de Copa del 1994 ante el Zaragoza.
En 1996 colgó las botas tras recibir la noticia de que el entrenador ya no contaba con él y que el consejo de administración le daría la baja. Su 'afouteza', corazón y tesón fueron reconocidos con la insignia de oro y brillantes del Celta recibida de manos del presidente Horacio Gómez.
Cameselle
Últimamente, Vicente ha estado desaparecido del ámbito público. Su presencia más reciente se produjo en 2019 coincidiendo con la boda de la hija de Patxi Salinas en lo que supuso también un reencuentro de futbolistas celestes.
Javier Maté Berzal fue el portero titular del Celta en los años 80. Permaneció durante 12 temporadas, consiguiendo ser el guardameta con más encuentros en la historia celeste. El segoviano Maté se había formado en las canteras de la Gimástica Arandina y del Real Madrid y, tras pasar por el Castilla, llegó a disputar 92 minutos con el primer equipo en 1979. Las dos siguientes campañas las pasó cedido en el Burgos para, finalmente, dar el salto al Celta, donde consiguió el ascenso a primera nada más llegar.
Curiosidades de la vida, Maté llegó al Celta obligado por el club merengue, a tenor de sus propias palabras. En Vigo pasó a cobrar la mitad. Nada hacía presagiar entonces al castellanoleonés que marcaría una época en la ciudad olívica y que sería siempre honrado por la afición de Balaídos.
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Uno de sus recuerdos más intensos, según comentó años más tarde en la prensa gallega, fue el partido de ascenso del 21 de junio del 1987 ante el Sestao Sport Club. Aquel día, a la presión intrínseca de un partido de tal calado, se le sumó una amenaza de ETA, que sacó al conjunto celeste al completo del hotel para ser escoltado por la policía.
Finalmente, Maté se retiró en el 1993, a los 35 años de edad, en un adiós que le habría gustado que fuese de otra forma. Tras dejar los terrenos de juego, pasó a ser secretario técnico del Celta y, más tarde, entrenador de conjuntos como el Celta B y el Coruxo, además de segundo míster del Sevilla en sus inicios en los banquillos. También desempeñó las funciones de director deportivo del Rápido de Bouzas.
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Procedente del Botafogo y tras haber pasado por otros conjuntos como el Atético Goianiense, el Grêmio -donde fue bota de oro con 51 goles-, el Palmeiras y el Flamengo, el brasileño Baltazar María de Morais Júnior llegó a Europa en 1985 a través del Celta. El delantero rematador de Goiânia explotó en su segunda temporada en Vigo -en la primera, llegó a ser colocado en la lista de salidas-, en la que realizó 34 goles en 44 partidos en segunda división, devolviendo la categoría de oro a los celestes y levantando a nivel particular el Trofeo Pichichi, que trajo consigo un nuevo récord goleador en la división plateada tras imponerse a los 33 de Quino, del Sevilla, anotados en la 1968-69. A día de hoy, tan solo lo supera Ricardo, del Sporting de Gijón, en la clasificación histórica de dianas por año, quien en la 1956-57 perforó la meta rival en 46 ocasiones.
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La cruz de la moneda para Baltazar salió esa misma temporada de su eclosión. Corría un 21 de diciembre del 1986 cuando el brasileño vivió en sus propias carnes un capítulo negro para la historia del deporte: un choque de manera fortuita en un balón dividido contra el portero del desaparecido CD Málaga, José Antonio Gallardo, en un partido disputado en Balaídos, le acabó costando la muerte al guardameta tres semanas después debido a un inesperado derrame cerebral. En su anecdotario, resalta el día en el que antes de un Athletic-Celta, Baltazar le regaló unas biblias a los defensas bilbaínos, quienes respondieron con dureza durante el encuentro. El brasileño era atleta de Cristo -uno de los primeros en España-, un movimiento formado por gente del ámbito deportivo que predica y conjuga su entusiasmo por el deporte con la pasión por Dios.
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Otro momento para la historia lo rubricó en 1987 en la eliminatoria de ascenso a la máxima categoría frente al Dépor. Baltazar materializó un penalti que logró mantener con vida a los vigueses en la pugna por el ansiado salto de categoría -lo acabó consiguiendo tras superar después al Rayo y al Sestao en el partido de la amenaza terrorista- y estancar en el ‘pozo’ al eterno rival.
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En 1988, acabó siendo fichado por el Atlético de Madrid, en donde fue llegar y besar el santo: 35 goles en 36 partidos, que le otorgaron, de nuevo, el Pichichi, esta vez en la máxima división del fútbol español, y la bota de bronce europea. Su brillante desempeño llamó la atención de la selección brasileña, con la que alzó la Copa América del 1989 rompiendo una sequía de 19 años sin ganar la Canarinha un título oficial. En ese campeonato, Bebeto -por entonces todavía en el Vasco da Gama antes de formar parte del Dépor- fue la estrella con 6 tantos.
En el club colchonero perduró dos temporadas y tres partidos de una tercera que acabó jugando en el Oporto. Tras su experiencia lusa, exportó su calidad al Stade Rennais francés y, finalmente, al Kyoto Sanga japonés. Después de apartarse del balón, el ariete fue comentarista de radio y televisión en su Goiás natal.
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Jorge Otero Bouzas promocionó a la primera plantilla del Celta en la temporada 1987-88 tras un lucido paso por la cantera. Este lateral derecho nacido en Nigrán se enfundó la celeste durante siete temporadas -tan solo dos en segunda división, el resto, en primera- y gozó de una gran regularidad con más de 35 partidos por campaña, prácticamente todos como titular -con cuatro goles en su haber en el cómputo general-.
Ricardo Grobas
Esas cifras le llevaron en 1994 a fichar por el Valencia, donde mantuvo durante tres temporadas su alta participación. Su siguiente experiencia la vivió en el Betis, club en el que redujo su registro de apariciones a lo largo de cuatro campañas. En el 2001, se sumó al proyecto del Atlético de Madrid y levantó nada más llegar el campeonato de segunda división con el consecuente ascenso a la categoría de oro. Con los colchoneros aguantó otro año más para, finalmente, retirarse en el Elche en 2005.
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Diez veces internacional, Otero disputó de cabo a rabo aquel partido grabado a fuego en buena parte de la parroquia futbolera: el España-Italia del codazo de Tassotti a Luis Enrique en EE. UU. 1994. Tras el nigranés, únicamente Míchel Salgado e Iago Aspas llevaron el nombre de la cantera celeste a una Copa Mundial, siendo el moañés el primero en anotar un gol en una cita global. El lateral de Nigrán también fue convocado, además, para la Eurocopa de Inglaterra del 1996.
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Desde el 2014, ejerció como entrenador de diferentes conjuntos, entre los que se encuentran el Rápido de Bouzas, el Alondras y el Arousa, equipo que actualmente dirige y que ya había gobernado en otra etapa.
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Jimmy -o James o Jim- Hagan fue el primer y único futbolista noirlandés que dejó su sello en Vigo. Tras demostrar su aseado y elegante juego en su país, Estados Unidos, Hong Kong e Inglaterra, este defensa central característico por su limpieza en la disputa, aterrizó en el Celta en 1987, ya maduro a sus 30 años, para ascender a primera. En su media campaña de estreno -fue fichaje de invierno procedente del Birminghan en la 1986-87-, completó los 16 encuentros que restaban para acabar la liga; fue en los dos cursos siguientes cuando comenzó a sacar la cabeza, sobre todo en el 87-88, en el que comandó la retaguardia con 44 choques a sus espaldas, todos ellos como titular en la máxima división.
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A pesar de su corto período por tierras olívicas, se metió en el bolsillo a los seguidores celestes debido, en gran parte, a su gran nobleza, aunque también por sus actuaciones impecables como la que cuajó en el ascenso conseguido en Sestao. Fe del amor entre la afición y el de Monkstown se palpó en su despedida, en la que este se llenó de emoción y lágrimas.
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Tras dejar Vigo, retornó al club que lo vio florecer en su país, el Larne. Más tarde, tras un paréntesis en el Oddevold sueco, volvió de nuevo a Irlanda del Norte para continuar su carrera -ya adentrada también en la parte técnica- en una amalgama de conjuntos, entre los que se encontraba, otra vez, su Larne querido. Finalmente, dejó los terrenos de juego en 1995 en el Coleraine.
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Amarildo Souza do Amaral, nacido en Curitiba, fue el escogido por el Celta en 1988 para recuperar el 'sotaque brasileiro' que había abandonado Balaídos con la marcha de su compatriota Baltazar, fichado por el Atlético de Madrid. Los celestes buscaban gol y lo encontraron en un joven delantero que despuntó con el Internacional de Porto Alegre en un Trofeo Ciudad de Vigo: en su única campaña en tierras olívicas, el brasileño anotó 20 dianas en 39 partidos. Con tal carta de presentación, la Lazio no se lo pensó dos veces y se llevó al ariete por algo más de 250 millones de pesetas.
Jesús de Arcos
Para muchos, se había tratado de un negocio redondo, ya que el fornido pistolero había costado 60 millones de pesetas, pero para muchos otros supuso un vacío goleador que solo pudo llenarse con la arribada, dos años después, de Vlado Gudelj.
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Uno de los partidos inolvidables de Amarildo fue aquel que le enfrentó en Balaídos a un Real Madrid que surfeaba la cresta de la ola aupado por la afamada Quinta del Buitre: los de Leo Beenhakker tan solo sufrieron una derrota esa campaña, y fue precisamente contra el Celta tras un doblete del paranaense.
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En el equipo italiano, el curitibano también permaneció una campaña, aunque con una cifra más modesta de tantos, ocho en 29 partidos, dinámica que mantuvo en sus próximos equipos, el Cesena (cinco goles), el Logroñés (un gol) y el Famalicão (6 goles). Finalmente, colgó las botas en el 1999 tras acabar su viaje deportivo jugando en varios conjuntos brasileños.
Cameselle
Después de despedirse del fútbol en corto, Amarildo ha sido entrenador y gerente y, además, cuenta con una escuela de fútbol en su Curitiba natal.
En 1989, el Celta fue la puerta de entrada hacia Europa para otro brasileño, el centrocampista Fabiano Soares Pessoa, natural de Río de Janeiro, que procedía del Clube Atlético Joseense -también había demostrado sus dotes en el Botafogo y en el Cruzeiro-. Los aficionados del Compos lo recordarán mejor que los vigueses, pues en la capital gallega, su próximo destino tras tres años en Vigo, eclosionó y se convirtió en una de las grandes joyas de su historia. La temporada de estreno del carioca fue aciaga en lo colectivo, supuso el descenso a la categoría de plata, pero nutritiva para su nueva experiencia: disputó 37 partidos y anotó un tanto. En la siguiente, continuó su regularidad con 40 compromisos y 11 goles; y en la tercera y última, alzó el trofeo de campeón de liga en una campaña en la que volvió a registrar 37 choques y en la que sumó 5 goles para regresar a primera, un ascenso que guarda con mucho cariño, al igual que la posterior celebración en Praza de América, según comentó más recientemente.
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Su llegada a Vigo no fue fácil, a la ardua adaptación que le sobrevino tras un baile de entrenadores -Novoa, Villar, Delfín Álvarez y Maguregui-, se le sumó la muerte de su padre a los pocos meses, quedando su madre sola en Brasil. Su marcha tampoco fue la deseable, se produjo tras no llegar a un acuerdo en su última negociación, que él mismo gestionó directamente al no contar con un representante. Llegó un momento en el que el jugador no aguantó más y decidió abandonar con un enorme enfado la disciplina celeste, a pesar de que el entrenador por entonces, Txetxu Rojo, contaba con él. Años más tarde, se arrepintió de no haber actuado de otro modo.
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Como no hay mal que por bien no venga, Fabiano fichó poco después por el Compostela, en segunda división, y consiguió el preciado ascenso tan solo dos años más tarde. Allí perduró una década, en la que saboreó los inmaculados años de un Compos que disputó la máxima categoría del fútbol nacional durante cuatro campañas consecutivas. Su protagonismo fue total en todos los cursos. Tras el sueño compostelano, el fluminense se marchó al Racing de Ferrol, en segunda B, donde se retiró a sus 37.
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Después de su adiós, ejerció de segundo entrenador del Bergantiños, del propio Compos y del Estradense, y dio el salto a la primera línea de dirección con el Estoril Praia, el Atlético Paranaense, el Jeonnam Dragons y el Barra -este último, hasta junio del 2021-. El confinamiento por el COVID-19 lo pasó en Galicia. Su hijo, Fabiano Júnior, comenzó a dar sus primeras patadas a un balón en la cantera del Cacheiras -aldea de Teo, donde se encuentra la casa de la familia- y, tras jugar en el Compostela, como su padre, y en el Calo, dio el salto al fútbol regional.
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Ver noticias guardadasLa década de los 70 comenzó de una manera brillante, con la primera clasificación europea del Celta tras acabar sexto en la temporada 1970-71. El estreno en la UEFA fue bonito y fugaz a la vez. El Aberdeen escocés frenó todo el entusiasmo a las primeras de cambio. Después de varias campañas en la máxima categoría, en 1975, los celestes iniciaron una época bautizada como la del 'Celta ascensor': una serie de continuos descensos y ascensos con un coqueteo en segunda que acabó, finalmente, en el 'pozo' de la división de bronce tras 40 años sin saber lo que era. Balaídos tendría que aguardar al 1992 para saborear una etapa de estabilidad en la competición de oro, la cual duró hasta 2004. Con todo, los 70 y 80 dejaron en la retina futbolistas clave en la historia celeste, desde el portero pichichi Carlos Fenoy hasta el inmaculado olfato de gol de Pichi Lucas, pasando por el récord anotador del brasileño Baltazar, quien siempre llevaba una biblia pegada a la pelota.