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Edgar Melchor | Hilda Gómez
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Tras 14 temporadas en primera división y una plácida década en los 50, los 60 supusieron la sombra más grande en la historia celeste: 10 campañas en el 'pozo' de segunda después de perder hasta tres fases de ascenso.
José 'Pepe' Villar Fernández llegó al Celta procedente del Coia. Antes de debutar con la primera plantilla, en la temporada 1950-51, pasó una temporada en el Arosa para regresar finalmente al club de Balaídos, del cual jamás se desvinculó, primero como jugador y más tarde, como entrenador. Sustituto de Lolín en la capitanía, el vigués comenzó a jugar de centrocampista para luego retrasarse a la defensa.
Tras 11 campañas defendiendo la zamarra celeste, Pepe Villar se hizo un hueco en el 'top' 3 de jugadores con más minutos a sus espaldas junto a Juan Fernández y Manolo. Precisamente este último fue uno de los jóvenes que salieron de la cantera dirigida por el propio Villar, quien, tras colgar las botas, pasó al banquillo de las categorías inferiores e incluso ayudó con el equipo sénior en situaciones de necesidad o como segundo entrenador. (Foto cedida por Yo jugué en el Celta)
Villar, con el 5 a la espalda, presencia un despeje del portero asturiano Adauto Iglesias en el estadio de Chamartín, donde jugaba sus partidos como local el Real Madrid. (Foto cedida por Yo jugué en el Celta)
Pablo Olmedo Garmendia vistió la camiseta celeste en dos etapas diferentes: en la temporada 1951-52 y desde 1953 hasta 1960. Procedente del ya extinto CD Logroñés, recaló en las filas del Real Madrid -con una fugaz estadía en el Atlético de Madrid, en el cual no jugó ni un solo minuto-, desde donde dio el paso al Celta. Su fichaje acarreó múltiples críticas dirigidas hacia el presidente merengue Santiago Bernabéu y su directiva, pues la afición consideraba al interior madrileño una pieza sustancial.
Olmedo, con la elástica del Real Madrid, la cual se enfundó en 118 encuentros. La del Celta la lució en 182 ocasiones a lo largo de ocho temporadas, en las que efectuó un total de 52 goles: 45 en primera división y 9 en la categoría de plata, que disputó en su última campaña en activo, la 1959-60.
A pesar de no desempeñar funciones de delantero goleador, el madrileño consiguió ser durante dos temporadas el máximo anotador de su equipo: en la 1953-54, con 11 goles, empatando con Torres y Amoedo; y en la siguiente, la 1954-55, en la que se superó en solitario con 15 dianas.
En la imagen, Olmedo marca de penalti el segundo gol al Espanyol en el partido jugado en Balaídos el 12 de febrero de 1956, que acabó con derrota local por 2-3. Tras retirarse, el capitalino continuó su vida en Vigo, donde falleció muy joven, a los 51 años, víctima de un infarto.
Mauro Rodríguez Cuesta comenzó a forjarse en el Sárdoma y en el Club Berbés. Tras un fugaz crecimiento, el alto y airoso atacante vigués fichó por el Celta, pero a su mayoría de edad, se marchó cedido a la Ponferradina y, finalmente, al Avilés, donde hizo 26 goles en la segunda división-en la 1952-53-, erigiéndose como el máximo anotador de la competición valiéndose de su gran remate de cabeza y su habilidad con las dos piernas. Ante semejantes registros, regresó a Vigo para establecerse durante cinco temporadas.
De Mauro se recuerda principalmente la temporada 1955-56, en la que realizó 23 dianas que le sirvieron para codearse con Alfredo Di Stéfano en la consecución del trofeo Pichichi. Por entonces, el recuento goleador no era tan preciso como el actual e, incluso a día de hoy, todavía no hay una teoría que evidencie quién de los dos consiguió perforar más veces la portería rival. Sobre el papel, ambos habían sumado los mismos tantos, pero se pidió una revisión tras la cual se le añadió uno más al delantero merengue. A pesar de la fuerte polémica direccionada desde Vigo hacia la capital, el galardón acabó en las manos de Di Stéfano. (Foto cedida por Yo jugué en el Celta)
En la instantánea, Mauro marca un gol al Espanyol en el estadio de Balaídos. Finalmente, el ariete vigués disfrutaría de sus últimos años de corto en el Zaragoza y en el Levante, dos temporadas en cada escuadra. Tras colgar las botas, se empleó en el negocio de su suegro de exportación de pescado, y los más veteranos siempre le recordaban cuando lo veían por la calle que él había sido el verdadero "¡pichichi!".
Ramón Allegue Martínez, más conocido como Padrón por ser la casa donde su familia vivía antes de él nacer, fue uno de los porteros más reconocidos de la historia celeste -por ello, también fue bautizado como Tigre Padrón-. Natural de A Pobra do Caramiñal, su idilio con el Celta comenzó a raíz de su hermano y una derrota contra el Dépor de por medio: "Yo he de jugar en el Celta y jamás perderé un derbi para que mi hermano no vuelva a llorar", se prometió Padrón tras asistir en directo con su consanguíneo la decepción en Balaídos. Otro de los factores que influyó en su deseo de arribar en la ciudad olívica fue Loli, una niña viguesa de 12 años de la que se enamoró -y continuaron enamorados para siempre- durante una Semana Santa en A Pobra, donde ella tenía familiares. Decidió entonces fichar por el Cambados para poder, así, viajar a Vigo en los duelos que tendría que disputar contra Celta Casablanca, el Gran Peña y el Celta Turista. Fue contra este último cuando Yayo se interesó por él y le vistió de celeste en la 1954-55.
En la memoria de muchos permanece una aciaga tarde del día 4 de enero de 1959 en Bilbao. Padrón recogió 9 veces el balón de dentro de su portería en un partido y una temporada dolorosos para el celtismo, pues a la goleada le prosiguió, semanas más tarde, el descenso a segunda división. Curiosamente, aquel Padrón que quiso 'vengar' la tristeza de su hermano provocada por el eterno rival acabó sus años como futbolista en el propio Deportivo, con el que disputó 16 encuentros en dos campañas. En la última, la 1963-64, consiguió el título de plata y el ascenso tras haber caído al 'infierno' un año antes. Como varios jugadores destacados del club celeste, Padrón se fue del Celta por la puerta de atrás -algo que siempre recuerda con dolor-, a pesar de demostrar diariamente su profundo compromiso, incluso cuando el Barcelona llamó a su puerta con 450.000 pesetas y otras concesiones: "Yo no me quiero ir. Quiero jugar en el Celta".
Marta G. Brea
En la imagen, Padrón recibe un homenaje en el Baltasar Pujales, campo del Rápido de Bouzas. Actualmente, el exportero vive en el barrio vigués de Coia y en 2018, tras dos años de trabajo, lanzó su documental 'El fútbol por dentro'. En esta pieza audiovisual, Padrón viaja por la historia del Celta desde su nacimiento en 1923 hasta 1963 con el objetivo de congelar para siempre las innumerables anécdotas del pasado ante el nulo interés tanto de administraciones como del propio club en este sentido.
La llegada del ourensano Herminio González Otero, en la temporada 1960-61, se fraguó en medio de una crisis económica del Celta, en la que el club decidió confiar en varios jugadores jóvenes tras dar la baja a muchos otros futbolistas importantes en plena odisea celeste por la segunda división. Nacido en O Carballiño, este defensa aguerrido fue uno de los primeros capitanes del Celta, junto a Abel Fernández, en llevar una pieza de tejido en el brazo para denotar su liderazgo: el brazalete.
Herminio conoció los años más tenebrosos del Celta en su práctica totalidad. Llegó con el conjunto celeste ya en segunda -tras haber descendido un año atrás- y permaneció en la 'oscuridad de plata' 9 temporadas hasta que, por fin, pudo recuperar la máxima categoría en 1969 con el empuje de los juveniles que habían conseguido el subcampeonato de España bajo la batuta de Pepe Villar.
Finalmente, Herminio fichó por la Cultural Leonesa en 1971 después de clasificar al Celta para disputar por primera vez la UEFA tras terminar en el sexto lugar de la tabla. Además del propio carballiñés, esa plantilla gloriosa la conformaron Gost, Manolo, Costas, Jiménez, Rodilla, Lezcano, Almagro, Rivera, Juan Fernández, Isabelo, Pedrito, Rivas, Doblas, Luis Villar, Canario, Suco, Santiago Castro, Barros e Hidalgo. (Foto cedida por Yo jugué en el Celta)
Abel Fernández Valencia era un atrevido delantero con el gol entre ceja y ceja. Tal era su olfato que consiguió ser tres veces el máximo anotador de la segunda división española. La primera fue con el Racing de Santander en la temporada 1963-64 -siendo el primer racinguista en conseguir tal proeza en una competición oficial-, desde donde recaló en el Celta para realizar 92 goles en 162 partidos y alzar dos veces más el Pichichi, en la 1965-66 y en la 1967-1968 -compartido con Rivera-.
En la fotografía, Abel remata de testa en un partido entre el Celta y el Zaragoza. Tras 9 campañas en la categoría de plata -pasando también por el CD Ourense un año cedido en medio de sus comienzos racinguistas-, el ariete madrileño disputó finalmente en la 1969-70 la división dorada con el club celeste, materializando una decena de dianas. Un año más tarde, dejó Vigo para sumarse a las filas del Castellón en su regreso personal a segunda, donde transformó cuatro tantos y decidió poner el broche final a su carrera deportiva.
Tras su periplo de corto, se enfundó el traje de entrenador: fue el segundo de José María Maguregui en el propio Racing y se puso a los mandos del CD Laredo, Rayo Cantabria, Naval y Gimnástica, entre otros conjuntos.
Manuel Rodríguez Alfonso, Manolo para los anales celestes, se mantiene como el jugador con más encuentros disputados con la elástica viguesa: 533 partidos repartidos en 16 temporadas, entre 1966 y 1982, en las que saboreó tanto el estreno del Celta en Europa -del cual fue el capitán- como el declive en la segunda B, con cinco ascensos y cuatro descensos en su haber. Este defensa central nacido en Cangas do Morrazo era conocido como el Gran capitán y se granjeó el cariño de una afición que vio cómo nunca quiso abandonar el club de su vida ni su tierra a pesar de ser tentado por los más grandes de España. Tras dejar el fútbol, pasó a ser secretario técnico del Celta, puesto que abandonó por desavenencias con el presidente José Luis Rivadulla.
Cesáreo Rivera Pérez es un celtista de cuna. Nacido en O Carballiño, su sueño era el de jugar en el Celta, pero las circunstancias hicieron que el brillante delantero ourensano tuviera antes que pasar por el Sevilla, en la máxima categoría, tras ser traspasado por el CD Ourense después de realizar 27 goles en la segunda división.
No fue hasta el 1965 cuando Rivera pudo hacer realidad su deseo: tras cinco temporadas en el club de Nervión, fichó por un Celta hundido en la categoría de plata. Con la zamarra celeste, el carballiñés se hizo con el trofeo Pichichi en la 1967-68 -compartido con Abel- y con el ansiado ascenso una campaña más tarde.
Uno de los momentos más recordados de Rivera fue una falta directa que le endosó al Dépor en Riazor el 5 de abril de 1970 otorgando la permanencia al Celta y condenando al conjunto coruñés al descenso a segunda división. Además, como ocurrió con todos los de su hornada, siempre permanecerá en la retina de los seguidores por formar parte del equipo que por primera vez llevó el nombre del Celta por toda Europa.
Juan Fernández Vilela es uno de los jugadores con más minutos de la historia celeste. En sus 11 temporadas en el Celta, este centrocampista ferrolano disputó un total de 349 partidos. Al igual que Manolo y otros muchos fieles al escudo, pudo ampliar su fama fuera de los límites gallegos, pero decidió quedarse en Vigo, "y muy contento": "Tuve en su momento al Sevilla, al Barcelona y a cantidad de equipos que me quisieron llevar", confesó en una entrevista para FARO. En su anecdotario queda, asimismo, su relación con el cigarro, el cual sacaba a pasear también en los descansos de los partidos: "Llegué a fumar tres cajetillas de tabaco al día”.
Magar
El paraguayo Gabriel Lezcano Rivarola fue el primer jugador extranjero del Celta que echó raíces en Vigo tras su retirada. Este veloz extremo izquierdo jugó 9 temporadas en el conjunto olívico, desde 1967 hasta 1976.
Lezcano destacaba por su capacidad de brindar asistencias más que por sus goles; aunque, a pesar de ser escasos -24 en total-, uno de ellos supuso el número 1.000 para el club celeste en primera división: “Me dieron un llavero por ello, y a Diarte, que estaba en el Zaragoza, le regalaron un viaje a no sé dónde”, recordó en una entrevista para FARO.
Magar
Al igual que muchos otros, el paraguayo salió de mala manera del Celta: cuando su renovación por un año era prácticamente una realidad, se enteró, lesionado de gravedad para más inri, de que el club ya no contaba con él. En esta coyuntura, el míster Ignacio Eizaguirre, conocido por épocas pasadas, le devolvió la ilusión en el Córdoba, donde permaneció una temporada. Finalmente, colgó las botas tras una campaña más en el Atlético Baleares, de segunda B. Después de su aventura insular, Lezcano regresó a Vigo con su familia y se dedicó a entrenar en el fútbol base del propio Celta.
Magar
Manuel Jiménez Rodríguez, deportivamente conocido como Gila por su semejanza con el humorista Miguel Gila -con quien compartía además su gran sentido del humor-, fue “el mejor extremo izquierdo del país", según lo bautizó el mismísimo Ladislao Kubala. El sevillano nacido en el barrio de Triana, formado en la cantera del Betis y vendedor intruso de viseras en el campo del Sevilla, se erigió como máximo goleador del Celta durante cinco temporadas. Antes de recalar en Vigo, hizo gala de su rapidez, su amplia visión de juego, su técnica con las dos piernas, su potente y eficaz disparo y su olfato de gol en el Constància, en el Xerez Deportivo y en el Badajoz, siendo en este último donde consiguió ser el jugador con más dianas de todas las categorías del fútbol español.
Magar
A la vista de esos registros, el Barcelona se fijó en él, pero acabó por no adaptarse debido al catalán y a la dura competencia en Can Barça. Así, en medio de la temporada 1968-69, tras 13 jornadas de liga, se fue cedido al Celta consiguiendo en esa misma campaña el ascenso a la máxima categoría tras ayudar a su equipo con 10 goles en 19 encuentros. Arropado por ese comienzo estelar, paso a paso Jiménez se acabó consolidando en el club olívico. Junto a Doblas y Lezcano, formó una de las delanteras más codiciadas de España: “Jiménez + Doblas + Lezcano = victoria segura”, recuerdan los de la época. Finalmente, acabó su periplo de corto en el Espanyol por causa de una lesión de gravedad en el tendón de Aquiles.
Magar
Francisco Doblas Bermejo, nacido en Córdoba y criado en Asturias, jugó 9 temporadas de celeste. El delantero centro llegó a Vigo en la campaña 1969-70 procedente del Langreo, donde se formó. “Protagonicé el primer cambio en la historia del Celta. En un partido en Atocha, contra la Real Sociedad, sustituí a Abel en el minuto 76”, recordó en una entrevista para FARO, pues con anterioridad a esa efeméride no se podían utilizar jugadores del banquillo. Además de por esto, Paco Doblas será siempre recordado por hacerle dos goles al infranqueable portero del Athletic José Ángel Iribar en un mismo partido, en Balaídos, y darle la victoria al Celta; y, por si fuera poco, el andaluz repitió la gesta de batir al Txopo un año más tarde. En su libro de hazañas también figuran sus cuatro dianas frente al Sevilla para remontar una eliminatoria de la Copa de España el 26 de febrero del 1975.
Siorty
Doblas consiguió 30 goles en su periplo de celeste, parte del cual estuvo marcado por varias lesiones musculares y una más grave en la rodilla, lo que le hizo ausentarse de citas importantes como los dos partidos históricos de UEFA frente al Aberdeen escocés. Tras retirarse, se quedó a vivir en Vigo y se dedicó a comercializar suministros médico-quirúrgicos; así mismo, desde hace más de 25 años, es el presidente de los veteranos del Celta.
Magar
El lateral derecho sevillano Antonio Hidalgo Rodríguez defendió los colores celestes durante ocho temporadas. Canterano del Betis, llegó al Celta en el 1968 tras jugar en el Extremadura y en el Badajoz. Todavía muchos rememoran aquella escena de este fuerte e intenso andaluz en la que le mordió en el gemelo al jugador del Espanyol Roberto Martínez en un choque embarrado en Balaídos. Poco le importó a Hidalgo el poderío físico de su rival hispanoargentino.
Magar
Con un gol a sus espaldas, se retiró después de ascender a primera división en 1976 y serle dada de baja la ficha, al igual que ocurrió con otros ocho compañeros. Hidalgo falleció joven, a los 71 años, víctima de un cáncer en su propia Sevilla.
El bilbaíno Antón de las Heras Rotaeche fue un aguerrido defensa, capitán durante varias temporadas, temido por quienes se ponían enfrente ante sus 1,90 metros de altura y 90 kilos: “Algunos delanteros me tenían pánico”, llegó a admitir.
Magar
Su anécdota más aparentemente increíble, pero cierta, fue la que protagonizó en un partido de Copa de España ante el Mallorca -0-1 para los vigueses- que le valió la insignia de oro y brillantes del club. Cuando corría el final de la primera mitad, el vasco se lesionó, pero siguió jugando; de vuelta a Vigo y tras ser sometido a una prueba, el veredicto fue aterrador: Las Heras había jugado con el peroné roto. "Izaguirre, que era por aquel entonces el entrenador, nos echó una arenga. Yo me piqué y jugué toda la segunda parte. Veía que me fallaba la pierna, pero no que estaba rota", contó años después.
Magar
Tras diez temporadas -con una cesión al CD Ourense de por medio en la 1959-60- y un gol en su haber, Las Heras dejó los terrenos de juego en 1969 tras llevar al equipo de nuevo a primera después de nueve años en el 'pozo de plata': "Estuvimos en tres ocasiones cerca del ascenso, pero siempre nos tumbaban en las promociones -contra Valladolid, Oviedo y Sabadell-", se lamentó en varias ocasiones, pues le coincidió el ansiado salto justo cuando colgaba las botas. El bilbaíno acabó afincado en Vigo y se puso al frente de un concesionario de automóviles en Gran Vía. Sus últimos años los pasó luchando contra una larga enfermedad que le acabaría quitando la vida en abril del 2021.
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