Si este es el momento en que vamos a definir un nuevo orden mundial de convivencia, debíamos de tener en cuenta las siguientes realidades: En el momento actual el crecimiento del PIB -Producto Interior Bruto- es considerado el objetivo y la panacea de la economía de todos los gobiernos que en este mundo han sido, con el que así justifican su buen gobierno. Pero hay que pensar que estamos en un planeta finito, que no estira ni encoge a voluntad, y sobre el que no hay la posibilidad de un crecimiento continuo sin fin. Los signos de que ya hemos traspasado los límites racionales de una explotación sostenible del planeta se perciben en que estamos agotando nuestros recursos naturales: petróleo, cobre, oro,uranio,madera etc.,así como seguimos destruyendo las pocas zonas vírgenes que aún quedan, en donde tenemos asentada la biodiversidad tanto vegetal como animal,indispensable para la salud biológica del planeta. El hombre en este mundo se ha multiplicado sin freno sobrepasando el límite del equilibrio con la naturaleza,y en su afán sigue ocupando nuevas tierras arrasando con la flora y fauna que allí se encuentra.Si todos los hombres que hoy tiene nuestro planeta gozasen de la calidad de vida del primer mundo (una tendencia universal e imparable), las materias primas que disponemos en la tierra no alcanzarían para vivir más allá de una década, además de que la contaminación del aire, mar y tierra nos ahogaría en sus desechos. Las actuales políticas a favor de una natalidad creciente son equivocadas, y sólo reduciendo el número de personas que habitamos la tierra (7.000 millones y sigue creciendo), podremos alcanzar para todos un nivel mínimo de bienestar social,pero esto requiere además parar el crecimiento ilimitado del PIB que pretenden y persiguen con obcecación todas las naciones del primer mundo.La humanidad debe apuntar a disfrutar de los mismos bienes actuales pero repartiéndolos mejor, y entre menos habitantes.