Lo más interesante del convencional mensaje navideño del Rey podrían ser las reacciones políticas que suscita si éstas no fueran por lo general más previsibles que el discurso mismo. Y los medios y los columnistas no nos quedamos a la zaga con nuestras interpretaciones de fotos, gestos, palabras más o menos empleadas y otras conjeturas; unos al límite de la especulación sobre intenciones y otros compitiendo con Perogrullo. Un diario de influencia ha llegado a decir que este ha sido un gran año para el Rey porque en 2007 ha recibido más adhesiones que jamás como consecuencia de las ofensas que se le han querido infringir a la corona. Y no digo que no tenga razón para ver medio lleno el vaso vacío, y analizar la realidad en una aplicación estricta del "no hay mal que por bien no venga", pero tampoco descarto que dé risa. Ni niego que sea razonable el diario que ve novedad en que el monarca ha hecho este año lo que nunca: un llamamiento expreso en apoyo a las instituciones. Pues claro que no lo había hecho nunca; nunca las instituciones estuvieron tan maltratadas, no ya por los que se salen del espacio constitucional, sino por muchos de los que entran en defensa de la Constitución cuando la Constitución no los necesita. Lo dijo bien claro en una entrevista reciente el presidente de las Cortes, que se va más bien hartito del año, de la legislatura y de los políticos de todos los colores con sus zafiedades. El mensaje del Rey es un texto lleno de buenos deseos y propuestas para el año que viene; voluntarista, como tiene que ser, y ambiguo en lo que le toca. La novedad, cuando la tiene, se suele ver en lo que dice más concretamente. O sea: cuando pide lo que falta. Pero si pide unidad y acuerdos, ya se imagina uno a los obstructores de la unidad y conspiradores del desacuerdo mirando para otra parte, culpando cínicamente de la carencia al vecino. El guión se cumple siempre hasta llegar a la comicidad. El más original, si acaso, ha sido Gaspar Llamazares (IU), que acusa de triunfalista a don Juan Carlos. Hay cierta candidez en Llamazares si cree que el Rey es un ingenuo y ha hecho cosa distinta que escribir una carta a los reyes magos en los que hace mucho tiempo que debe haber dejado de creer. El Rey debe saber, casi mejor que nadie, y si no peor para él, que apela a un consenso y a una unidad por ahora imposibles, pero el ritual de la corona lo obliga a llamar a la ilusión y a hacerlo desde la esperanza de los ciudadanos mejor intencionados y más optimistas. El discurso real está lleno de retórica navideña y voluntarista, sí, pero más cerca de lo que la mayoría de los españoles quieren para su país que de lo que cierta clase política le niega con sus comportamientos. El Rey ya sabe que 2007 no ha sido un buen año para la convivencia, pero a lo peor teme que 2008 no vaya a ser mejor. Otra cosa es que ponga cara de Rey, que es la que le corresponde. Pero lo que el mensaje tiene de diagnóstico de la realidad, ya conocida, ya expuesta, ya lamentada, no lo hace precisamente una idílica postal navideña, sino un documento para la más real preocupación.