El "guerracivilismo", tan de moda en la información política, se ha instalado en Balaídos. Hermano contra hermano en sus cánticos y sus silbidos. Celtista contra celtista. Fernando Vázquez es la razón de la querella. Su continuidad. La derrota alimentó a los detractores, con pañolada y peticiones de "dimisión". Los partidarios ahí siguen, Celtarras y otros, irreductibles.

Fernando, como aquella Helena de Troya, es el "casus belli" de griegos y troyanos. El santiagués pidió que el partido no se convirtiese en un referéndum. El desarrollo del choque lo hizo inevitable. Celtarras, queriendo honrarlo, abrieron la fisura bien pronto, cuando la gente aún creía en la victoria. Sus cánticos recordaron a los críticos que el técnico existía: ese hombre, plantado ante el banquillo, refugiándose en su anorak contra el aguacero y la desazón.

Es un debate que se repite. El partido desaparece y las gradas se convierten en el plató de "59 segundos". De ese cainismo les salva que al menos acuden al estadio. Es peor el silencio del cemento. Silencio de funeral, de viento entre los sauces mientras la tierra cae sobre el ataúd. Los que gritan entienden al menos que el Celta sigue vivo, aunque la indiferencia también asoma en algunos instantes. Es cuando evitar el atasco se convierte en prioridad a falta de un cuarto de hora. Es cuando se camina hacia casa cabizbajo y el lunes parece más sucio que nunca.

El segundo gol del Espanyol eleva la tensión. Deja a la afición sin esperanza con media hora por delante para los pensamientos. Considerando la racha, hasta se puede decir que la protesta resulta suave. Al menos, en comparación con lo que se estila en España. "Dimisión, dimisión" o "Vázquez, vete ya". Lemas que se repiten cada cierto tiempo en la historia del club, con otros nombres pero el mismo dolor. Y tras el pitido final, la pañolada. Que ya no es tal porque el pañuelo de tela ha caído en desuso y el "kleenex" resulta impropio, vulgar y se deshace con la lluvia. Los contestatarios emplean sus bufandas y sobre todo el periódico oficial del Celta. Qué extraño es el destino de los objetos.

Los tumultos del último descenso aún no se repiten. Los futbolistas abandonan el estadio entre aplausos. No así Vázquez. En la puerta aguardan decenas de seguidores que piden su marcha. Y algunos defensores. Discuten entre sí. Mientras, los consejeros abandonan las instalaciones. El técnico, una precaución entendible, elude por otra puerta las aglomeraciones. A solas llorará las penas del fútbol como hubiera querido Helena de Troya, a la que cada sonido de espadas se le clavaba en la carne. No siempre hay puertas secundarias para el destino.