El United Center mira hacia el hombre de traje que se sienta en el banquillo. Miami Heat, tras perder por sorpresa el primer encuentro, ha disparado el ritmo. Los Bulls ensucian el juego, lo llevan al terreno del coraje, pero no les alcanzan los recursos. Pierden la serie por 2-1. Deng y Hinrich siguen de baja. Sus compañeros disponibles soportan sus propios dolores. De Hamilton o Radmanovic no se espera ninguna aportación. Tom Thibodeau exprime a piezas secundarias como Butler, al que mantiene en pista los 48 minutos del tercer encuentro. La épica se queda en corto alimento. Así que los aficionados recurren a su esperanza en ese hombre vestido de civil. En Derrick Rose, en cuya cabeza guarda el mayor misterio de la NBA.

Fue el 28 de abril de 2012, en partido de play off contra los Sixers, cuando Rose se rompió el ligamento cruzado de la rodilla izquierda. En un gesto extraño, en apariencia inocuo, sin el riesgo de sus penetraciones suicidas. "De nueve a doce meses", rezaba la nota de la franquicia cifrando su baja. Ayer se cumplió un año justo de su intervención quirúrgica.

En realidad, hace tiempo ya que Rose excedió el plazo. Los médicos le dieron el alta competitiva dos meses atrás. Desde entonces, cada encuentro se ha convertido en el de su reaparición. Una posibilidad frustrada una y otra vez. Sin que jugador, cuerpo técnico o directiva se decidan a descartar o confirmar que pueda actuar antes de que concluya la temporada.

Seguramente Rose anticipó lo que podía suceder al recibir el permiso de los médicos, cuando afirmó que solo regresaría cuando se sintiese "al 110 por cien". Ese porcentaje que excede lo completo se dirime en su cabeza. "Estoy tratando de ser inteligente con toda esta situación y tomarme mi tiempo", afirma.

Su estado se ha convertido en tema recurrente. Que cansa a la plantilla. "No tengo presión de nadie, ni del equipo ni de los compañeros", ha asegurado. Noah lo secundaba en las últimas horas. Carga contra los que consideran que Rose debería estar sobre la cancha. "Es mi hermano", afirma el francés. "Verlo superar esto ha sido duro. Al final del día, es gracioso ver qué rápida es la gente al juzgar. Pero no saben qué es liderar un equipo tras haberse roto el cruzado". Thibodeau responde con un cansado "veremos" a sus previsiones. Por si acaso, el entrenador de Miami, Spoelstra, advierte: "Estamos preparados por si juega".

Lo cierto es que las voces críticas o ansiosas se han multiplicado. Y de todo tipo. Desde Tim Grover, antiguo entrenador de Michael Jordan, que le exige un paso al frente, al campeón olímpico de natación Ryan Lochte, que le escribe en Twitter: "Debes jugar el próximo partido. El equipo te necesita". Toneladas de presión sobre el MVP de 2011, aunque éste asegura estar aislado del entorno: "No suelo encender mucho la televisión. Me paso el día entero con mi hijo". Su hermano Reggie y su mentor B.J.Armstrong, exbase de Bulls, componen la guardia pretoriana, que blinda y aconseja.

Parte de culpa del revuelo le corresponde a lo que los propios Bulls generan. Rose se entrena con normalidad. Calienta incluso en el prepartido. Lo que ha provocado de la ilusión inicial al hastío en la reiteración, hasta llegar a situaciones absurdas. Matthew Thompson, un electricista de 25 años, presentó en abril una demanda contra Rose por comportamiento negligente. Asegura que la incertidumbre sobre el regreso del astro le ha causado trastornos emocionales que han derivado en obesidad.

Más sustancioso es el trasfondo económico. Adidas gestionó con astucia la lesión de uno de sus iconos. Convirtió su proceso de rehabilitación en el leiv motiv de toda una campaña publicitaria. Chicago latiendo al ritmo de los ejercicios de pesas de Rose, por ejemplo. Pero "el regreso", así bautizado, empieza a convertirse en una broma cruel. Una página de fans de LeBron proponen el calzado deportivo de Rose que la marca debería comercializar: unos zapatos.

Los Bulls no tienen más remedio que esperar. Se han hipotecado por Rose, con un salario creciente que en la temporada 2016-2017 alcanzará los 21 millones de dólares. Mucho para verlo sentado mientras el equipo se desangra ante los Heat. Pero a la vez demasiado para empeñarlo todo en una serie cuyo rumbo difícilmente podría alterar un jugador en secano durante los últimos doce meses. Un dilema que solo Rose puede resolver.