Hay días que uno borraría de la historia del Celta como si fuese un archivo inservible del ordenador. Lo agarraría ahora mismo y lo enviaría a la papelera con el deseo de que ese gesto automático nos permitiese creer que nunca ha existido. Pero no. El recuerdo de este día nos perseguirá y hará daño durante demasiado tiempo.

No tiene nada que ver con el resultado. Como dijo un entrenador argentino que iba de banquillo en banquillo a lomos de sus extravagantes ideas "preocuparse por el marcador es de mediocres. A mí me preocupan otras cosas". Y por eso le echaban sus presidentes, porque tenían el comprensible vicio de reducir la vida del club a los números. A la memoria me vienen "gloriosas derrotas" en Riazor y en muchos otros lugares, tardes en las que el Celta salió del campo con el orgullo intacto y consciente de haber dado salvado la dignidad del escudo que defienden. Partidos perros, jugados en pésimas condiciones, pero que permitieron sentir orgullo del equipo. Y eso no tiene que ver con empatar, ganar o perder. Es mucho más importante.

El Celta vivió ayer un día terrible, de los peores de su reciente historia. No solo por la lánguida imagen que el equipo ofreció en Riazor sino por todas las cuestiones que rodearon el partido y que no tienen que ver con el fútbol. Para desgracia de los seguidores vigueses, desconsolados a estas horas, este derbi lo comenzó a perder Hugo Mallo -con su imagen en un autocar de aficionados burlándose de la situación económica del Deportivo- y lo remató Iago Aspas con una agresión intolerable que tiró al equipo por el barranco al que le había acercado el planteamiento y la alineación de Abel Resino. Hay derrotas que ayudan y victorias que te pueden arruinar por determinados detalles. La noche de ayer deja un daño considerable en el Celta que fue noticia por un lamentable partido, por una mofa innecesaria de uno de sus jóvenes valores y por la agresión incalificable de su máxima estrella, del hombre en cuyas piernas había puesto la salvación. Una tragedia en definitiva, un bombardeo a la imagen de la institución y alimento para enrarecer la vida de un club que debía tener todos sus sentidos puestos en conseguir esas seis victorias que se necesitan para alcanzar la salvación. Ahora se hablará de las sesiones fotógraficas de Hugo Mallo, de los partidos que le van a caer a Iago Aspas y del aspecto descontrolado de un equipo que lejos de mejorar no hace otra cosas más que ofrecer señales inquietantes. Hay días que uno borraría sinceramente, pero me temo que mañana cuando me levante lo primero que me vendrá a la cabeza no será el resultado ni la derrota. Me he acostumbrado a ellas. La amargura seguirá estando en los que ayer se preocuparon más que de ganar al Deportivo, en manchar la imagen del Celta.