Alguien dijo, si no esto, algo muy parecido: 'Hasta los mejores libros tienen páginas que no merece la pena leer.' Hago mía la reflexión y, de cosecha propia, añadiría que incluso hay hojas que se pueden arrancar para encender el fuego o un cigarrillo, si al caso viene. Todo ello es cierto, pero no lo es menos que las páginas bien escritas y que su lectura nos deleitó, debemos agradecer, al autor, momentos así vividos. Dice el vulgo, cuando alguien fallece: 'Se mueren las buenas gentes'. Tan falso que con un mínimo de reflexión se va tal afirmación al garete y, si aprietas un poco, hasta sin ella. Si los que se mueren son los mejores, es porque los que se quedan no lo son. Eso el día tal. Pero el día siguiente al día tal, se mueren otros cuantos que el día anterior no eran buenos y, ahora, al morirse pasan a serlo. En fin, el galimatías creo que está claro y no necesita más explicaciones.

Posiblemente este artículo tuviera que escribirlo el día 20 de julio de 2014, al día siguiente de Don José Janeiro Balboa (Jojabal) para el archivo del admirado rotativo FARO DE VIGO, pero no quise hacerlo para evitar falsas interpretaciones. Dejé mis recuerdos en el lecho de la prudencia, adormecidos por los recuerdos que, durante muchos años, se fueron recostando en la mollar que proporciona el A.D.N. compartido.

José Janeiro Balboa, Jojabal, para los que leíamos sus crónicas informativas, allá por años 50 del siglo pasado. Después sus crónicas bearicenses, Santa María de Beariz de Montes solo se conocía, fuera de nuestros pagos, a través de sus escritos en el FARO DE VIGO, firmados por Jojabal. Tenían la frescura de su pujante juventud, con la templanza de la reconfortante sombra de sus padres que eran un santo y seña, del buen estilo, educación y mesura. Doña Rosa Balboa Candedo, por más señas, hermana de mi progenitor, y Don Manuel Janeiro Fortes. Dos personas de una genética totalmente diferenciada y que se complementaron y conjugaron tan maravillosamente bien, que fueron modélicos para tirios y troyanos. Tuvieron tres hijos, tres varones, a los que, dentro de una economía nada exuberante, dieron formación profesional superior. Los dos mayores, acordes con la educación recibida, optaron por el juramento de Hipócrates; el más joven, José, se hizo cargo de una bien diseñada herencia en el terreno mercantil y con la estafeta del Servicio de Correos. En aquellos años, como digo, Jojabal abrió una ventana por la que Santa María de Beariz de Montes miraba y respiraba hacia el exterior. No había acontecimiento, por insignificante que fuera, que Janeiro Balboa no aprovechara para hacer valer el nombre de Beariz. Recuerdo con mucho agrado sus comentarios sociales con el estilete de una pluma que en aquellos tiempos perfilaba muy bien el devenir de un pueblo que vivía a caballo del arado, de la vaca y de Marcofán. Y José, Pepiño por aquel entonces, hacía el retrato perfecto de nuestro pueblo, sin olvidar en ningún momento el ir y venir de nuestras gentes que dejaban su impronta por donde quiera que fueren. Tierra de emprendedores, emigrantes, aventureros, en la acepción más sencilla y laboriosa de nuestros canteros y segadores. Cantó como nadie las bondades de nuestras Fiestas Patronales y las gestas, al nivel que nos era permitido llegar, de nuestros deportistas.

Recordado primo Jojabal, desde mi humildad de emborronador de cuartillas, pido al Dios, en el que creo, te preste una estrella y con ella nos escribas tus crónicas en los lienzos que surcan nuestro cielo. Con ello nos darás una muestra de que, todo el que deja huella, no muere jamás.