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Crónicas galantes

Ánxel Vence

La epidemia es un cuento (de Navidad)

Forzosamente reunida la familia en casa, como en Nochebuena, esta epidemia parece tan navideña como un cuento de Dickens. Locutores de voz acariciadora y melosa nos dicen en los anuncios de la tele que España es un gran país, que de esta vamos a salir unidos y que todo (o casi) volverá a ser como antes. El camino al infierno, ya se sabe, está empedrado de buenas intenciones.

Ni siquiera ha faltado un mensaje del rey, tan habitual en las nochebuenas, para darle un definitivo toque de Navidad a esta larga cuarentena que tanto se parece al Día de la Marmota.

Estabulados como nos tiene en casa el Gobierno por comprensibles razones de orden sanitario, es natural que las teles aprovechen la subida de audiencia para bombardearnos a diario con frases huecas, buenos deseos y ternura ñoña. Hacen bien.

A la gente, en general, estas cosas le gustan. De ahí que aplaudamos todos los días a los sanitarios, aunque a fuerza de repetición podría llegar a parecer que estamos jaleando al virus, que por ahí sigue, tan campante. O al Gobierno, que hace lo que puede, por más que dé la impresión de que puede poco y mal.

Desgraciadamente, tanto espíritu navideño no llega a ocultar la impresión de que la pandemia es una alegoría del hundimiento del Titanic. Será por eso por lo que proliferan las metáforas de tipo náutico en las que se nos invita a "remar juntos" en la misma dirección, dado que todos estamos "en el mismo barco".

Bien está, desde luego, que rememos todos a una; aunque el problema quizá resida en saber cuál es exactamente el destino al que nos dirige el timonel. Para remar en una trainera, pongamos por caso, hace falta que el patrón marque un rumbo determinado y lo mantenga; circunstancia que no se da en el manejo de esta crisis.

Los cambios de rumbo son constantes, hasta el punto de que un día se nos dice que las mascarillas no sirven de nada contra el bicho y al siguiente el Gobierno anima a su rebaño a ponérsela, por si acaso. El virus, que al principio apenas contagiaba e iba a ser poco más que una gripe, se convierte al cabo de unas semanas en un temible enemigo capaz de llenar la morgue de cadáveres. Y así vamos, dando bandazos en la trainera, según sople el viento de los expertos.

Tampoco es del todo cierto que todos vayamos en el mismo barco, como sugiere la propaganda oficial. Algunos, muchos o tal vez una mayoría iremos cayendo por la borda a medida que los daños causados por el helado iceberg del virus se hagan evidentes en la economía. Millones de pequeños negocios que son la base del empleo en España ya no podrán reabrir sus puertas, por falta de cash y de clientes, cuando el bicho de la corona decida dar al mundo una tregua.

Habrá quien salga de esto en yate y disfrutando de una buena botella de Dom Pérignon en la cubierta, desde luego. Otros lo harán en una barca más o menos estable, pero azotada por los vientos del desempleo, la pérdida general del valor de las propiedades y la carencia de dinero para subsistir. Lo de que todos vamos en el mismo barco es una tan dulce como engañosa metáfora.

Engañoso es, también, el clima navideño de este cuento que estamos viviendo en forma de pesadilla. "La cuna del hombre la mecen con cuentos; los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos", decía León Felipe. Y aquí aún quieren hacernos creer desde la tele que esto es un cuento de Dickens.

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