Los moradores de piedra de O Castro: una galería de arte al aire libre

Unas son auténticos símbolos de la ciudad y otras desafían a los observadores más avezados

Algunas cuentan kilómetros por sus mudanzas o profundas rivalidades artísticas

El gran pulmón verde del centro urbano de Vigo luce más de una docena de esculturas diseminadas por sus 21 hectáreas de extensión. Además de gran parque, el Monte de O Castro constituye una galería de arte a cielo abierto, con obras de Camilo Nogueira, Silvino Silva o Desiderio Pernas.

Algunas de las estatuas que acoge son tan populares que se han convertido en símbolos de la ciudad, pero otras desafían a los observadores más avezados. Unas destapan profundas enemistades y rivalidades artísticas, y otras suman kilómetros debido a sus mudanzas.

Símbolos de Vigo

El estanque central del castillo de O Castro está presidido por una majestuosa obra con la que el escultor olívico Camilo Nogueira quiso rendir tributo a la fuerza de los trabajadores que impulsaron el crecimiento de Vigo. Tres robustas figuras masculinas elevan a pulso el blasón de la ciudad en «Mariñeiros portando o escudo de Vigo», también conocida como «Monumento ao empuxe vigués». Todo un icono que ha pasado a la memoria colectiva de la urbe y sus vecinos.

Muy cerca se halla una de las primeras obras de quien fuera discípulo de Nogueira, Silvino Silva. Con este pequeño monolito llamado «O bico», el artista de Moraña quiso rendir homenaje a otra gran estatua: «El beso» de Constantin Brâncusi.

Fuera del doble cinturón amurallado se erige, con vistas a la ría, otro icono escultórico de Vigo: el monumento a los galeones de Rande, de Desiderio Pernas. Con sus tres anclas y cinco cañones en torno a un estanque, rememora la batalla de 1702 en la ensenada de San Simón en la que la flota anglo-holandesa derrotó a la flota española de las Indias.   

Los moradores de piedra de O Castro: una galería de arte al aire libre

«A muiñeira Etelvina» cubierta por la vegetación bajo la placa histórica de la Avenida Manuel Olivié. Sobre ella, la talla de un peregrino. / Alba Villar

Los vigías de la muralla

Dos diminutas figuras rompen la cresta de la Batería del Couto de la segunda muralla de O Castro. En este saliente, que flanquea la entrada a la fortaleza desde la rotonda del Paseo de Rosalía de Castro, cuelga la placa histórica de la Avenida Manuel Olivié. Bajo ella, los más agudos observadores toparán una pequeña talla de piedra: una mujer con un saco de harina sobre su cabeza y que porta un farol. Es «A muiñeira Etelvina”, de Silvino Silva. Sobre ella se camufla otro minúsculo morador del castillo: un peregrino.

En el paseo que rodea el segundo cinturón amurallado, se apostan otros vigías de piedra como «A pescantina» o «A Peixeira», «Nenos xogando á roda» o «Jóvenes con libros», obras de Camilo Nogueira.

Algo más lejos, en una isla ajardinada del parque infantil casi pasa desapercibida «Cachiño», que representa a una mujer con un bebé en brazos. La artista y pintora Gloria Lorenzo Mur – que catalogó la obra de Nogueira-, apunta a FARO que esta figura es diferente a la talla original, ya que en un traslado se le rompió la cabeza.

La figura femenina está profusamente representada en O Castro. En la entrada principal del castillo nos topamos con «Muller cavilando nas cousas da vida», de un ya maduro Silvino Silva. Un juego de volúmenes y luces que moldean a una mujer sentada que hunde su cara entre sus manos, en actitud ensimismada.

Silva también es autor de otra obra con una ubicación peculiar: en medio del circuito infantil de seguridad vial. En la rotonda se erige «Lazos», con cuatro figuras humanas sin rostro que se entrelazan en un abrazo.

Un pequeño zoológico

Al pie del Paseo de Rosalía de Castro, en la ladera este del castillo, otro estanque preside un espacio ajardinado. En su centro luce la escultura «Cisnes», y en su entorno «Xirafas», ambas de Camilo Nogueira.

Completa este pequeño zoológico de piedra el «Oso». Este animal está graciosamente ubicado junto al parque infantil y frente a las mesas de un pequeño merendero. La talla es obra de José Luis Medina, autor de «Hiena» y «Cabra y cabrito», que lucen en el otro gran museo al aire libre que es la Alameda de Vigo. De hecho, esta era su ubicación original, pero fue trasladado a los pocos años.

Mudanzas

Si el «Oso» se trasladó desde la Alameda hasta O Castro, hubo otro monumento que realizó el camino inverso. Es el caso del homenaje al Manuel Curros Enríquez. Este se erigió en 1911, tres años después de su muerte, como reconocimiento de la especial vinculación del poeta del Rexurdimento con la ciudad olívica, a la que dedicó un poema.

Una iniciativa popular, liderada por la Sociedad La Oliva de Vigo, logró reunir los fondos. La escultura se colocó en la actual Praza de Compostela, pero en 1965 se trasladó a O Castro, al estanque bajo la tenaza del Diamante. Allí estuvo hasta 2008: con motivo del centenario del fallecimiento del poeta, la escultura regresó a la Alameda.

Memoria histórica

Un monolito apostado ante la entrada del primer recinto amurallado recuerda y dignifica a los 136 fusilados por el franquismo entre 1936 y 1942 en el Monte de O Castro. Este «Lugar de memoria» del escultor Marcos Escudero fue impulsado por la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica e inaugurado en 2010.

En el extremo opuesto, la polémica Cruz de los Caídos, que se alza en la escalinata sobre la Avenida de las Camelias. Erigida en 1961 como reconocimiento a los fallecidos del bando franquista, en 1981 se dedicó a todas las víctimas de la Guerra Civil. En 2006 se retiraron todos los símbolos de exaltación del régimen dictatorial.

Los moradores de piedra de O Castro: una galería de arte al aire libre

El monumento al trovador Martín Códax. / Alba Villar

El monumento a Martín Códax, objeto de una ardua rivalidad artística

En la terraza frente a la antigua cafetería Mirador -hoy abandonada-, un gran monolito de piedra horadado sobresale en un estanque. «La ciudad de Vigo a su cantor, Martín Códax, trovador y juglar del siglo XIII. 1967», reza la inscripción de esta obra sin artista. Y es que la rivalidad entre el escultor vigués Raúl Comesaña y el artista de Cangas Xoán Piñeiro marcó el devenir de este homenaje al poeta de las cantigas del Pergamino Vindel.

Los dos presentaron sus bocetos al concurso que la Asociación de la Prensa lanzó en 1958. El de O Hío presentó un barco de vela, propuesta que criticó el cantero olívico: “Su obra no me dice nada. Debe adivinarse la persona de Martín Códax envuelta en aguas. También la música debe aparecer por alguna parte”, censuró. Y esa fue la idea que plasmó Comesaña, y que hoy en día se puede contemplar en la zona de las taquillas del Auditorio de Castrelos.

Finalmente, ninguna de las dos propuestas fue escogida.

Ambos escultores protagonizaron una sonada enemistad y rivalidad artística

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