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"Y entonces nos perdimos", el viaje es la aventura

La narrativa infantil es una de las más cuidadas e interesantes, y gracias a obras tan populares como la saga de "Toy Story" se saben disfrutables por toda la familia. También cómics como "Y entonces nos perdimos"

Una de las ilustraciones de 'Y entonces nos perdimos'

Un grupo de niños corren en sus bicis por un camino de noche. Siguen unos farolillos que discurren río abajo, lanzados en una fiesta tradicional. El grupo de amigos se promete seguir a los faroles, descubrir dónde "mueren". Otro niño les sigue rezagado, no es bien aceptado por el grupo.

Este es el inicio de un viaje. En bici, por supuesto. Pero de la piña de amigos solo uno se mantendrá constante y no flaqueará. Solo uno quiere seguir, desafiando a la sensatez y quizá al miedo, y llegar hasta el final. Uno y aquel que les seguía rezagado, rechazado por el grupo. Y juntos se pierden y comienza el verdadero viaje, la aventura. Una aventura mágica, algo surrealista, un poco flipante en la que conocerán a un gran oso parlante muy educado, cazarán estrellas o escaparán de la casa de una bruja (que no, no es de chocolate).

Lo interesante de la maravillosa obra de Ryan Andrews no es solo la aventura en sí misma. Esta es sugerente, bastante inventiva, con un sabor entre dulce y amargo en sus tonalidades algo sombrías, y llena de momentos mágicos que la emparentan a, por ejemplo, "Los libros de A", la novela de J.L. Badal, o a la imaginación de Michael Ende o "El viaje de Chihiro" de Hayao Miyazaki. Pero como en el caso del escritor alemán o del cine del maestro japonés, la lectura de "Y entonces nos perdimos" (en el sello Astronave, de Norma Editorial) tiene además subtexto, una segunda lectura no menos fascinante. Nathaniel, Nate, es ese niño apartado, rechazado porque es€ lo que sea: infantiloide, raro, tonto o friki. Cada generación lo llamará de un modo distinto pero siempre lo reconoceremos, o nos ha tocado serlo. Es ese niño diferente, rechazado. En el caso de Nate lo asume con una sonrisa casi permanente, mostrando su amistad y admiración por Ben. Ben es uno más de la pandilla, el narrador del relato, de hecho. Le da un poco de vergüenza esta situación en la que "el rarito" le sigue y le trata sin filtros, con alegría, con ganas de demostrar su amistad. Nate es carne de mobbing, en definitiva. Pero ahí están juntos él y Ben, y juntos son los únicos que no desisten. Los demás se rinden, o tienen miedo y dejan su cometido. Solo quedan estos dos niños, pareja en la que uno no acaba de aceptar al otro. Y juntos deciden no dar marcha atrás y el viaje, asombroso, será el mapa para conocerse verdaderamente y forjar una amistad por aquello por lo que tiene que forjarse. Por el conocimiento mutuo, por el respeto y quizá la admiración. No son héroes por salvar el mundo o continuar su epopeya o vencer a brujas y convivir con osos: lo son porque han sabido entender la fuerza de una amistad. Es algo mucho más poderoso que los "qué dirán", y esa independencia les hará crecer.

Así que como en "Momo" (por volver al clásico autor de "La historia interminable") tenemos un relato con mensaje, una lección de vida que va a ser útil para su lector infantil, y que el lector adulto va a agradecer. Su mensaje es positivo, valiente, asertivo y además complejo. ¿Qué más pedimos a un libro o una película o un cómic infantil? Le pedimos que, además de buenas ideas, esté tan bien hecho como "Y entonces nos perdimos".

Ejercicio de estilo

Ryan Andrews ha entregado un libro donde visualmente domina la exquisitez y el cuidado. Lo primero que llama la atención es el magnífico trabajo de coloreado que ha realizado con este cómic. Prácticamente se puede decir que cada escena está dominada por una tonalidad. Y que en términos generales, en el libro dominan los azules, gamas frías para pasajes algo melancólicos, misteriosos. Los momentos de tensión suelen coincidir con paletas más cálidas, que ofrecen una sensación de peligro más o menos latente, velado.

Además cada página está, en su composición, bellísimamente equilibrada, un tangram al servicio de una narración eficaz, clara y sin piruetas excesivas (hablamos de lecturas a partir de nueve años) que de vez en cuando se permite el lujo (importante dentro de la narración) de bellísimas imágenes a doble página. El cómic, de más de trescientas páginas, está articulado en varios capítulos pero también sabe modular la lectura gracias a estas "splash" enormemente llamativas, visualmente poderosas.

Y la aventura está contada con un narrador, en primera persona, que afortunadamente solo hace acto de presencia en ocasiones puntuales, necesarias. En general el relato se articula visualmente y a través de unos fabulosos diálogos, capaces de definir a personajes tan bien concretados por lo que dicen como por la expresividad (o su ausencia, en el caso del oso). El dibujo de Andrews es en este sentido magnífico también.

"Y entonces nos perdimos" es una lectura más que recomendable para niños. Y para no tan niños. Como el mejor cine de los Estudios Ghibli su virtud es la de poder abarcar a todos los públicos, ofrecerles una historia maravillosa y un acabado general absolutamente hipnótico que convierten a este cómic en un objeto intergeneracional.

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