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Viñetas y terror, maridaje bien avenido

Algunos títulos recientes y reediciones clásicas vuelven a traer al terror como género de moda en el cómic

Una imagen de "Guideon Falls".

¿Asusta un cómic? ¿Puede hacerlo? Algunos recordarán aquellas historietas cortas, truculentas, en revistas como "Creepy", donde el final sorpresa venía a deshacer (o ampliar) entuertos de crímenes y monstruos muy monstruosos. Aquello no asusta. Pero en los años ochenta un tal Alan Moore bien acompañado por autores gráficos como Stephen R. Bissette, Rick Veitch o John Totleben iluminaron a toda una generación. Con "La Cosa del Pantano", una obra ya clásica (que puedes encontrar en reediciones castellanas de la mano de ECC) donde el horror está en el clima, la sugerencia, la turbación a través de conceptos como hacer de la menstruación una pulsión rechazada. O de la alegría por el uso de armas de fuego en Estados Unidos, una ominosa historia de casas encantadas.

No te asusta, en un cómic, el giro, el golpe o lo explícito. No es cine. Lo hace esa intersección entre la sugerencia velada proveniente de la literatura, y la exposición obscena procedente de la ilustración.

En ese camino se mueve en mejor cómic de terror. Mucho antes que Moore, Bissette y compañía, Alberto Breccia, maestro de la experimentación, ya lo había demostrado. Astiberri reedita "Los mitos de Cthulhu" (con una calidad de reproducción fabulosa, lo cual, verá el lector cuando hablemos de Breccia a continuación, no es baladí decirlo y acentuarlo). Un trabajo donde el autor de "Mort Cinder", ese clásico del cómic para adultos adelantado como diez años a su tiempo, consigue plasmar los horrores cósmicos y extenuantemente detallistas de H. P. Lovecraft. Pero lo hace desde algo así como la abstracción. O cuanto menos el cubismo de unas imágenes grotescas, turbadoras, físicas pero inasibles.

Es verdad que la destilación de los textos originales (por el poeta Norberto Buscaglia) para esta versión en viñetas de 1974 se nos puede antojar hoy€ espesa. Y sobre todo innecesaria ante el portento gráfico, la imaginación atroz de Breccia. Pero la obra se sostiene por encima de cualquier posible circunstancia e incluso peros. Hay veces (pocas) en que la magnitud de una de las partes de una obra se sobrepone al todo. La categoría narrativa y la capacidad malsana de estos relatos se nutre de las miras avant-garde del ilustrador: collages, utilización de fotografías manipuladas (nada de Photoshpo, seguimos en 1974), el monotipo€ generan imágenes como pocas veces ha dado el cómic. Feroces frotaciones de la mirada ante el horror.a vez que volvemos a escucharlas.

El terror mes a mes

Otro trabajo interesante ha sido "Guideon Falls" (también editado por Astiberri, dos libros, de momento). Reconoceré que su guionista Jeff Lemire no figura entre mis preferencias. Su mirada posmoderna hacia el género de los superhéroes, de revisionismo "cool" al revisionismo friki de Busiek filtrado por el revisionismo (qué cansancio tanta revisión) posmoderno de autores como, mire usted, Alan Moore, se me gasta rápido entre las manos. No me convence.

Sin embargo, en "Guideon Falls" se ha concentrado en un relato de terror sobrenatural inquietante. Y funciona. Puede que gran culpa de ello sea el ambiente asfixiante que consigue el italiano Andrea Sorrentino. Sus imágenes de referente fotográfico se inscriben en angulaciones expresionistas de pesadilla, y en entintados brumosos de duermevela chunga. El color es un logro: consigue una expresividad muy eficaz. Y volviendo al guión, Lemire propone un relato cercano al terror psicológico como antesala del sobrenatural. Un toque muy propio de Stephen King, pero en una historia-río. Una que se cuece lentamente, mes a mes en su formato original norteamericano, dejando respirar a sus personajes, desarrollándolos en un pequeño tapiz turbio. En un principio inconexo y poco a poco, descubrimos, entrelazado.

Imágenes desasosegantes donde no sabemos bien "qué demonios...": seguimos en la senda del buen cómic de horror.

"Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae"

  • La frase, recuerdan, la pronunciaba el Drácula de Coppola. El vampiro es y será el rey tenebroso del género. Ni zombis "a la moda" ni fantasmas de Iker Jiménez. Los no muertos, las criaturas más majestuosas y animales, entre la pompa versallesca y la animalidad más radical, tienen un no sé qué hipnótico.Emily Carroll no es ninguna novata en el arte de plasmar el miedo en cómics, pero con "La noche que llegué al castillo" ha entregado un "hit" instantáneo del género. En sus páginas de argumento mínimo tenemos literatura victoriana, romanticismo decadente, horror gótico del palo de Bram Stoker ("Drácula"), mezclado en una pirueta fascinante con el voluptuoso terror japonés y sobre todo su vertiente ero-guro: lo grotesco y lo erótico en amalgama muy salvaje.Carroll no es tan físicamente despiadada como los nipones (quien haya osado catar las barbaridades inenarrables de Shintaro Kago sabe de qué niveles hablamos) pero sin duda su relato contiene escenas de una fisicidad feroz, alegremente feroz, diríamos. Sin embargo, antes de llegar a este clímax su relato atraviesa decadencia romántica, primeros planos de colmillos libidinosos, amenazas oscuras, baños tibios lujuriosos y laberintos que se vuelven palabras o viceversa.Una nueva joya a añadir en el collar de cómics que nos dejan con un nudo en el corazón. Tan hermoso gráficamente como desazonador, a través de un dibujo naif que hasta se permite el guiño de usar, como aquellos tebeos de antes, a animales antropomórficos para su historia de vamps inhumanas y jovencitas valientes con intenciones beligerantes respecto a los monstruos.

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