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Vivir como Wharton

La casa de la escritora, en Newport, fue diseñada a finales del siglo XIX por el arquitecto John Sturgis

Chimenea en el comedor.

Exquisita, refinada y rodeada de un marco natural privilegiado. Así es la casa de Newport (Rhode Island) que perteneció a la escritora Edith Wharton y que ahora se vende por más de once millones de ¬euros. "Land's End" ( "El Fin de la Tierra") es el nombre de la mansión de verano de la autora de "La edad de la inocencia" y "La casa de la alegría". Fue diseñada a finales del siglo XIX por el arquitecto John Sturgis. La novelista realizó numerosas renovaciones cuando compró la extensa finca, que también fue el hogar de la legendaria Marion "Oatsie" Charles.

Cuando los Wharton se mudaron, hacia 1890, descubrieron que era "una casa de madera, fea, pegada al océano Atlántico". A pesar de las críticas, no les importó pagar por la propiedad unos dos millones de euros de la época.

Con la ayuda de su amigo el arquitecto Ogden Codman Jr. Wharton revisó la finca y eligió una estética más sobria, claro está, dentro del concepto de sobriedad que

imperaba en aquellos tiempo. "Codman compartió mi disgusto por estos excesos suntuarios, y pensé que al igual que lo hice en el exterior, la decoración interior debería ser simple y arquitectónica", escribió Wharton. La autora no quería una casa ostentosa al estilo de sus vecinos Vanderbilt, que no compartían los criterios de la entonces recién llegada a una de las áreas residenciales del mundo con más millonarios por kilómetro cuadrado. Codman nació en Boston en 1863, entre 1875 y 1884 vivió en Francia con su familia y estudió Arquitectura en el MIT. Logró dar un aire diferente a la casa, que cuenta con doce habitaciones, nueve cuartos de baños, edificio de servicio y un espléndido jardín. En el libro "Curtain Wars: Architects, Decorators and the 20th century Domestic Interior", Joel Sanders explica que lo común en esas épocas era que los interiores de las casas de las clases altas fueran "vestidos" (outfited) no por los arquitectos que las diseñaban sino más bien por tapiceros, comerciantes que supervisaban las actividades de artesanos como ebanistas y tejedores de tapices. A finales del siglo XIX apareció en escena la nueva figura, el decorador profesional, que solía ser autodidacta.

la mujer y el pantalón vaquero que perdura hasta la actualidad y promete continuar.

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