Es difícil ver "Dolor y gloria" sin pensar en cuánto del Almodóvar real, está en la película. Un autor tiene algo de criminal: suele dejar un rastro en su obra, pero esta vez es un rastro buscado, una autoficción que suena a querida y hasta a juego, contada con una discreción y mesura que reflejan la serenidad del realizador, que halló en Banderas al alter ego perfecto. Todo eso se transmite al espectador.
Además, el protagonista es, sobre todo, memoria, pero es desde su intersección con el presente donde salda cuentas con su pasado y consigo mismo sin caer en la estridencia y con un elevado componente de nostalgia entre el niño que fue y el hombre que es, confeccionado de retales de "dolor y gloria".