"Mi obra maestra" es una de esas películas que gusta a (casi) todo el mundo, aunque su trazo grueso la expulse del olimpo de las inmortales y le reste puntos con respecto al anterior trabajo de Gastón Duprat, "El ciudadano ilustre". Aun no siendo una obra maestra, es capaz de reconciliar de forma digerible y amena las críticas ácidas (en este caso sobre un blanco fácil, el mundo del arte) con una buena dosis de sonrisas y el punto justo de drama. En un mundo cada vez más propenso a recortar, no solo fondos, sino también palabras, su simpática incorrección es bienvenida y además está respaldada por la química y el arte de sus dos protagonistas, Guillermo Francella y Luis Brandoni.
Hacer reír es un arte