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Para ser feliz hay que comer perdiz

Cuando llega el frío y la temporada, la perdiz es plato estrella de los fogones. Sabrosa y versátil, a su paladar suma su historia de cuento asociada a la felicidad

Perdiz al modo de Casa Tito

No solo es que la expresión "fueron felices y comieron perdices" permita la rima fácil, sino que la frase está asociada a un tiempo en el que el plumífero era caro manjar que solo podían permitirse las gentes de alcurnia. Pero no hace falta ser príncipe o princesa para degustar esta exquisitez propia de la época, de carne firme y tersa e intenso sabor que admite gran variedad de preparaciones.

El plumífero relacionado con la felicidad permite gran versatilidad en la cocina. Las posibilidades son tan amplias como la creatividad permita, ya que pueden comerse frías o calientes, en paté, asadas, confitadas, escabechadas, estofadas, deshuesadas y rellenas, entre otras muchas recetas.

Baja en grasa, la perdiz es ideal para todo tipo de dietas. También son muy apreciados sus huevos, sin aporte de colesterol, y con numerosas propiedades y vitaminas. Durante la Edad Media, la perdiz y la codorniz fueron las carnes más consumidas, aunque las primeras referencias escritas datan de mucho antes, del siglo I, en el famoso libro de recetas del romano Apicio.

Aparte de manjar, esta pequeña gallinácea goza de amplia literatura. Emilia Pardo Bazán incluye en sus recetarios un plato de perdiz con ostras, y Álvaro Cunqueiro le dedica largos párrafos: "En el pasado siglo llegaron a Galicia muchas recetas referentes a la perdiz (...). Se hacen perdices albardadas, a la catalana -la receta la habrían traído los catalanes de las salazones-, con repollo, con chocolate..." Y terminaba el genio mindoniense en "La cocina gallega" diciendo que, asadas con fuego de sarmientos, "forman parte del paisaje dorado del otoño".

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