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El dilema

El sacrificio de un ciervo sagrado

Yorgos Lanthimos firma una de sus mejores películas

Barry Keoghan y Colin Farrell en "El sacrificio de un ciervo sagrado".

Es fácil imaginarse a Haneke y a Lanthimos intercambiar en el último festival de Cannes una gélida sonrisa de complicidad retándose a ver quién es más retorcido y traumatiza más al espectador. Y eso que faltaba Trier. El griego, que firma una de sus mejores películas, ganó en premios y en generación de desasosiego. Y lo hizo con otra incursión provocadora, surrealista y atroz en el sacrosanto mundo familiar, ese en el que resulta inapropiado preguntarle a un progenitor a cuál de sus retoños prefiere. El resultado es una tragedia de terror moral, enigmática y perturbadora, pero de una gran belleza. Es de agradecer que el cine todavía plantee dilemas complejos.

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