No hace falta ser cirujano para entender la relevancia de la precisión ante un paciente con el pecho abierto al que se le va a trasplantar un corazón. Pero tal vez mostrar todo el proceso e intentar reflejar qué ocurre cuando un ser que tenía la vida por delante puede regalarle años de propina a otro que ya había dejado atrás buena parte de la suya no necesite la meticulosidad de la película de Katell Quillévéré. La francesa quiere enseñar cómo tras cada rostro hay un ser que siente y que está conectado al resto, pero el resultado es más una campaña de donación que una película emocionante, pese a su belleza, corrección y buenos actores. A algunas les sobra melodrama y a esta le falta un poco.
