Ahora que está de moda inquietarse por las precauciones que hay que tomar en caso de apocalipsis zombi, no está de más repasar la última película de Álex de la Iglesia, una gamberrada que recuerda a sus primeros tiempos excesivos y truculentos perpetrada con la complicidad de actores que parecen divertirse, entre ellos un Mario Casas fofo y hipsterizado al que le sienta bien reírse de sí mismo. Hay mucho humor en esta esperpéntica comedia donde las escenas se suceden a un ritmo demoníaco, por eso de no perder la costumbre, y en la que, como siempre, sale a relucir lo peor del ser humano. Su gran defecto es que empieza mejor de lo que termina.
