En la mente del asesino

El Premio Nacional Antonio Altarriba vuelve a la actualidad con su nuevo cómic junto al dibujante Keko, una disección de las pasiones más oscuras del alma humana

En la mente del asesino

En la mente del asesino

Octavio Beares

Enrique Rodríguez es un profesor de Historia del Arte de la Universidad del País Vasco. En la cúspide de su carrera, sus teorías y caminos de investigación están en boga y parece tenerlo todo. Sin embargo lo primero que le vemos ejecutar, en la lectura de Yo, asesino (Norma Editorial), es un brutal asesinato a sangre fría mientras como narrador nos confiesa que matar no es un crimen, es un arte. De este modo casi feroz la obra nos ubica en su interior y nos revela que lo que Antonio Altarriba y Keko van a ofrecernos es un descenso insano a los abismos retorcidos de un individuo, llevado por su teorización del arte a cruzar los límites del crimen.

"Yo, asesino" retrata a un serial killer autóctono alejado de los tópicos. Un erudito, conocedor de la historia del arte, socialmente bien situado que, con un razonamiento quirúrgico y terriblemente lúcido, azuza al criminal interno y justifica la atracción por lo prohibido. Mientras, en su "identidad secreta", lidia con las miserias y políticas de los laberintos académicos, los despachos universitarios, los simposios y congresos, los egos del profesorado, las relaciones con el alumnado, el mantenimiento de una revista académica en permanente guerra de intereses, etcétera.

En la mente del asesino

En la mente del asesino

El retrato criminal puede ser interesante, pero lo es más aún el ajuste de cuentas del profesor Altarriba. Catedrático de literatura francesa en la Universidad del País Vasco, el guionista se despacha a gusto contra todo el encorsetado politiqueo universitario, las rencillas, las puñaladas (no las literales de Enrique, las que se asestan entre profesores y departamentos) y las miserias del mundo académico en un entorno definido, un País Vasco de enorme tensión. Lo hace desde el humor más socarrón, de vuelta de todo, retratando un esperpento del que se ríe a gusto. Le sienta muy bien a Yo, asesino: un discurso de denuncia plana sería demasiado fácil, y aunque la obra es inteligente y provoca una lectura rica y adictiva, también se cae a veces en excesos de transparencia. No deja lugar a interpretaciones libres. Por eso el humor y la ironía son importantes, al obligarnos a hacernos preguntas.

Por otra parte la zona más sádica y criminal consigue siempre una lectura turbadora. El recurso gráfico de emplear, en un cómic en blanco y negro, el color rojo para determinadas escenas es algo tan sencillo como eficaz en los momentos sanguinolentos, logra una crudeza impactante. Otro recurso llamativo, menos logrado, es la solución gráfica para la reproducción de cuadros. Muy numerosos (hablamos de profesores de arte), llega a despistar al lector, nos saca de la lectura. Afortunadamente es un pequeño "debe" en los muchos "haberes" de Keko, quien realiza un trabajo de dibujo detallista, expresionista y atmosférico, con una planificación de página exacta, manejando el ritmo de una lectura que, pese a su mucha densidad, es fluida y adictiva.

Intenso, plagado de humor negro y de una factura visual impactante, "Yo, asesino" es un retorno, tras el premiado "El arte de volar", que mantiene al guionista en el foco de atención merecida, y nos recuerda que Keko es uno de nuestros grandes autores, un histórico que lleva décadas iluminando historias (u oscureciéndolas, quizá) y que en este trabajo nos hunde en atmósferas malsanas y en un paisaje urbano real que logra convertir en pesadillesco sin dejar de ser reconocible.

Mérito del dibujante, además, es la carambola de dotar al asesino de los rasgos del guionista, pirueta que redobla tanto los significados del cómic como el golpe de humor sórdido que impregna la lectura.

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