El 25 de marzo de 1882, a escasos kilómetros de la frontera de Galicia, se ponía en marcha el primer funicular de la Península Ibérica. Fue una revolución. 140 años después, sus dos vagones continúan subiendo y bajando. Y lo hacen como antaño. Sin interruptor alguno. Sin rastro de corriente eléctrica. Con la misma fuerza ecológica con la que nació y que lo convierte en una joya única en el mundo. ¿Su motor?: agua y gravedad. Nada más.