Una mezcla entre miedo y fascinación es lo que generan desde hace dos siglos entre los más pequeños y los que no lo son tanto. Una mágica sensación difícil de explicar desde dentro y fuera de las armazones que sostienen una de las tradiciones más queridas para los baioneses, que engancha. Tanto a los cientos de personas que ayer acompañaron a los gigantes y cabezudos en su regreso a las calles tras dos años de parón por la pandemia como a los propios integrantes de la comparsa más arraigada de Baiona, que no veían el momento de volver a bailar con más energía que nunca por el casco histórico.