El dolor de espalda es uno de los problemas médicos más difíciles de manejar. Muy pocos se deben a causas que podamos identificar. En esos casos suele haber manifestaciones clínicas que los señalan y conducen al médico a realizar un diagnóstico.

Sin embargo, la inmensa mayoría de las veces el dolor es bastante inespecífico, de ahí que se denomine así. En un intento de caracterizarlo se puede decir que suele aparecer tras un esfuerzo, aunque no siempre, y no es obligado que la localización se reduzca a la espalda: no es raro que se note también en los glúteos e incluso llegar a los muslos, y eso no quiere decir que esté afectada la raíz nerviosa por una hernia.

Lo normal es que mejore con el reposo, especialmente tumbado, y que empeore si se tose, estornuda o se hace esfuerzos con la espalda. Y es importante el pronóstico: en general mejora en aproximadamente una semana. Lo malo es que en algunos casos puede ocurrir una recaída bien de la misma forma o con pequeños dolores que vienen y van. Cuando las características del dolor son así, no hay que hacer ningún estudio, nada aporta un TAC o una resonancia magnética y menos una radiografía. El mejor tratamiento es mantener la actividad tanto como se pueda y tomar un antiinflamatorio.

Unas pocas veces el dolor se debe a una irritación o compresión de los nervios. Se notarán problemas sensoriales y motores. En esas circunstancias y sólo si el médico valora la necesidad de hacer cirugía, hay que realizar estudios de imagen tipo resonancia magnética. Y menos frecuente se debe a una enfermedad general, puede ser un cáncer que afecta a los huesos.

No es raro que si el dolor es muy fuerte o no cede en unos días el médico acabe recomendando inyecciones de cortisona. Hay una base científica para ello: esta hormona tiene una buena capacidad antiinflamatoria y, como parte del dolor puede ser por inflamación, se ataca de esta forma la raíz del problema.

Hay muchos estudios que evalúan su utilidad y todos coinciden en que no hay ninguna prueba sobre su eficacia. Menos frecuente, tanto porque la técnica es más difícil como por las posibles complicaciones, es inyectar cortisona en el interior de la columna vertebral. Suele recomendarse cuando hay señales de afectación radicular, bien por una hernia o por el difuso y confuso síndrome de estrechez del canal.

Hay muchos estudios que demuestran que son tan eficaces, o ineficaces, como una inyección de suero fisiológico, ¿por qué se sigue usando la cortisona, bien en inyecciones intramusculares o en el propio canal vertebral? La respuesta es bien fácil. Tanto los pacientes que obtuvieron mejoría como los médicos que la observaron refuerzan la creencia en su eficacia. Pero no se dan cuenta de que no es más que el resultado de la evolución natural. Uno ve sólo lo que encaja en sus expectativas: la curación la atribuye a la intervención y si no mejora considera que es una mala respuesta al tratamiento.

Se calcula que unos 13.000 pacientes fueron tratados con inyecciones en la columna vertebral en pocos días en EEUU con este medicamento contaminado. Eso es sólo la punta de un iceberg, pues hay muchos otros fabricantes que comercializan este preparado. El número anual que sufre un tratamiento inútil y potencialmente perjudicial puede ser enorme. En este caso el daño es mucho mayor por un descuido en la cadena de producción del fármaco. Cuando escribo esto ya hay once muertes por meningitis. Un accidente nos enseña que hay una práctica de baja calidad muy extendida en EE UU y quizás en España.