La pérdida masiva de empleos, las prestaciones sociales que se agotan después de más de cuatro años de crisis, familias en las que ninguno de sus miembros tiene ya ingresos fijos, hijos que vuelven al hogar familiar tras haberse independizado, jóvenes bien formados que no encuentran trabajo ni de becarios, ancianos que tienen que ayudar con sus magras pensiones a que hijos y nietos puedan subsistir, la presión cada vez más insoportable de quienes trabajan y pende sobre ellos la amenaza del despido, los horarios cada vez más largos provocados por la reducción de personal, el recorte de salarios que deshace presupuestos familiares ya muy ajustados, los autónomos que ven cómo sus empresas se agotan por falta de clientes y de crédito, los comerciantes desesperados tras el mostrador porque muy poca gente entra a comprar, familias atenazadas por el pavor a que les desahucien de sus casas porque no pueden pagar la hipoteca... ¡para qué seguir!

Todo un mundo se ha derrumbado casi de un día para otro. En poco menos de un lustro, la sociedad española ha pasado de la opulencia (no todos), de vivir por encima de sus posibilidades (no todo el mundo) con la impresión de que la espiral de crecimiento no se rompería nunca a una pérdida generalizada de riqueza, al agobio de quedarse sin empleo, sin ahorros e incluso sin casa, a la perspectiva cierta en algunos que nunca lo imaginaron de casi no tener qué comer y haber de recurrir a la caridad.

Médicos, sociólogos y psicólogos coinciden en que una de las consecuencias de toda esta desolación es el incremento de enfermedades como la depresión, la ansiedad o el estrés. Crece el consumo de ansiolíticos, de pastillas para combatir el insomnio. No es para menos, desde luego. La doctora en sociología por la Universitat de Valencia, María Eugenia González, considera que ciertos trastornos mentales están directamente asociados con el nivel de ingresos de cada persona.

González precisa a continuación que las encuestas "muestran que hay una relación entre salud y trabajo". Así, "quienes tienen trabajo retribuido tienen mejor salud que los parados o las amas de casa". Y es que el paro "altera la visión que tiene uno de sí mismo y también las relaciones familiares y la convivencia". La pérdida de ingresos "es básica, porque merma la calidad de vida y acerca el peligro de exclusión social". Pero no todo es dinero, asegura esta socióloga especializada en temas de salud, porque perder el trabajo comporta también la pérdida de las relaciones laborales, el contacto con los compañeros de trabajo, con las personas con las que uno se interrelaciona a través de su empleo y ello puede desembocar en el "aislamiento social".

Las magnitudes del desastre se pueden intuir observando la evolución del paro desde el inicio de la crisis. En septiembre de 2007, cuando ya había estallado el escándalo de las hipotecas basura, había en España dos millones de personas registradas en las oficinas de empleo. Justo cinco años más tarde esa cifra casi se había duplicado hasta alcanzar los 4,7 millones. Es decir, en un lustro, el número de españoles que se encuentra sin empleo ha aumentado en 2,7 millones. los datos de la encuesta de Población activa (ePa) conocidos el viernes son más aterradores, porque en ese mismo período de tiempo se ha pasado de 1,7 a 5,7 millones de desempleados: cuatro millones más. Por tanto, teniendo en cuenta las valoraciones de la socióloga González y los datos anteriormente mencionados, no es de extrañar que los médicos de familia hayan detectado un incremento considerable en el número de pacientes con depresión y ansiedad desde que se iniciara la crisis.