A las 3 de la madrugada serán las 2. La madrugada del próximo domingo 28 de octubre, los relojes se atrasan una hora para alargar la luz del día. Hay quienes afirman que este ajuste afecta al ritmo biológico, pero existen pocas evidencias científicas al respecto.

Aunque hoy en día la gran mayoría de los seres humanos hayan dejado de depender de la luz natural para organizarse el día, más de 70 países industrializados de todo el mundo -a excepción de Japón- cambian el horario dos veces al año para "reducir el consumo energético global", según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE).

La medida se adoptó por primera vez durante la Gran Guerra de 1914 para ahorrar carbón y se reintrodujo para amortiguar las consecuencias económicas de la crisis del petróleo en la década de los 70. En España entró en vigor en 1974. Así, el reloj se adelanta el último domingo de marzo para alargar el día y, al contrario, se retrasa el último domingo de octubre para ganar luz por la mañana.

Hay estudios científicos que miden el ahorro energético que supone. Otras investigaciones valoran su influencia en los infartos de miocardio y los accidentes laborales y viales, pero los resultados son, hasta la fecha, poco concluyentes. Los expertos del Instituto Nacional de Salud y Bienestar de Finlandia, que presta gran atención a estos temas, lo reconocen: "Se sabe poco sobre la influencia del cambio horario en los ciclos vigilia-sueño".

Resultados poco concluyentes

Un equipo de investigación del organismo finlandés, liderado por Tuuli A. Lahti, evaluó las consecuencias del cambio de hora en la seguridad vial. Durante 27 años recogieron datos para comparar los accidentes de tráfico los días anteriores y posteriores al ajuste horario. Los resultados no fueron significativos. La conclusión es que no hay efectos probados sobre los siniestros en carretera ni a corto ni a largo plazo.

Por su parte, los suecos han estudiado la incidencia de los infartos de miocardio durante los siete días posteriores al cambio horario a partir de datos del registro nacional. Los resultados, publicados a principios de año en Sleep medicine, se expresan con cautela: "La evidencia limitada sugiere que estos cambios tienen una influencia a corto plazo sobre el riesgo de infarto agudo de miocardio".

Donde sí hay consenso es respecto a su influencia en la falta de sueño. Ésta afecta especialmente a los profesionales que se enfrentan a situaciones de riesgo. En Estados Unidos, Christopher M. Barnes y su equipo afirmaron en Journal of Applied Psychology que el día posterior al cambio horario de verano había más accidentes laborales y eran más graves.

En ese sentido, los datos del sector minero entre 1983 y 2006 fueron determinantes: entre los trabajadores que durmieron 40 minutos menos hubo un 5,7% más de accidentes. Los investigadores creen que "este tipo de cambios horarios ponen al trabajador en una situación en la que es más fácil que se lesione y que estas lesiones sean más severas, incluso acaben en muerte".

En cualquier caso, lo cierto es que el próximo domingo 28 de octubre a las 3 de la madrugada habrá que sincronizar los relojes y girar las agujas en sentido contrario, hasta colocarlas en una hora menos.

Cada persona, un reloj biológico

Uno de los patrones oscilatorios más evidentes que afecta al reloj biológico es el marcado por los ciclos de luz y oscuridad que se derivan de la rotación de la Tierra. Estos dibujan el cronotipo de cada persona y establecen en qué momento del día el organismo está más activo.

El doctor Thomas Kantermann publicó en Current Biology que "el sistema circadiano humano no se ajusta al horario de verano", después de comprobar en 55.000 individuos que el tiempo de sueño en los días libres -al margen de la dictadura de los horarios- no seguía el patrón estival.

"Tras el cambio horario de primavera la duración del sueño disminuye entre 30 minutos y una hora", calcula para SINC el doctor Juan Antonio Madrid, del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia. Con más precisión añade que "la reducción en la eficiencia del sueño es de aproximadamente un 10%".

Si se compara la adaptación a los dos cambios horarios anuales, el de otoño se tolera mejor que el de primavera porque "la tendencia del reloj biológico suele retrasarse unos 30 minutos cada día", por eso el ajuste estival "conlleva una mayor intensidad y duración de los trastornos de sueño", dice el doctor Madrid.

"Pasamos de tener un día de 24 horas a tenerlo de 23 y la presión de sueño es por la mañana", afirma la neurocientífica de la Universidad Autónoma de Madrid, la doctora Isabel de Andrés.

Por otro lado Xurxo Mariño, neurocientífico de la Universidade da Coruña, discrepa de sus colegas porque según él, "cualquier perturbación que se deba al cambio de hora es realmente muy pequeña". A modo de ejemplo dice que "quedarse una noche viendo la tele dos horas más de lo normal ya supone un cambio mayor".

La doctora De Andrés, por su parte, insiste: "Hasta que no nos adaptemos al nuevo horario, nuestro reloj interno nos pedirá ir a dormir una hora después que la hora que marca el reloj externo".

Desequilibrios en el ritmo biológico

Un cambio horario no es la única causa que desajusta nuestro reloj. Hay otras que actúan con más violencia, como el jet lag tras un vuelo transoceánico. También los cambios frecuentes en los turnos de trabajo. Y, sobre todo entre los más jóvenes, "los fines de semana sin dormir suponen una alteración del ritmo circadiano y la privación del sueño", puntualiza De Andrés.

Desde Galicia, Mariño apunta que un cambio horario "probablemente no afecte gran cosa si lo comparamos con la perturbación permanente que supone nuestro ritmo de vida actual".

Esto significa que quizás el domingo por la noche sea más complicado conciliar el sueño, y levantarse el lunes por la mañana puede resultar más duro de lo habitual. Pero según Mariño, "el organismo se adapta rápidamente a estos cambios y le costará levantarse como cualquier día en el que haya tenido que despertarse una hora antes de lo normal".