Aunque insiste en resaltar una inapreciable barriguilla que dice tener, Julio Bocca, cumplidos los 50, se mantiene en impecable forma. Argentino de Munro, adolescente prodigio de la danza, se lo rifaron en los mejores teatros del mundo -del Bolshói a la Ópera de París-, desde que Baryshnikov le fichó para el American Ballet Theatre con apenas 18 años. Tras despedirse de los escenarios hace una década, en una velada memorable para la historia de la danza, dirige el uruguayo Ballet Sodre, de titularidad pública, que se ha convertido en la niña de sus ojos.

"El sistema actual no inculca valores como el compromiso o el amor al trabajo. Si pones límites, eres un represor y si no lo haces, desaparece el respeto necesario entre unos y otros"

¿Qué es lo mejor de esta nueva etapa de su vida?

Reencontrarme con los sitios. Estuve recientemente en el Liceu de Barcelona; hacía mucho que no paraba allí. Hicimos un lleno total, sonó la orquesta maravillosamente, lo técnico funcionó perfecto. Algunos bailarines era la primera vez que veían Barcelona o incluso que viajaban en avión y estaban fascinados. Ahora me nutro de esos momentos.

¿Todavía le conmueven los aplausos?

Sin duda. Pero no los recibo igual que cuando era primer bailarín. Ahora estoy en otro momento. Soy el soporte de una compañía de más de 70 personas y considero ese reconocimiento como resultado de una labor en equipo, aunque sé que, de algún modo, tiene que ver con la historia que tengo detrás.

¿Qué le inspira cuando está preparando una producción?

La música es fundamental; porque luego hay quien dice que sueña imágenes y trata de plasmarlas en el escenario y muchas otras cosas más. Yo busco la emoción y, a veces, me inspiran los recuerdos.

¿Nunca tuvo la tentación de crear una coreografía?

Nunca. No me gusta. Debo de ser uno de los pocos exbailarines que no lo hace. No es ahí donde encuentro las emociones que sentía cuando bailaba.

¿Las encuentra en la gestión?

Pues aunque parezca una locura, en parte, así es. Hay que quitarse de encima los complejos de inferioridad de la cultura hispana frente a las demás. Esta compañía, hace siete años, casi no existía. Tenía apenas funciones y muy pocos bailarines que la mantenían a flote con enorme esfuerzo. Eso con la danza ocurre siempre: el esfuerzo es la palabra clave. Para mí todo esto es nuevo e ilusionante y el resultado es muy alentador. Pero como se trata de una compañía de danza estatal hay cosas que me aburren hasta el hartazgo. Largas reuniones para hablar de cosas como una ­lamparita que se fundió. La ­burocracia es capaz de acabar con la ilusión de cualquiera. Pero no con la mía. Tengo mi libertad porque no dependemos sólo del Estado, pero como organismo público no debemos perder ­dinero. Es una razón importante para ofrecer el resultado de ­nuestro esfuerzo conjunto al máximo.

El bailarín argentino asegura que todavía le conmueven los aplausos pero ahora los disfruta tras el escenario

¿Por qué cree que la cultura está tan expuesta a vaivenes de todo tipo?

Porque es algo que obliga a un gran ímpetu para mantenerla viva y excelente. Y eso exige disciplina y mucho trabajo, inspiración y talento. El artista siempre debe buscar lo extraordinario. Siento que muchos bailarines jóvenes no disfrutan de la oportunidad que se les brinda y no absorben al máximo sus posibilidades. En la compañía todos tienen entre 18 y 26 años, sueldo y 90 funciones al año. Cada una es un reto que merece la pena. Pues se agobian y a veces les faltan ganas.

¿Lo ve como algo generacional?

En cierto modo, sí. La crisis económica, la pérdida de valores y referentes, todo ha tenido que ver pero además confluyen otras cosas. Es una generación difícil; tiene incontables estímulos, pasan a su alrededor demasiadas cosas que tiran de su atención, pero no todas son importantes y mucho menos prioritarias. Muchos creen que lo tienen todo hecho y casi por derecho. Ojo, no digo que está mal. Simplemente es diferente. Como director estoy aprendiendo mucho sobre cómo tratar y conectar con ellos, pero hay algo que está por encima de todo eso. El artista necesita amar apasionadamente lo que hace y ser capaz de esforzarse y concentrarse en ello si busca esa excelencia que le define como tal. Si además estás apoyado por el dinero de la gente, más todavía.

Da un punto de vista sobre los problemas de la cultura desde la cultura. Sin echarle la culpa a los gobiernos. Qué insólito.

Los gobiernos siempre van a dar más o menos, pero debemos aprovecharlo todo y demostrar lo que somos capaces de hacer. Que, cuando venga el siguiente, no te pueda cerrar porque tendrá al público en contra. Nosotros, en Uruguay, lo hemos mostrado. Hemos vendido entre 15.000 y 25.000 entradas por espectáculo. En Montevideo, con una población de tres millones, nos han visto más de 200.000 personas. Esa es una medalla que todo gobernante se quiere poner. Por otro lado, depende del artista. A veces no tener apoyo te sirve para hacer cosas más a pulmón pero con la satisfacción de no deberle nada a nadie. De todos modos, debo decir que el caso de España es diferente.

¿En qué sentido?

Me da lástima que no se apoye la cultura con los grandes talentos que tienen en todos los campos. Eso debe tener el respaldo de todos los partidos políticos, pero no parece que ese momento llegue. Yo, por eso, no me quejo. Nosotros ahora salimos al extranjero, tenemos unas críticas muy buenas, el país se siente bien representado. Es la primera compañía latinoamericana de danza clásica que llega al Liceu de Barcelona. Hay logros importantes de los que me siento satisfecho.

¿Cuál es su relación con la belleza que, desde niño, ha estado a su alrededor?

No lo había pensado. Supongo que forma parte de mi vida y, de algún modo, aunque la percibo, la doy por natural. No he sido bailarín de mirarme al espejo sino de estar 15 horas sudando. La belleza de un bailarín reside en su interior; es mucho más importante ser capaz de transmitir y emocionar. En algún momento de mi niñez amé la danza. Mi madre era profesora de baile, mi abuelo era italiano, venía con toda la música del mundo como equipaje: la ópera, los conciertos... En casa había ambiente; a mi hermano le gustaba pintar y hacía cosas maravillosas, pero los amigos lo cargaban y acabó dedicándose a conducir un autobús€

Y usted perseveró, a pesar de lo mal visto que estaba que un hombre fuera bailarín€

Yo era mucho más duro. Mi hermano, más sensible. A mí no me importaba, tenía una fuerza interior y era mucho más potente el amor que tenía por la danza que lo que pensaran los demás. Y lo defendía incluso con violencia. Una vez mi hermano se burló de mí y le tiré un cuchillo que, por suerte, le pegó con el mango.

¿Se le han suavizado los comportamientos con el tiempo?

Son los demás los que dicen de mí que tengo mal carácter (risas). Se suavizó, pero no el rigor. Yo quiero una compañía de danza con artistas que estiren los pies perfectamente; bailarines que tengan una línea y un corazón en el escenario y con un cuerpo de baile que sea parejo. La danza es eso, y es lo que yo aprendí de mis maestros. No tengo un carácter fácil, pero tampoco estoy dando gritos todos el tiempo. Quiero que las cosas salgan como tienen que ser. Por más que esté ensayado lo que vamos a hacer, si el día antes del estreno lo puedo mejorar, ¿me voy a quedar sentado? No me pagan para eso.

Parece que ha trasladado su disciplina como bailarín a la gestión. ¿No son cosas distintas?

No en lo básico. Estamos trabajando para el después, para esa transición que hay que hacer, para que tengan un beneficio de dinero extra cuando se retiren a los 40 y se reincorporen al mundo, porque el estar sobre los escenarios se acaba rápido. Pero en Sudamérica se tiene la mentalidad del puestecito de trabajo seguro. Cuando era bailarín era "nunca para mañana". He bailado siempre como si fuera la última vez porque no sabes que va a pasar; te puedes lastimar, puede venir alguien mejor que te quite el lugar€

¿Le sirve esa disciplina para manejarse en un mundo tan cercano al caos como el actual?

Tenemos un gran problema con la agresividad ahora; lo que se ve en televisión. Es una locura. Por suerte vivo en Uruguay, que es pequeño y tranquilo aunque también tiene su pequeño caos como todo país. La disciplina, la responsabilidad, la exigencia, son cosas indispensables que no están en su mejor momento. Hay gente que entra en la cárcel por robar a manos llenas y a los dos días sale libre. El sistema ayuda al necesitado con dinero, pero no impulsa la educación ni inculca valores como el compromiso o el amor al trabajo. Lo que nos está volviendo locos son los límites. Si los pones eres un represor y si no, desaparece el respeto que nos debemos unos a otros de la noche al día. Si me preguntaran qué habría que hacer para enderezar las cosas yo sugeriría empezar por ahí. Y vamos a peor. No creo que nadie pueda creer que Trump es presidente de Estados Unidos por sus valores. Es un ególatra con gran repercusión mediática.

Por cierto ¿tiene una buena relación con su ego?

Ahora sí. Me jugó alguna mala pasada en los comienzos de mi carrera y he terminado en un psicólogo que me ha ayudado mucho. La verdad es que siempre traté de llevarme bien con todo el mundo y de hacer mi trabajo. Pero el escenario... Es muy difícil salir ahí y no sentirte especial. Tuve que aprender a dejar el ego en el camerino.

¿Fue consciente de lo singular que era como bailarín?

Pero nunca subí a un escenario para demostrar nada. Yo simplemente amaba la danza. En el escenario era donde quería estar.

¿Se enfadó cuando su cuerpo le traicionó?

No lo sé. Con el paso del tiempo descubres que hay cosas que ya no puedes hacer. Yo no me sentía a gusto y sabía que lo que transmitía en escena ya no era tan de verdad. Creo que, como comencé muy joven, se me hizo más fácil retirarme. Yo me encuentro bien, pero mi cuerpo ya no está para esto. Tengo mi pancita, aunque trato de comer sano, porque no les puedo exigir a los bailarines que estén en forma y no estarlo yo, pero creo que a los 60 me dejaré la barriga, mientras disfruto de la casa en la que vivo y que mira al mar.

¿Sueña que baila?

No. Será que mi subconsciente me quiere proteger (risas). Y en la vida normal sólo salsa y de vez en cuando, por eso mi pareja se enfada a veces. No voy a negar que si escucho una música que ya no voy a bailar, me llega la melancolía. Pero los recuerdos son maravillosos, imborrables y ahora, de mayor, toca fabricar otros nuevos. Y por suerte, también en ellos hay un escenario sobre el que trabajar y un público al que agradar.

Y un aplauso.

Sí. Y un aplauso también.