Elvis Aaron Presley, de cuya muerte se cumplieron ayer 45 años, acuñó a lo largo de su vida casi todos los relatos que conforman la narrativa rock, de tal manera que es difícil que un artista firme un episodio que no firmó ya Elvis. Hay una excepción notable, y es todo lo relacionado con la creatividad: Elvis no era compositor de canciones y digamos que no ardía en su interior la llama del artista con necesidades expresivas, sino más bien la del igualmente respetable entertainer. Por estos motivos, su obra tiene una influencia escasa en la música popular desde hace mucho, a diferencia de la de Bob Dylan o los Beatles. Pero como icono de la cultura moderna no tiene rival. Veamos por qué.

El éxito surgido de la pobreza.

La pobreza familiar forma parte de la biografía de infinidad de artistas musicales e incluso hay una teoría popular que trata de explicar el hecho, no por poco científica menos verosímil: si no tienes dónde caerte muerto, te tomas muy en serio tu carrera en el inseguro mundo del espectáculo. Así se explicaría, en combinación con herencias culturales en las que la música, barata y fácil de armar, ocupa el lugar principal como fuente de consuelo y diversión, la desmesurada cantidad de superclases negroamericanos, jamaicanos o gitanos. Nacido en East Tupelo (Misisipi) el 8 de junio de 1935, Elvis tuvo una infancia pobre y con mudanzas cada vez que sus padres no podían pagar el alquiler o la hipoteca, esto es, cada dos por tres. La mudanza más traumática llegó en verano de 1946, cuando el núcleo tuvo que trasladarse a una choza del centro de Tupelo, territorio negro. Elvis es la encarnación más resplandeciente de la remota posibilidad de alcanzar la cima saliendo del arroyo que brinda la música popular.

Desencadenó una revolución.

La pobreza brindó a Elvis contacto directo con el góspel y el blues negros, algo inhabitual entre los blancos de una sociedad racialmente segregada. El contacto directo con el góspel blanco le vino por vía familiar, y con el country, por imposición de grupo social. Ni mucho menos inventó Elvis el rock and roll, pero sí brindó al todavía innominado estilo el recipiente que estaba esperando para iniciar una revolución social y musical. Un recipiente rebosante de carisma sexual. Nótese que los afroamericanos nunca han sentido debilidad por el rock and roll, quizá por verlo más como un robo que como una revolución mestiza. Los debates sobre apropiacionismo cultural vienen de lejos.

Fue un traidor.

Si Bob Dylan fue considerado un Judas por los partisanos del folk cuando electrificó su música a mediados de la década de 1960, ¿cómo debieron de sentirse los fans del rebelde Elvis cuando aceptó ingresar en el Ejército en 1958? No existía todavía una prensa rock y, por lo tanto, no se hizo mucha sangre del movimiento, que por otro lado lo liberó de problemas con las autoridades derivados del terremoto que había originado y redefinió su imagen como buen chico americano, pero fue un chasco para muchos. No contento con eso, a su regreso casi se olvidó de la música para concentrarse (es un decir) en una insensata carrera cinematográfica, con lo que a la traición a su público añadió la traición a su talento.En 1970, la cultura juvenil ya no esperaba nada de Elvis, así que su delirante encuentro con el presidente republicano Richard Nixon en la Casa Blanca no puede considerarse una traición.

Resucitó artísticamente.

Tras años de molicie, grabando bandas sonoras cada vez peores para las películas cada vez peores que protagonizaba, en 1969 publicó From Elvis in Memphis, no solo un majestuoso elepé de country-soul, sino el que acuñó la idea de disco de resurrección, desde entonces un lugar común del rock al que intentan agarrarse todos los artistas que llevan tiempo de capa caída. El título formula otro cliché al que después de Elvis se han asido numerosos artistas de carrera extraviada: el regreso a los orígenes. Con canciones de compositores de primera y bien elegidas, producido en el estudio American Sound por el gran Chips Moman, el álbum muestra a un Elvis que ha añadido vulnerabilidad, hondura y empatía a su poder atómico original.

Hizo del cuero material rockero.

De hecho la apoteósica resurrección de Elvis había comenzado un año antes con el programa 68 comeback special, en cuyo tramo central llevó un reluciente conjunto de chaqueta y pantalón de cuero negro diseñado por Bill Belew. Los Beatles se hicieron confeccionar conjuntos de cuero negro para su fogueo en clubs de Hamburgo, que Brian Epstein descartó en cuanto se hizo su mánager, y el rocker Gene Vincent había hecho del cuero negro su uniforme escénico. También Jim Morrison era aficionado en escena al cuero, sin olvidar que Salvaje (1953) había introducido en el imaginario colectivo la cazadora de cuero como prenda levantisca. Pero fue Elvis quien sancionó ante millones de telespectadores el cuero negro como nobilísimo material rockero.

Acuñó una imagen única.

Los ídolos musicales siempre han prestado mucha atención a su imagen. Sin ir más lejos, la música country había desarrollado un estilo particular, con camisas, trajes y vestidos personalizados con bordados y pedrería. Pero los monos, cinturones y, ocasionalmente, capas que el citado Bill Belew confeccionó para que Elvis luciera en sus espectáculos a partir de 1970 siguen siendo el no va más en cuanto a transferir unicidad a un artista. El tipo que llevaba esa indumentaria, en la que confluían influencias napoleónicas (los cuellos), del rhinestone country, del kárate, del wrestling y hasta aztecas, fue Ziggy Stardust antes de Ziggy Stardust y la Madonna de Jean-Paul Gaultier antes de la Madonna de Jean-Paul Gaultier.

Inventó el rock adulto.

Elvis inventó el rock adulto cuando aún era dogma de fe que un rockero estaba acabado a los 30 años, como mucho. Sus conciertos de los 70 (a menudo formidables, en contra de la idea popular), para públicos no precisamente juveniles, forjaron el molde que en la actualidad permite a tantas y tantas bandas llenar grandes recintos sin necesidad de tener nada nuevo que mostrar: viejos éxitos ensamblados en un espectáculo imponente. En la otra acepción de rock adulto, la que encarnan artistas que se resisten a la congelación creativa, no busquen a Elvis.

Fue el primero en tener clones.

Los tuvo antes que nadie, cuando ni siquiera existía el concepto de artista de tributo, y a patadas. Es significativo que casi todos los impersonators de Elvis lo sean de su etapa Las Vegas: es más fácil imitar a un hombre con sobrepeso y patillas, gafas y mono instantáneamente identificables que al apolíneo y electrizante semidiós de los años 50. Mención aparte merece El Vez, nombre artístico de Robert Alan Lopez, que adapta canciones y el imaginario de Elvis a la cultura chicana. Puede parecer el bromazo de un artista conceptual, y algo de eso hay, pero los resultados son muy serios.

Entendió el poder del audiovisual.

Elvis no habría sido Elvis sin la televisión, que, cuando él la asaltó, estaba en su primera edad de oro. Sus apariciones en 1956 en los shows de Tommy y Jimmy Dorsey, Milton Berle, Steve Allen y, sobre todo, Ed Sullivan desataron una gigantesca ola de locura y enojo casi a partes iguales. Ni de broma habría tenido el impacto que tuvo sin la televisión, para la cual parecía haber nacido. En 1968, ya lo hemos visto, reclamó el trono del que había abdicado con el 68 comeback special. Y con el concierto Aloha from Hawai via satellite, emitido en directo para Asia y Oceanía el 14 de enero de 1973, en diferido para Europa y condensado en un especial de la NBC en Estados Unidos el 4 de abril, logró audiencias astronómicas en todo el planeta sin salir de su país. Que era lo que de ninguna manera quería hacer Tom Parker, su turbio mánager, inmigrante irregular en Estados Unidos y por tanto alérgico a cruzar las fronteras estadounidenses, igual no podía volver. Por este motivo y pese a las ofertas Elvis nunca actuó en el extranjero.

Originó un culto pararreligioso.

En la madrugada (española) del 15 al 16 de agosto, día de la muerte de Elvis, Graceland, la mansión del cantante en Memphis, acoge cada año la Candlelight Vigil, procesión laica en toda regla a la que este año se estima que han podido asistir hasta 25.000 fans llegados de todo el mundo. Si esto no es un fenómeno como mínimo pararreligioso, que baje Dios y lo vea. El culto a Elvis tiene un lado oscuro que, no obstante, también predica su potencia. Solo un segundo después de su muerte por sobredosis de drogas (aquí no fue pionero) comenzó a formarse una monstruosa bola de basura mediática compuesta de sensacionalismo extremo, teorías conspiratorias, explotación de devociones alucinadas y directamente bulos. Da vértigo pensar qué habría pasado si hubiera existido internet en 1977. En cualquier caso, para la posteridad y fuera de los círculos de fieles, el Elvis grotesco nacido tras la defunción de Elvis parece haber ganado la partida a la supernova original. Eso solo tiene una explicación: la humanidad es mala. Con un poco de suerte el radiante biopic Elvis, de Bazz Luhrmann, contribuye a enmendar esa perversión.