Gracias a su nuevo largometraje, Triangle of sadness, el sueco Ruben Östlund hace historia en el Festival de Cannes de varias maneras. En primer lugar, por ganar la Palma de Oro, probablemente el premio cinematográfico más prestigioso que existe. En segundo lugar, porque ya ganó una gracias a The Square (2017), y eso significa que ingresa en el selecto club de cineastas –solo ocho miembros, entre ellos Coppola, Kusturica y los Dardenne– que cuentan en su haber con dos de esas estatuillas. Y en tercer lugar porque, además, es solo el tercer director en toda la historia del certamen que obtiene tan mayúsculo premio con dos películas consecutivas –Bille August y Michael Haneke son sus predecesores–. Triangle of sadness, asimismo, es la única película triunfadora en Cannes cuya secuencia central es un largo, repugnante e hilarante pandemonio de vómito y heces.

Ese monumento a la escatología es solo uno de los motivos por el que, inmediatamente después de su presentación en el festival, la película –sátira salvaje sobre un crucero para multimillonarios que acaba en naufragio– se vio convertida en el blanco de feroces críticas en redes sociales. Se la acusó de ser reaccionaria porque sugería que, en caso de tener la oportunidad, los pobres se comportarían de forma tan fascista como lo hacen actualmente los ricos. Se la tachó de sexista porque imaginaba un matriarcado en el que se reproducen las mismas dinámicas de poder perpetuadas por el patriarcado. Eran críticas que se desautorizaban a sí mismas por muchos motivos, entre los cuales destaca uno: no supieron ver que Triangle of sadness no puede definirse ni como reaccionaria ni como progresista ni como machista ni como feminista, o quizá sea todas esas cosas a la vez. Es una película profundamente misántropa, y tal vez esa sea la mirada más sensata para contemplar el absurdo en el que vivimos. También es una película magnífica.

Valentía del jurado

La valentía que el jurado demostró al otorgar el primer premio queda contrarrestada con la que les ha faltado a la hora de repartir el resto de galardones. Después de todo, los premis ex aequo son una táctica que denota falta de decisión entre los jueces, y los de esta edición del festival recurrieron a ellos en dos de las categorías más importantes del palmarés. Por un lado, el Gran Premio Especial del Jurado fue a parar tanto a Close, del belga Lukas Dhont –una magnífica película sobre la amistad, la soledad, la pérdida y la presión social que partía como favorita para llevarse la Palma– como a Stars at noon, mezcla de intriga política e historia de amor tórrida que sin duda es uno de los trabajos más fallidos de la magnífica directora Claire Denis. Ahí va un dato: el presidente del jurado, el actor Vincent Lindon, es amigo íntimo de Denis, que lo ha dirigido en tres películas.

Mientras, el premio del jurado, tercer galardón en importancia, se repartió entre dos obras tan antitéticas como Le otto montagne, un sentimental canto a la amistad que pasa buena parte de su metraje contemplando con serenidad apabullantes paisajes montañosos, y Eo, remake de Al azar de Baltasar (1966) en el que el maestro polaco Jerzy Skolimowski condena el maltrato animal a través de una incansable sucesión de agresivos movimientos de cámara, distorsiones de lente, efectos cromáticos y estruendos sonoros.