La reina Isabel II se ha trasladado este fin de semana a su residencia de Sandringham, su propiedad de vacaciones favorita, para continuar con el descanso que le han prescrito los médicos y que la ha llevado a faltar a su cita con la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático (COP26), que tiene lugar en Glasgow, Escocia.

Según la información recogida por la BBC, la monarca, de 95 años, tiene previsto pasar unos días en la residencia, a la que se ha desplazado en helicóptero, en el marco de un viaje que ya estaba planeado desde hace tiempo.

A principios de esta semana, la reina Isabel II fue vista conduciendo su coche cerca del castillo de Windsor, en un área donde le gusta sacar a pasear a sus perros de raza Corgi.

La prensa británica difundió entonces unas fotos tranquilizadoras de la regia anciana sola, con gafas de sol, bufanda y un pañuelo en la cabeza, al volante de su Jaguar verde dentro del recinto de la fortaleza situada a 35 kilómetros de Londres.

Isabel II ha llevado a cabo durante estas semanas tareas y compromisos de carácter ligero, después de pasar una noche en el hospital a finales de octubre.

A pesar de su envidiable y probada fortaleza física, el que la reina decida a los 95 años reducir desplazamientos y agenda de trabajo resulta comprensible. Lo que preocupa es lo incierto de su estado de salud y la ausencia de detalles. El Palacio de Buckingham trató de ocultar la reciente estancia de Isabel II en el hospital King Edward VII de Londres, la primera de este tipo en los últimos ocho años. Allí pasó una noche hace unos días, y no en Windsor, como habían dicho los portavoces reales. La monarca fue sometida a unos “exámenes preliminares”, según anunciaron después, sin dar más explicaciones, alegando el derecho a la privacidad. Se canceló primero su viaje de dos días a Irlanda del Norte y, más tarde, también su cita con la Conferencia de Glasgow.

El pasado 20 de octubre se suspendió toda la agenda de visitas y actividades de la soberana. Su último acto público había sido el día anterior, durante una recepción a la que asistió el primer ministro, Boris Johnson y el magnate norteamericano, Bill Gates. Llovieron las conjeturas.