Cerca de cumplir 61 años, Antonio Banderas tiene claro que está en una edad en la que podría dedicarse “a jugar al golf y a guardar la ropa”. En cambio, ha preferido asumir más retos creativos que nunca (el papel por el que casi ganó un Óscar, el alter ego de Pedro Almodóvar, en ‘Dolor y gloria’, fue todo un maratón) y, muy especialmente, levantar un sueño personal de siempre: ese Teatro del Soho CaixaBank que espera sea su mejor legado y con el que el malagueño ha sabido conjugar dos pasiones, la escena y la empresa. Y es que a Banderas nada le gusta más que plantearse desafíos, desde el convencimiento de que emprender aventuras y adentrarse en mundos nuevos es la mejor manera de intentar saciar su apetito por la vida.

No es Antonio, desde luego, un empresario al uso: todos los años abona 225.000 euros por el alquiler de su teatro a fondo perdido. Su Soho no tiene ánimo de lucro, sus posibles ganancias (de momento, nada de nada: levantó el telón poco antes de la irrupción del coronavirus) se repartirán en el propio templo escénico.

“Voy a perder porque lo he decidido yo mismo, he encontrado la manera más perfecta y romántica de arruinarme”, aseguró durante la presentación del espacio. Evidentemente, era una forma de hablar: Banderas no tiene números rojos en su cuenta. Por ejemplo, gracias a uno de sus más recientes trabajos, la serie Genius: Picasso, se ha embolsado un millón de euros. Antonio se arriesga, pero siempre con red. Porque, tal y como confesó en alguna ocasión, hasta los 31 años nunca tuvo claro si iba a poder pagar el alquiler del mes siguiente, y eso marca lo suyo.

Antonio Banderas es José Antonio Domínguez Bandera en los registros de sociedades y empresas, un mundo, dice, que siempre le ha resultado árido, frío, pero que afronta, como todo en su vida, desde la curiosidad y el instinto. Lleva 30 años invirtiendo en todo tipo de negocios. Asegura que no le seducen los negocios fáciles y que siempre busca asociarse con «empresas españolas de prestigio y rigor». Una andadura que empezó en 1997 con su perfume.

En el currículum como inversor hay más decepciones que éxitos: su cadena de restaurantes La Posada de Antonio, su productora cinematográfica Green Moon, su discoteca Kaleido y la firma de Ribera del Duero Bodegas Anta son algunas de las sociedades que terminaron disueltas tras pérdidas inasumibles. Tampoco cuajó la firma de moda (Antonio Banderas Design ya solo vende accesorios); ni Vibuk, la red social para poner en contacto a talentos del audiovisual, que ha sido absorbida por la empresa Casting Workbook; ni una empresa de alquiler de embarcaciones de recreo, ni un equipo de Moto 2...

El peor momento

Pero, sin duda, el momento más bajo como empresario fue su abortado proyecto para ocupar la manzana de un cine abandonado en su ciudad para un complejo escénico y de restauración. Fue acusado de reincidir “en la sobreexplotación hostelera” y se tildó de “pseudoconcurso” el proceso de adjudicación. Resultado: el intérprete se retiró.

Eso sí, le va muy bien en otros vértices: es copropietario de El Pimpi, restaurante señero de la capital de la Costa del Sol, su apuesta por el ladrillo a través de la sociedad Glassmore Investment genera suculentos dividendos, mantiene un 15% de la Miami Fashion Week...

Pero sin duda, el gran desafío de su vida es ese Teatro del Soho CaixaBank que está levantando desde la nada. Ahí encontramos a un empresario en su salsa, que, junto a la periodista María Casado, ha logrado el aplauso unánime por su gala de los Goya, y cuyo próximo objetivo es un centro de formación para la especialización técnica y audiovisual.