El cine surcoreano de hoy lo dominan directores como Park Chan-wok, Hong Sang-soo y, sobre todo, Bong Joon-ho con la multipremiada “Parásitos”, pero entre los años 90 y la década posterior el único cineasta de aquel país reconocido internacionalmente era Kim Ki-duk, fallecido ayer de COVID-19 en Letonia, donde tenía previsto pedir un permiso de residencia. El 20 de diciembre habría cumplido 60 años.

El director de “La isla” (2000) y “Hierro 3” (2004) fue para el cine de Corea del Sur lo mismo que años antes Akira Kurosawa para el cine japonés, un auténtico referente fuera de su país, cuyas historias y personajes conectaron con plateas occidentales ávidas de cinematografías distintas, aunque cierto es que en la última década había perdido protagonismo. “Amén” (2011), por ejemplo, la rodó siguiendo cámara en mano a su actriz por París. El otro único personaje es él con una máscara antigás, filmado por la actriz.

El Festival de Sitges vivió uno de sus “momentos” cuando en 2000 presentó “La isla” (2000). La historia de una mujer que de día alquila plataformas para pescar y por la noche se prostituye con los pescadores. En una escenas, se traga varios anzuelos y empieza a sangrar. Ki-duk lo filmó sin ambages. El público estaba advertido, pero, aun así, un espectador se desmayó.

Debutó en 1996 con “Crocodile”, un drama sobre marginados. Antes había estudiado Bellas Artes en París. “La isla” fue un auténtico terremoto y lo puso de lleno en el mapa internacional. Se llevó galardones en Berlín, Cannes y Venecia, alzándose con el León de Oro por “Pietà” (2012), que narra el reencuentro entre un individuo solitario y la mujer que dice ser su madre biológica. Cuando recogió el premio, lo celebró interpretando a capella una canción tradicional de su país.