Anteponer un artículo al apellido es prerrogativa de las divas. Cantantes de ópera y grandes actrices. Aquellas que te tocan la fibra del sentimiento con su voz y su palabra. A la gran Rosa María Sardá, actriz de teatro, cine y televisión, nadie le va a discutir el título de ser "La Sardá", aunque ella a buen seguro le molestara reconocerlo, pero no es una diva quien lucha por serlo sino quien está tocada por la gracia. Y gracia, una gracia arisca y fatalista, tenía mucha la Sardá. Incluso para morirse. Dura y a la vez muy sensible, hablaba de su muerte sin edulcorantes ni aditivos, desde que hace unos años le diagnosticaron el cáncer que finalmente ha acabado con ella en Barcelona a los 78 años.

Como actriz fue capaz de recorrer todo el pantone de las emociones humanas. Desde la risa más descarada -esa faceta de cómica la hizo enormemente popular tanto en el cine como, especialmente, en la televisión- hasta el más desgarrado de los dramas.

Tener a la Sardá en un montaje teatral o una película, ya fuera en catalán como en castellano, era un seguro para la taquilla. Por eso como actriz de reparto ganó dos "Goya" con "¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?" (1994) y "Sin vergüenza" (2002) y recibió la Medalla de Oro de la Academia en reconocimiento a toda su carrera en el 2010.

Tampoco se le resistieron los "Max" (tres, uno de ellos de honor). Y pese a su exhibida "nonchalance" frente a los galardones, en el fondo los apreciaba y creía en ellos, porque no de otra forma se ha de interpretar que devolviera airada la Creu de Sant Jordi de la Generalitat cuando sus postulados cercanos al PSC y en lo personal al republicanismo la colocaron en la orilla opuesta del independentismo.

La pieza teatral en la que mejor se apreció esta dualidad es "Rosa i Maria", un espectáculo que Lluís Pasqual cortó a su medida en el Lliure en la que ella deslumbraba a la platea con su sarcasmo descacharrante y sus canciones para acto seguido, en la segunda parte, dejarlos con la sonrisa petrificada con el relato de una mujer afectada de cáncer.

Años después volvería a meterse en la piel de a una enferma terminal de esa misma enfermedad en "Wit", a la que ella dotó una particular ferocidad cómica.

"Siempre fui una niña triste -solía decir- con una gran capacidad para ser infeliz". Y agorera como solía ser aseguró que había nacido durante una dictadura y que por el cariz que estaba tomando el ascenso de los fascismos en Europa no quería morirse durante otra.