Suelen elegirle para papeles de tipo serio, asesino o intelectual, pero John Malkovich se define a sí mismo como "un payaso". El actor de Las amistades peligrosas o En la línea de fuego toma las riendas del Vaticano en The New Pope.

La segunda entrega de la serie de Paolo Sorrentino, fruto de la alianza entre SKY, HBO y Canal+, llegará a las plataformas el próximo 10 de enero, con Pio XIII (Jude Law) en coma y el consiguiente ascenso al trono papal de sir John Brannox/Juan Pablo III, un aristócrata británico, culto y locuaz, pero también frágil.

Al estadounidense, dos veces nominado al Oscar, el personaje le ha brindado la oportunidad de zambullirse en el irónico, bello y grandilocuente universo Sorrentino: "Paolo es un poeta y eso es algo que no se aprende ni se enseña", sostiene. Pero también ha supuesto el reto de adoptar el acento y los modos de la clase alta de Inglaterra. "Conozco bien ese estamento, me resulta familiar", afirmó en una entrevista durante el pasado Festival de Venecia. "No es sólo un acento; es un modo completamente diferente de hablar, de expresar, de percibir y de ser".

De hablar pausado y lacónico, extremadamente amable, Malkovich se declara ateo, pese a que tuvo una etapa religiosa de joven en la que leía la Biblia e iba a misa. "Creo que fue una reacción de rebeldía frente a mis padres, que eran ateos", señala. En todo caso dice entender la necesidad de creer: "La humanidad siempre ha necesitado dioses, alguien a quien culpar, a quien invocar, que pueda curar enfermedades, acabar con la miseria y en general dar esperanza a los desesperanzados".

"Aprecio una diferencia entre lo que la religión puede ser y lo que es a veces, algo mucho más desafortunado, pero supongo que es lo que significa ser humano; como dijo Beckett, 'Estás en la Tierra y no hay cura para eso'".

Aunque las preguntas versan sobre fe y religión, Malkovich aprovecha la ocasión para declarar su entusiasmo por la arquitectura y en particular por la obra del tarraconense Josep Maria Jujol, estrecho colaborador de Gaudí. "Recuerdo cuando entré en una pequeña iglesia suya en Vistabella (Tarragona), parecía una nave espacial hecha de piedra, algo loco y hermoso y puro", subraya.

La serie de Sorrentino también le ha brindado la posibilidad de disfrutar de otra de sus pasiones, el vestuario. "Lo hicieron sastres del Vaticano", afirma, "es espectacular, un diseño muy inteligente, fantástico, cosido a mano". Hace unos cuantos años Malkovich lanzó su propia línea de ropa, diseñada por él, pero, según cuenta, ya lo ha dejado definitivamente después de haber lanzado 26 colecciones en tres líneas diferentes. "Es un negocio muy duro y nunca tuve suficiente interés en el negocio en sí ni talento para ello", explica. "Saber lo que vende, lo que le gusta a la gente o no, cómo convencerles de hacer esto o lo otro... Es algo que no va conmigo".