Su fecha de nacimiento dejaba entrever que el adiós de Karl Lagerfeld empezaba a ser una posibilidad. Pero su nivel de trabajo y creación apuntaban a la dirección contraria. A sus 85 años, el icónico y mítico creador alemán de nacimiento y parisino de formación, residencia y corazón, era un auténtico prodigio de la naturaleza. Seguía al frente de la dirección creativa de la "maison" Chanel y de la firma que llevaba su nombre. Además de una incalculable lista de proyectos creativos que asumía como una máquina. Pero no en el sentido del proceso mecanizado de creación. Porque Lagerfeld era todo menos un diseñador en serie. Su merecido reconocimiento como icono y como leyenda se lo ganó con su desbordante creatividad, con su imaginación imparable y con su pasión inquebrantable. Él fue la mente y la mano que convirtió Chanel en el gigante que es hoy. El que decidió rendir homenaje cada año a los artesanos que están detrás de las colecciones con un desfile para enseñar al mundo que la moda es mucho más que ropa. Y que el trabajo en equipo y el cuidado a un legado como es el "savoir faire" son los únicos caminos para garantizar el futuro. Convirtió los desfiles en auténticos microuniversos en los que todo tiene sentido y los sueños se hacen realidad. Fue el único capaz de llevarnos en cohete, por las cintas de un aeropuerto, de embarcarnos en un trasatlántico y de sumergirnos en una playa en pleno Grand Palais de París. Él fue el que demostró a las mujeres que los clásicos nunca mueren, por si Coco Chanel levantaba la cabeza, que viera que lo que ella había empezado no podía haber seguido mejor trayectoria. Lagerfeld creó una imagen inconfundible, tanto la suya propia como la de todo lo que salía de sus manos. Y eso es lo que todos los seres humanos desean. Dejar huella de su paso en el mundo. Y la suya no puede ser más elegante y bella. Así que: "merci, monsieur!".