Karl Lagerfeld habitó entre el lujo exhuberante de la Costa Azul, la discreta elegancia de Biarritz y el romanticismo alemán de finales del XVIII con aquellos paisajes de Weimar custodiados por Schiller y Goethe. En realidad la moda fue sólo un pretexto para que el heredero del empresario que introdujo la leche en polvo en Alemania, desplegase un sin fin de talentos y habilidades aprendidas desde la infancia en aquella tétrica Alemania nazi de la que se avergonzaba. La evolución de Lagerfeld estuvo altamente condicionada por la figura de una madre que le aconsejaba jamás fumar para evitar mostrar unas manos feas. El consejo se le quedó grabado hasta el punto de que siempre usaba guantes. Lo que otros interpretaban como signo de distinción respondía al deseo de tapar un defecto. Karl Lagerfeld odiaba lo feo y buscaba la armonía en la ropa que creaba, en las casas que decoraba y en los hoteles que diseñaba. Su pasión más auténtica, y tuvo varias, fue la fotografía. En 2013 se hizo caricaturista del "Allgemeine Zeitung" y destacó por sus ataques a Angela Merkel y a sus políticas. El kaiser Karl, de segundo nombre Otto, igual que Bismarck, se crió en una familia cercana a la nobleza con unos padres mayores que le trataron siempre como a un adulto. "Tengo los pies en la tierra, lo que pasa es que no en esta tierra", solía decir. Lagerfeld fue un ser tocado por la suerte. Una de las grandes carambolas de su vida fue la providencial salida de Marc Bohan de Dior. La marcha en 1989 del que fue costurero favorito de Grace Kelly y de su hija Carolina, llevó al alemán de Chanel a vestir a la princesa más bella del siglo XX europeo y más tarde a su hija Charlotte. A las dos las fotografió en La Vigie, la casa de Roquebrune, frente al Mediterráneo. Ayer hasta la Comisión Europea le dedicó posts en sus redes sociales. Karl es parte de la historia de Europa.