Anthony Bourdain, de 61 años, fue hallado muerto ayer en un hotel de Kayserberg (Alsacia), una región que venera los hígados hipertrofiados de los patos. Bourdain, aficionado al foie-gras, hubiera bromeado seguramente con ello. Jamás escondió su historial de adicciones ni su afición al alcohol. Con la cocaína libró más de una batalla en la década de los noventa, según él mismo contó en sus libros.

Escritor, trotamundos y reportero estrella de la televisión, 250 días al año se los pasaba viajando de una punta a otra del planeta; el resto del tiempo vivía en Nueva York. Antes de unirse a CNN en 2012 para presentar Parts Unknown, pasó ocho temporadas como anfitrión de No Reservations, un programa de Travel Channel dedicado a los viajes gastronómicos. Pero primero de alcanzar la fama y convertirse en una celebridad mediática, trabajó más de dos décadas como cocinero. En los noventa se ocupó como chef ejecutivo de Brasserie Les Halles, en Manhattan. Fruto de su experiencia profesional es uno de los mejores libros que se han escrito sobre los entresijos de las cocinas, Confesiones de un chef (2000), auténtica descarga de la adrenalina que se cuece en los fogones. Su futuro como escritor, brillante y disolvente, se desplegó ante él con la publicación en 1999 de Don't Eat Before Reading This (No comas antes de leer esto), una acerada crítica a los restaurantes neoyorquinos. A partir de ese momento emprendió otra carrera.

Se convirtió en un temerario valedor de la verdad, entabló disputas públicas con las figuras más famosas. Con los años se fue haciendo un nómada adinerado a caballo del planeta, conociendo gente fascinante, probando aquí y allá cosas deliciosas y también otras que muy pocos estarían dispuestos a llevarse a la boca. De estilo directo, a veces provocador, Bourdain no sería difícil de odiar si no fuera tan fácil admirarlo. Quienes lo conocían han asegurado que durante algún tiempo pensó que por su inconstancia jamás llegaría a nada. Luego él mismo confesó que no podía creer su buena suerte. Por momentos estaba encantado de ser Anthony Bourdain, consecuentemente no todos se explican por qué de repente decidió poner fin a su vida en el hotel francés donde descansaba tras la grabación de uno de los episodios televisivos.

De todos los países que Bourdain exploró, Vietnam era quizás su favorito; había estado allí media docena de veces. Se enamoró de Hanoi mucho antes de conocerlo, cuando leyó la novela El americano impasible, de Graham Greene, Le gustaba contemplar cómo la ciudad había conservado esa atmósfera espesa de decadencia colonial de caserones lúgubres, nubes monzónicas y cócteles al atardecer. Creía que el tiempo del menú de degustación de quince platos se había agotado. Era un evangelista de la comida callejera, y Hanoi, al igual que otros destinos asiáticos, destaca por su cocina al aire libre. Pensó incluso seriamente en mudarse allí con su compañera, la actriz Asia Argento, que ayer escribió en un tuit palabras conmovedoras para despedirlo: "Era mi amor, mi roca, mi protector. Estoy más que devastada".

El chef José Andrés, amigo personal, que lo acompañó en una reciente visita a España para grabar uno de sus programas para CNN, también expresó tristeza: "Amigo mío. Sé que viajas en un ferry con destino a un lugar impresionante (...) Tú solo veías belleza en todo. Siempre viajarás conmigo".