La Super Bowl es el partido por excelencia de la Liga de fútbol americano (NFL), también lo es la actuación del descanso. En la del domingo, final entre Philadelphia Eagles y los New England Patriots de Tom Brady, repitió Justin Timberlake, que lo había hecho hace catorce años, cuando en un fallo (o así) de la botonadura de la chupa de Janet Jackson, su acompañante en el escenario, se descubrió un pecho de la cantante. Hubo lío por el horario en que ocurrió aquello. Y hubo protestas a cuenta de la audiencia infantil que obligaron a poner controles.

Las cadenas de TV norteamericanas recordaban estos días que numerosos fans habían pedido que se repitiera aquella actuación. Pero al final todo quedó en evocar la canción.

Sí que hubo cierto revuelo con el homenaje que Timberlake le hizo a Prince, fallecido en 2016. La final se jugaba en casa del creador de "Purple Rain" y se hablaba de que se haría una especie de dúo con un holograma. Parece ser que no había permiso de la familia o que, al menos, en el entorno de Prince no se estaba por la labor de ese dueto virtual.

Al final salió una gran imagen del genio del funky ("Yo soy un funky", cantaba el Príncipe de Minneapolis), con unas palabras de Timberlake mientras se sentaba al piano.

Es una prueba más, un año más, de la trascendencia de la actuación del descanso de la Super Bowl, por donde pasaron estrellas de todo tipo y gusto, de los "Stones" a "Red Hot Chili Peppers"; de Beyoncé a Bruno Mars. Da lo mismo el género que se toque. O que lo que se haga en escena sea más o menos comercial. El que pasa por la Super Bowl es alguien que alcanzó el escalón más alto de su carrera. No es una llamada a nuevos talentos, es una llamada a astros absolutos de la música que ya están sentados en el gran sillón y descienden al campo de juego.

Y Timberlake, que dio un salto más en cine protagonizando "Wonder Wheel", de Woody Allen, suele estar en estos shows mayores, levantar polémicas (menores) e incluso dar gloria al público, como hizo con un niño al que se acercó en este show. Es más, su capacidad para "asaltar" grandes eventos quedó demostrada cuando por primera vez Eurovisión colocó un espectáculo de este tipo en medio de la final. Levantó el ánimo al festival europeo cantando la ágil y bailable "Can't stop the feeling!".