Le hacía gracia que se le considerase miembro de la llamaba Escuela de Londres. Decía que eso era una reunión de amigos, en un momento dado, en el Soho londinense y que él, verdaderamente, era miembro de la escuela coruñesa. Lo que ya no le gustaba era que se le considerase un pintor de lo cotidiano, y solía insistir en la dimensión onírica de sus lienzos, en el elemento de ensoñación y de imaginación que contiene su obra. Sin embargo, los cuadros de Behrens resultan cercanos: retratos, muchos retratos; escenas de amigos en torno a una mesa, en la piscina o en una fiesta y, también, desnudos o inquietantes camas revueltas vacías... Hay algo de irreal en todos ellos, como en un cuadro de una procesión o de una niña de primera comunión.

Tim Behrens no volverá a insistir. Ni podrá cumplir este año los 80, porque ayer murió de una trombosis consecuencia de una flebitis en A Coruña, donde había ingresado la víspera aquejado de fuertes dolores. Llegó casi in extremis. Le espantaban los médicos y los hospitales. El corazón y los pulmones no le dieron más de sí y falleció a las siete de la mañana. Sus restos mortales serán incinerados el viernes.

Procedente de una familia de banqueros judíos de origen alemán, llegó a España en los años sesenta en busca de una atmósfera que le fuera más propicia tras pasar unos años en la Tosacana italiana y una temporada en Andalucía. Encontró la tranquilidad necesaria en Galicia, donde vivía desde hace casi treinta años con su mujer, la grabadora Diana Aitchison, con la que tuvo un hijo.

Animado por Lolo, el mallordomo que trabajaba en casa de sus padres en Londres, viajó a Galicia y se instaló en Celas de Peiro, en Culleredo, donde se compró una casa, que pronto se convirtió en refugio de pintores. En ese nuevo ambiente, logró que cicatrizasen sus profundas heridas. Él mismo decía que era un superviviente en medio de una familia de suicidas. Su hermano menor se había matado siguiendo el ejemplo de su mujer. Behrens dejó testimonio de su tragedia en una estremecedora novela titulada "El monumento". También se suicidaron su mujer y una de sus hijas.

Behrens es el chico de aire tímido que aparece a la izquierda en una célebre foto tomada en 1965 en el restaurante Weeler's del Soho. A su lado está Freud, seguido de Bacon, Auerbach y Andrews. Es la imagen que lo encasilla en la escuela londinense y que lo vincula expresamente al nieto del fundador del psicioanális, con el que mantuvo una relación difícil. Tim nunca llegó desvelar el motivo de sus diferencias con el pintor, de origen judío como él -aunque renegado- y para el que solía posar en su juventud. Uno de esos retratos es el "Hombre pelirrojo en una silla" (1962-1963). Debió de ser cosa de justicia poética porque el cuadro fue subastado en la sala Christie's de Londres en febrero de 2005 y batió el récord de una obra de Freud, 6,2 millones de euros, frente a otro cuadro suyo que todos daban por favorito, un desnudo de la modelo Kate Moss embarazada con el que se le llegó a relacionar.