Hace 300 años, en Brentonico, un pequeño pueblo italiano de Trento, la cabeza de María Bertoletti, la bruja Toldina, era separada de su cuerpo y este quemado. Se la acusaba de infanticidio, apostasía, herejía, idolatría, sacrilegio, blasfemia, sodomía y adulterio. El municipio acaba de reabrir el caso. Quieren rehabilitarla, limpiar su nombre. Será casualidad, pero Aramís Fuster también ha vuelto de entre las sombras del pasado. Salvando las distancias, porque a ella, por fortuna, nadie se ha planteado someterla al rigor inquisitorial y, de los cargos, los únicos que se le podrían aplicar, y eso apurando mucho, serían los de idolatría por sí misma y su cuerpo serrano y blasfemia, e incluso sacrilegio, hacia su colega Rappel. Ha arremetido, vía redes sociales porque es una bruja moderna, contra el vidente, sin pestañear ni despeinarse con sus labios perfilados, su pelucón y su lengua afilada. Como Toldina, Aramís tiene pendiente la restauración de su buen nombre y su bola de cristal. Y de su cuenta corriente seguramente también. Así que transijamos con su regreso a la vida pública, aunque sea como elefanta en cacharrería. Podría ser peor. Podría volverla bruja Lola.