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Cristiano Ronaldo, el hombre que solo piensa en ganar, ganar y volver a ganar

El superficial documental sobre el jugador portugués muestra su lucha por ser el mejor, su empeño en que su hijo siga sus pasos y la obsesión con Messi, su gran rival

Cristiano Ronaldo, el hombre que solo piensa en ganar, ganar y volver a ganar

Cristiano Ronaldo juega en casa con el documental sobre su vida. Bueno, más que sobre su vida, sobre lo que él quiere que se sepa sobre ella. Ninguna sorpresa, ninguna información novedosa, ningún elemento que pueda considerarse negativo sobre su perfil de hombre competitivo hasta la extenuación al que solo le importa ser el mejor. Le vemos en una intimidad prefabricada para la ocasión en la que destacan, sobre todo sus escenas con su pequeño hijo de madre desconocida, al que inculca esa avidez triunfadora empezando por tener músculos en perfecto estado de revista. Ah, y que no se le ocurra querer jugar de portero, como sugiere el chico: "¿Estás de broma o qué?". En el universo Cristiano, guardar la portería es un asunto menor. "¿No quieres ser grande como papá?", le pregunta para motivarle y que perfeccione sus bíceps. Quiere que sea su sucesor. Eso es presión y lo demás cuentos.

Naturalmente, el astro del Real Madrid no pierde ocasión de mostrar los suyos ya desde que se levanta y contempla, sentado en el borde de la cama, el jardín de su suntuosa vivienda madrileña, en cuyo garaje aguardan cochazos de marca. Quién se lo iba a decir a aquel jovencito que ya despuntaba en Madeira y que ha llegado a mentalizarse de tal forma para los contratiempos que piensa que el dolor, y saber soportarlo, le ayuda a ser "tan bueno". Ese permanente estado de emergencia deportiva le llevó, por ejemplo, a jugar un Mundial lesionado con resultados desastrosos, ante la mirada impotente y desdichada de su madre, que ni poniendo velas a la virgen consiguió arreglar el desaguisado. El plano en que se ve a la pobre madre salir de casa para no ver el partido y se aleja desesperada es el momento más emotivo de la película, bastante escasa de épica a pesar de los fastos de la presentación multitudinaria en Madrid o de la afortunada consecución de la Décima.

De la casona de Cristiano conocemos su dormitorio donde se despierta, su cocina, el comedor donde desayuna con su hijo, su ducha o la superpiscina con bicicleta estática dentro. Ah, y el cuarto de baño donde se afeita. Superávit de torsos desnudos.

El momento más dramático llega al recordar a su padre fallecido. Bebía mucho. Estaba borracho casi todos los días. A la estrella merengue le hubiera gustado tener un padre diferente. Es, quizá, la gran frustración de alguien que afirma, sin despeinarse, que "ganar es lo más importante". Lo tiene claro: hay gente que le quiere y gente que le odia. "Es parte de mi éxito" y eso le ayuda "a ser mejor". Luego se extrañará de que le llamen vanidoso y arrogante... Claro que tiene sus debilidades. Como Messi. Ay, Messi de mi vida. La pugna entre ambos (incluida una imagen en el campo en la que se cruzan al ralentí) es lo más divertido, con una escena regocijante en la que Messi se acerca a Ronaldo y a su hijo y mantienen una conversación de lo más incómoda. Y es que el madridista reconoce que ver al barcelonista ganar "balones de oro" tantas veces fue "muy duro". Normal que cuando ganó él en 2013 se echara a llorar. Pero no le basta. Quiere más. Y más.

Del documental poco hay que añadir. Su vida sentimental es tabú (Irina Shayk, su exnovia, no aparece ni citada), de la identidad de la madre de su hijo mejor no hablar y de su vida familiar apenas salen pocos retazos (el alcoholismo del padre, los problemas de su hermano, al que salvó literalmente del abismo, el hecho de que su madre hubiera querido abortar...). Momentos curiosos, pocos: cantando a voz en grito un tema de Rihanna, o la cena en la que su agente, Jorge Mendes, se pone a hacer el payaso halagándole hasta la parodia. En definitiva, un epidérmico documental romo en ataque, un coladero en defensa y de escaso esplendor visual en la hierba. Algo, por cierto, en lo que coincide con el que Álex de la Iglesia regaló a Messi.

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