Un año después de la erupción, resulta difícil salir del laberinto de las carreteras destrozadas por un volcán, en las que la lava aún está a una temperatura entre 800 y mil grados, a pesar de haber discurrido cerca de diez meses desde la colada. Es como si nos hubieran borrado, dicen los palmeros.

Justo cuando se cumplía el primer aniversario de la erupción del volcán de la isla de La Palma, que trajo en vilo a España y a medio mundo durante 85 días, estábamos en Los Llanos de Aridane, pasando con un Fiat Panda alquilado por la carretera principal de la isla que la lava del volcán destruyó.

Numerosos carteles nos avisaban con una siniestra calavera de emanaciones venenosas y el calor de la lava se podía sentir en ciertos puntos (la lava aún está a una temperatura entre 800 y mil grados en ciertos puntos, nos dijo un técnico del cabildo, a pesar de haber discurrido cerca de diez meses desde la colada).

El paisaje era ciertamente dantesco, con extrañas figuras retorcidas de lava solidificada, como gigantes atrapados en una muerte convulsa. El negro era el color dominante, pero había rocas con colores abstractos e iridiscentes que parecían obra de un pintor borracho.

No puede dejar de acordarme de otra borrachera famosa junto a dos volcanes, el Popocatepetl y el Iztaccihualtl (la mujer dormida), cera de la bella ciudad de Cuernavaca, la ciudad de la “eterna primavera”.

Carreteras ardientes en La Palma. Miguel Ormaetxea.

Bajo el volcán

“Bajo el volcán” se ha visto por algunos como la historia de una alucinada borrachera, escrita por el inglés Malcolm Lowry en 1947. Solo tenía 26 años cuando la comenzó y tardó diez años en finalizarla. Nadie quería publicarla.

Ahora está considerada como una de las mayores obras de literatura de todos los tiempos. Sucede en el Día de los Muertos de 1938. El ex cónsul británico en México, alcohólico de mezcal, arruinado por los fantasmas de su mente y de su pasado, cuyos oscuros sentimientos de culpabilidad alimentan una soterrada voluntad de autodestrucción, contempla el regreso de su ex mujer, mientras su hermanastro coquetea con ella. Todo sucede en 24 horas, en un México que simboliza a la vez el paraíso y el infierno terrenales.

Tengo más de una gota de sangre mexicana y ese país me ha atraído con una fuerza telúrica. Puedo entender, creo, el pasaje en la novela en el que un indio moribundo al borde de un camino traza un funesto augurio.

Paralelismo mexicano

El México indígena y profundo, lleno de simbolismos sobre la extraña dualidad de la vida y la muerte, de la modernidad y las tradiciones, acababa de pasar por una revolución que dejó un millón de muertos.

Luego vendría la Segunda Guerra Mundial… “El nombre de esta tierra es el infierno”, dice el borracho ex cónsul, borrando los límites entre la realidad y el delirio. En el laberinto de la vida, los personajes no logran dar con el hilo de Ariadna para escapar a su destino.

Ahora estanos en los Llanos de Aridane, nombre que me recuerda inevitablemente al hilo de Ariadna, que permite regresar del laberinto tras matar el minotauro. Nosotros estamos ahora en el laberinto de las destrozadas carreteras por otro volcán.

Y no logramos salir. Inevitablemente, pasamos una y otra vez por los mismos sitios. Un periodista de RTVE, que está con todo un equipo para cubrir el aniversario, nos hace ver que el volcán echa humo de nuevo.

Perspectiva humeante del volcán de La Palma. Miguel Ormaetxea.

Boca de colores pastel

Su monstruosa boca de colores pastel, hendida por una de sus caras, deja escapar un fino flujo de humo. Se está haciendo de noche y la perspectiva es dormir en el coche, acunados por vapores del volcán. Pregunto por una parada de taxis en los Llanos. No hay ninguno, esperamos.

Por fin un chofer, ya entrado en años, acepta conducirnos por el laberinto hasta encaminarlos al distante hotel en el que nos alojamos. Se pierde un par de veces. Por fin nos deja en una carretera: “seguir todo recto, desde aquí no hay problema”. Solo nos cobra 25 euros por sacarnos del laberinto.

El ex cónsul no tendrá la misma suerte. Pero es una pequeña mentira piadosa. Hay trozos de vía destrozada, con semáforos automáticos que solo dejan pasar un vehículo por sentido. Jirones de niebla. Avanzamos a razón de unos diez kilómetros a la hora.

Es como si nunca hubiera existido nada

El monto total de las ayudas a La Palma, contando todas las administraciones, es de casi 600 millones de euros, para una isla de 84.000 habitantes y 708 kilómetros cuadrados. Parece bastante, pero los palmeros se quejan: “Es como si no hubiera existido nada, como si nos hubiesen borrado”. El volcán te quita y el volcán te da, como en la vida.

Decía Zygmund Bauman que vivimos una época líquida, la actualidad es algo liviano. Durante semanas, los telediarios de todas las TV nacionales y parte de las extranjeras, abrieron los informativos con las vistosas llamaradas rojas de la lava, engullendo cerca de 2.000 casas y carreteras. Llegó a contabilizarse 374 sismos en un solo día. Ni una sola víctima. Luego, el silencio.

Parecería que la catástrofe no existió. Nosotros hemos comprobado sus huellas un año después. Pero los medios tienen que alimentarse con algo nuevo y funesto a ser posible. Ucrania es una buena opción.

Parece que los medios actúan con la lógica del algoritmo de YouTube, que cada vez necesita contenidos que mantengan enganchados a los usuarios. El delirio del protagonista de “Bajo el volcán” no es ajeno al de todos nosotros.

En este punto, cedo la palabra a mi compañera en esta pequeña aventura, la arquitecta Cristina García- Rosales, para que nos cuente su relación con el desasosegante volcán que aún humea.

Paisaje palmero dejado por el volcán Miguel Ormaetxea.

Las almas son más lentas que los cuerpos

Cris García Rosales (Enviada especial)

 Al día siguiente de nuestras andanzas, después de que, finalmente, el viejo taxista nos condujera cerca del Hotel, entre carreteras en obras muy difíciles de cruzar, alguien muy tempranito –por medio de un mensaje al móvil- nos atemoriza diciendo que el volcán está nuevamente en erupción. Lo llaman Cumbre Vieja, aunque el nombre pertenece a la zona que lo rodea.

Dormida aún, empiezo a tirar de todos mis recursos mentales pensando lo que tendríamos que hacer si de nuevo estallara. Lo primero es irse de allí. Pero lo normal es que, si esto sucediera, cortaran el flujo de los aviones, ya que la ceniza se enredaría en los motores y habría que esperar enormes colas para tomar ferrys a las islas cercanas.

Si estalla, puede haber sacudidas de terremotos, lo que hace que aumente mi desasosiego… Aunque sigo pensando en que la vida nos somete a pruebas y siempre el éxito está en mantener la calma.

México de nuevo

Enciendo la tele y las noticias no dicen nada. Ha habido, eso sí, la sacudida de un terremoto en México, donde han muerto cientos de personas.

Parece que el humo blanco que ayer salía del cráter, a los vulcanólogos les hace suponer que estallará pronto. No necesariamente hoy, aunque sí en un corto tiempo.

Eso también fue lo que dijo un reportero de TV con el que hablé, cuando buscábamos nuestro camino de vuelta al Hotel, y que estaba cubriendo un reportaje por ser el primer aniversario de la tragedia.

Decidimos, en todo caso, quedarnos ese día en el Resort y no aventurarnos más por las carreteras empinadas y laberínticas que parecen conducir hacia la nada.

Cuevas y túneles tenebrosos

Uno de los escenarios que aún no hemos descrito son las cuevas y túneles a los que se puede descender gracias a unas escaleras que nacen de un mirador y unas pasarelas, ya existentes antes de lo que ocurrió hace un año. Son agujeros o jameos en las coladas, entradas a espacios interiores que nadie ha podido explorar todavía por sus elevadísimas temperaturas.

He de reconocer que me dieron ganas de entrar. Por mi inconsciencia, seguramente. O por mi necesidad de aventura.

Quedarse en el Resort fue un alivio y, aunque empezó a llover, no era tampoco esa tormenta tropical que nos vaticinaron de nuevo desde Madrid.

Esta crónica de nuestra estancia en la Isla no quedaría completa, sin citar nuestra visita a unos amigos que pasan largas temporadas en una preciosa casa reformada por ellos, rodeada por un jardín empinado plagado de plantas tropicales, que rodean la Isla: palmeras, pitas, laurisilvas, plataneras o aguacateras, entre otras.

Isla Bonita

Y que hacen, junto con la visión inexorable del mar oceánico, que la llamen la Isla Bonita. También nos perdimos cerca de una Iglesia y de los Montes de la Luna (hermoso apelativo de esa montaña desde donde se puede divisar nuestro satélite en toda su atrevida desnudez, cada veintiocho días).

Aunque la hospitalidad de nuestros amigos nos alivió después de nuestra sinuosa conducción por las curvas de las carreteras, a las que ya nos estábamos acostumbrando.

Nos fuimos ese mismo día. En realidad sólo pasamos allí cuatro días que se nos hicieron mucho más largos. El tiempo tiene otra dimensión en los viajes, pero en este fue mayor y, aunque a mí siempre me da pena dejar un lugar especial como es la Isla de la Palma, creo que también fue un alivio.

Tardamos unas tres horas en volar a Madrid. Mi alma tardó por lo menos dos días en regresar. Ya se sabe que las almas son más lentas que los cuerpos.