El cerebro codifica los recuerdos en función de la naturaleza de una experiencia y privilegia los asociados a fuertes emociones porque interpreta que están relacionados con nuestra supervivencia. Los poda como si fueran ramas de árboles antes de archivarlos.

Los recuerdos son representaciones del pasado que se almacenan en nuestro cerebro y nos proporcionan evocaciones de momentos felices o desdichados.

Los recuerdos están influidos por los sentimientos y tienen sus espacios preferidos en el cerebro: el hipocampo, considerado el corazón del cerebro, es donde más anidan.

Pero cuando se trata de recuerdos asociados a emociones impactantes, se instalan en la amígdala cerebral, especializada en la modulación de la memoria, y en la corteza frontal, que es importante para la cognición.

Cuando una experiencia viene acompañada de una emoción fuerte, se dispara la producción de adrenalina, una hormona reactiva a los estímulos nerviosos: así asegura a esa experiencia una posición privilegiada en el almacén de los recuerdos.

Depende del estado de ánimo

Eso significa que la memoria depende en gran medida del estado de ánimo: los recuerdos influyen tanto en producirnos alegría o tristeza, como entusiasmo o decepción, y en cómo pensamos que es nuestra vida: feliz, desgraciada o insignificante.

El cerebro dispone además de un mecanismo natural que tiende a reforzar los recuerdos positivos y a arrinconar los desagradables, pero eso no significa que los experiencias traumáticas no puedan ejercer a lo largo de la vida una influencia imperceptible, no solo sobre nuestro estado de ánimo, sino también sobre nuestra conducta.

El problema es que los recuerdos traumáticos son muy difíciles de borrar y perduran durante años en nuestra memoria, originando estados de ánimo y comportamientos que consideramos irremediables: muchas veces nos llevan a la resignación y a la desesperanza.

Viendo la formación de recuerdos

Una nueva investigación, desarrollada en la Universidad del Sur de California (USC), ha conseguido un logro insólito que tal vez puede contribuir a resolver el dilema que suponen los recuerdos traumáticos o desagradables implantados en nuestro cerebro.

En un experimento un poco rebuscado con peces cebra, los autores de este trabajo, liderado por Don Arnold, Scott E. Fraser y Carl Kesselman, han observado directamente lo que sucede dentro de un cerebro cuando experimenta algo impactante.

Lo que vieron refuerza la idea de que la memoria es un fenómeno complejo que implica una mezcolanza de vías de codificación, destaca al respecto la revista Quanta.

También que el tipo de recuerdo condiciona la forma en la que el cerebro decide almacenarlo, lo que puede explicar por qué los recuerdos dominados por el miedo pueden almacenarse de manera más sólida en el cerebro.

Malos recuerdos. Gerd Altmann. Pixabay.

Llegando al fondo

Una de las proezas tecnológicas que consiguieron estos investigadores es observar lo que pasa en la amígdala cerebral, el lugar de residencia preferido de los malos recuerdos.

En realidad, no pudieron observar la amígdala de los peces cebra porque sencillamente no existe en sus cerebros, pero tienen una región análoga llamada palio donde se forman los recuerdos asociativos. El palio es anatómicamente mucho más accesible para el estudio.

Los investigadores tomaron imágenes del palio antes y después de que los peces vivieran una experiencia intensa, y analizaron los cambios en la fuerza y ​​​​la ubicación de la sinapsis en sus minúsculos cerebros.

Lo que descubrieron es bastante relevante, porque altera lo que hasta ahora se pensaba sobre el mecanismo de almacenamiento de recuerdos: no depende solo de la fuerza de las conexiones neuronales, sino que es un proceso más complejo.

Poda sináptica

Observaron que la intensidad de las sinapsis no cambia en función de la experiencia (es la misma para cualquier recuerdo), sino que, cuando los peces registran un recuerdo significativo (aprendizaje), algunas de las sinapsis que determinan su importancia o irrelevancia para la memoria, sencillamente se podan como si fueran molestas ramas de árboles.

Los autores de esta investigación interpretan que el tipo de experiencia y de recuerdo asociado determina cómo el cerebro decide codificarla: en el caso de los peces, recordar dónde está un depredador que les ha dado un susto significa, probablemente, mayores probabilidades de supervivencia en el futuro. Mejor tener siempre presente esa advertencia.

Una pieza del rompecabezas

Ya se sabía que la poda y reorganización sináptica durante el desarrollo cerebral es algo frecuente, lo realmente novedoso es asociar este proceso con la selección de recuerdos y su conservación en forma de memoria, destacan los investigadores.

Añaden que su descubrimiento no permite llegar a una conclusión definitiva, sino que es solo una pieza más del rompecabezas de cómo se forman los recuerdos.

Todavía quedan muchas preguntas sin respuesta para poder relacionar lo que pasa en cerebros de minúsculos peces con nuestros cerebros, que son mucho más complejos.

Lo más destacado de esta investigación es que proporciona evidencia convincente de cómo el cerebro forma recuerdos. Un buen punto de partida para seguir profundizando en los mecanismos biológicos de la memoria, que tanto condiciona nuestra vida.

Referencia

Regional synapse gain and loss accompany memory formation in larval zebrafish. William P. Dempsey et al. PNAS, January 14, 2022; 119 (3) e2107661119. DOI:https://doi.org/10.1073/pnas.2107661119