El entomólogo Jean-Luc Boevé y el ingeniero informático Rudi Giot han desarrollado un sorprendente enfoque en cuanto al estudio de las sustancias químicas de defensa que producen los insectos para protegerse de sus depredadores. No se concentraron en sus efectos o su potencial, sino en la «música» que sale de ellas: descubrieron que estos químicos pueden convertirse en extraños sonidos, «componiendo» una especie de banda sonora para un film.

¿Cómo lo lograron? Según una nota de prensa, las características importantes de cada molécula que conforman los químicos repelentes de los insectos, como su peso y los grupos funcionales que tiene, se asignan a diferentes parámetros de sonido, como el tono o la duración. Al integrar todos estos datos, se genera una «pieza sonora» como la que puede escucharse aquí.

Sonidos químicos

El nuevo estudio fue publicado recientemente en la revista Patterns: de acuerdo a los especialistas, el proceso que permite transformar los químicos en sonidos se denomina sonificación. Técnicamente, la sonificación es el uso de audio sin voz para transmitir información o colaborar en la comprensión de datos complejos. La percepción auditiva tiene ventajas para la recepción de determinada clases de información, que abren posibilidades como alternativa o complemento a las técnicas de visualización, por ejemplo.

Según indicaron los científicos, la secreción defensiva emitida por los insectos suele ser una mezcla de sustancias químicas volátiles. Los volátiles se tradujeron en sonidos mediante sonificación, realizando un mapeo de parámetros que hizo posible modelar o relacionar características moleculares con expresiones sonoras: de esta forma, una molécula concreta indicaba un tono más grave o más agudo, por ejemplo. En el mismo sentido, un elemento químico podía sugerir un sonido de mayor o menor duración.

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Una banda sonora desagradable

Un aspecto llamativo es que las señales químicas de los insectos que eran repulsivas para los depredadores se convirtieron en sonidos también poco amigables para los humanos, según indicó la mayoría de los voluntarios que participaron del estudio. En otras palabras, tanto en forma química como sonora cumplían su propósito: generar una defensa o protección frente a cualquier agresor potencial. Al parecer, la intención de los insectos se transmitió desde el código químico al sonoro.

En definitiva, el estudio revela a través de bioensayos que los depredadores que buscan alimento son repelidos por los volátiles que emiten los insectos, al igual que los humanos voluntarios al escuchar «volátiles sonificados«. Los químicos traducidos a sonidos son tan desagradables para quienes los escuchan como las sustancias originales.

Los expertos creen que su método podría utilizarse como un complemento a las técnicas ya existentes para probar los químicos volátiles, especialmente cuando la disponibilidad estacional de un insecto es desfavorable o la recolección de cantidades suficientemente grandes de su secreción es un desafío. El enfoque podría ser especialmente interesante en el campo de la agricultura, principalmente cuando se utilizan métodos biológicos para el control de plagas y enfermedades de los cultivos.

En cuanto al impacto de los sonidos en los humanos, la investigación aprovecha que nuestro cerebro procesa la información de manera diferente según el sentido que usemos para percibirla. Debido a esto, las técnicas de sonificación son especialmente útiles para detectar fenómenos particulares en grandes conjuntos de datos. De esta manera, se emplean en áreas como la interpretación de datos sismológicos o la transmisión de datos por Internet en redes de gran complejidad.

Referencia

Chemical composition: Hearing insect defensive volatiles. Jean-Luc Boevé and Rudi Giot. Patterns (2021).DOI:https://doi.org/10.1016/j.patter.2021.100352

Foto: los químicos que producen los insectos para defenderse de sus depredadores pueden convertirse en sonidos, que también generan rechazo en los seres humanos. Crédito: Rosie Kerr en Unsplash.