"Este año es el más duro de todos. En todas las ediciones, teníamos los ojos puestos en la seguridad pero en esta se ha elevado a la máxima exponencia". Keka Losada, de la organización del Festival de Cans, explica así lo que supone para todos la edición número 17.

Tanto Keka como el director del certamen, Alfonso Pato, hablan de una "espada de Damocles" que les amenaza: la pandemia, que les ha obligado a cambiar contenidos y producción. "Hacer el festival es una responsabilidad doble", por el propio certamen y por el temor a posibles contagios de coronavirus o una imagen en prensa de algún participante o asistente incumpliendo las medidas sanitarias.

Para tenerlo todo lo más amarrado posible, han desarrollado un protocolo estricto que ha convencido a muchos vecinos reacios en un principio. "Cuando se empezó a hablar de que podía haber festival, nosotros, en casa, pensamos en que sí íbamos a dejar el bajo pero no íbamos a participar. Pato vino a explicarnos las medidas de seguridad y nos dijo que mi padre no iba a ir en el chimpín y eso nos tranquilizó", explica Paula Romero.

Su familia presta para las proyecciones el 'Cuberto de Chelo". Su padre, Tante, lleva casi desde el inicio del festival conduciendo el chimpín a través de la aldea el día de las proyecciones pero este año faltará por ser de edad avanzada y entrar dentro de los grupos de riesgo del Covid-19.

Es lo que han denominado "escudo de maiores" que consiste en aislar a los mayores del público y organización. Como resultado, no pueden conducir chimpines, ni participar en el jurado y se ha reducido el número de jalpones para las proyecciones afectando a los espacios emblemáticos de Alicia, Moncho o O Carreira. "Han quedado fuera del circuito", subraya Keka. De once salas de proyección que hubo el pasado año, en esta edición se ha pasado a cuatro.

No es el único cambio. Los aforos, por supuesto, también se han reducido. El Cuberto de Chelo, por ejemplo, solía acoger a 150 personas sentadas. Este año, recibirá a 50.

La programación de Cans -tras la apertura de la muestra de Rubén de Marina el martes- arrancaba ayer y proseguirá hasta las 23.30 horas del sábado cuando se cerrará el recinto.

En efecto, este año, no habrá conciertos multitudinarios de libre acceso hasta la madrugada. Sí habrá barras, solo en las leiras, pero el acceso a ellas estará restringido para quienes porten entrada o se hayan inscrito previamente.

También habrá barra en la cafetería O rincón de Olga que abrirá el viernes de mañana. Ayer, a la hora de la comida, Olga Bargiela, la propietaria, no ocultaba que "este es el año más difícil, tenemos un poco de miedo". Pero también reconocía que cuando se supo que se suspendía el festival en mayo se sintió "triste". Los días del certamen suponen una caja importante para su negocio. En años anteriores, llegaba a contratar a diez o doce personas para esas jornadas. En esta, cinco.

La organización no quiere las macroaglomeraciones de todos los años. No habrá actos en el Torreiro sino en una nueva carpa en el Espazo Estrella Galicia da Leira do Río donde se seguirán los actos y conciertos sentados guardando las distancias y con la gente agrupada por el vínculo. Es decir, no se hará sentar a desconocidos juntos.

"Un esfuerzo heroico"

Ayer, ante el Baixo de Carlos una ya se hacía una idea de cómo respirará el festival el sábado. Nada más llegar, la organización pide el nombre completo y un teléfono de contacto de cada una de las personas que entra. De esa manera, si hubiese un positivo de coronavirus se podrían rastrear sus contactos.

Una vez anotados, se le suministra gel desinfectante para el lavado de manos a cada persona asistente que debe sentarse en el lugar que se le indique. Para entrar, siempre se guardará cola con distancia mínima de seguridad entre persona y persona o grupo de convivencia.

Dentro, siempre hay que permanecer con mascarilla y la organización velará por ello. Al finalizar la charla o proyección, desinfección del local. Todo el protocolo está supervisado por Merchi Sánchez, coordinadora sanitaria del festival y vecina de la aldea que este año recibe el Chimpín de Prata. En sus charlas, ha dejado claro que la seguridad de una persona incide en la seguridad de todos; y que no hay que enfadarse si alguien le apunta a otra persona que no lleva bien puesta la mascarilla.

Aún así, Pepiño, conductor de chimpín, reconoce que algo asustados están en la aldea. De todas formas, él participará.

Su vecina Paula Romero añade que "el miedo es libre. Da respeto el coronavirus pero hay que seguir. Con todas las medidas que hay en el festival pienso que no debería pasar nada. La parroquia, en general, está contenta".

Para el director de cine Alfonso Zarauza, organizar y celebrar el festival supone "un esfuerzo heroico" por lo que aplaude la valentía de sacarlo adelante para apuntar que el faltar a la cita este año podría tirar por el suelo 16 años de historia de un festival que ya está en la cadena de ADN de la cultura gallega.

Para apoyar el evento, los patrocinadores, cerca de 60, tanto grandes como pequeños, han cumplido y no han faltado a su compromiso lo que ha sorprendido a la organización. Las dos empresas privadas que más aportan son Estrella Galicia y Gadis. La primera ha desplegado un enorme mural en la fachada de cada bajo de proyección apelando a su campaña de resistencia porque, efectivamente, solo con resistencia se podrá salir de esta.